¿Qué se siente salir de un concierto, sin planes ni guías, hacia una noche de amor y sexo?
¿Qué se siente cruzar la ciudad y conocerla entera, escuchar la música que te marca, vivir cada cosa a toda velocidad, justamente en los días en que el mundo parece a punto de comenzar y es brillante y tentador?
¿Y qué se siente vivir la juventud, esa etapa de las posibilidades infinitas, de la locura y de la belleza, cuando (por otra parte) todo a tu alrededor, y todo adentro, se ha caído a pedazos?
En Un millón de gusanos, su primera novela, Rogelio Flores recrea una época reciente y a la vez remota, que muchos recuerdan aún de primera mano pero se vuelve más y más misteriosa conforme pasa el tiempo. Sus personajes viven en México durante los años noventa, el fin de un siglo y de un milenio, con sus canciones, sus obsesiones, sus arrebatos de la pasión y del dolor, su mirada fija en el presente, o en el pasado inmediato, pero muy poco en un futuro que se acercaba sin que nadie se diera cuenta.
Román, su protagonista, se parece a su tiempo, y a la vez lo trasciende y lo acerca a nosotros. Nos parecemos a él: también cargamos con el peso de un destino que no elegimos; también nos cuesta fijar una identidad, o mejor dicho, tenemos más de una, y nuestras diferentes facetas se enfrentan, y en esa lucha el anhelo de vivir se alterna con la angustia. Esta novela es de esas que nos leen, y por lo tanto nos sacuden.
Alberto Chimal