Para no confundir el vocabulario rebuscado con el ardor poético, Christopher Amador nos presenta una visión cristalina de su mar. Reemplaza el orden poco efectivo de palabras infladas por una profundidad sencilla pero expresiva. Su mar es un silencio, como el Bermejo; distracción de un Dios que no quiere mirar de nuevo hacia abajo. En consecuencia, el poeta levanta su mirada desde un horizonte blando en el que se desangran los días, atendiendo a uno de los motivos poéticos más antiguos. El mar, esa “suma de cosas que no conocemos”, se estrella brevemente en estos versos, mostrándonos un manojo más de sus infinitas caras.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 2008. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.