Las cuentas de Aldo
Cuando leo algunas de las cuentas que conforman el escapulario de Aldo Alba, ¡oh, monje sexofílico!, no puedo sino recordar las propias aventuras y a veces, sólo por eso, quiero seguir leyendo sus perversiones literarias.
Lo imagino como un perro con los belfos resecos que recorre la ciudad, olfateando el aire, las bancas, los bares; saltando sobre las hembras que encuentra a su paso, desde lo árboles, los autos, desde la azotea, si es necesario. Aldo quiere, sueña, lengüetea, saborea a las mujeres; no importa si son buenas, malas, virtuales, con cola de pez, terrestres, extraterrestres, flacas, fisicoculturistas, humanas, replicantes: todas tienen derecho a ser deseadas.
Sin embargo, esa urgencia no le impide hablar del mundo que ve caer en pedazos, del país que está a punto de perecer, de la ciudad que terminará por suicidarse, de la putrefacción que puede brotar del vecino: Aldo puede pensar con la cabeza, de arriba vendrá la respuesta. Realmente no me importa cuánta sea su sapiencia literaria, o si la tiene, pues sus textos siempre me son evocadores. Quizá por eso lo sigo leyendo.
Ricardo Guzmán Wolffer