Cuentan que Hipólito obtuvo su libertad por buena conducta en 1910 y de inmediato se dirigió a un bailongo.¡Y qué coincidencia! En primera fila estaba nada más y nada menos que Elvira Alvírez, hermana menor de Rosa y muy parecida a ésta. Al verla, Hipólito caminó hacia ella mientras los murmullos y el suspenso los circundaban. "¿Bailamos, chula?" Preguntó con voz de mando. "Ah cómo chingaos no" fue la respuesta; y es que hay palabras altisonantes que nunca podrán ser sustituidas.
Todos las decimos con singular entusiasmo, las pensamos con un placer gozoso que nos relaja, las leemos por el rabillo del ojo: como que no aunque por supuesto que sí; las escuchamos con la mano lista para santiguarnos, ¿pero escribirlas? Eso es más complicado.
En este simpático libro usted las puede leer, disfrutar y pensar porque el teatro –entre otras cosas– es para eso, para provocar la catarsis. Ya los autores de estas obras, con los zapatos de sus personajes puestos, asumieron el riesgo de escribir y soltar palabrotas, actitudes y mentadas en el momento oportuno. Al lector sólo le queda reconocer que una palabra altisonante bien dicha vale más que veinte descoloridas, baste con preguntarle a Elvira.