Se abre el telón y comienza un monólogo de una stand-up comedy del mañana. Un Bartleby del siglo XXI que preferiría no hacerlo y sin embargo lo hace o un Diógenes reversionado que le dice a los modernos de hoy que se quiten porque no le dejan ver el sol. Saca su theremín y da un concierto magistral de pesadilla, sin despeinarse. Un profeta apocalíptico que no se toma demasiado en serio y se ríe de los profetas y reivindica su reclusión.
El futuro en la estática del televisor, con sonido analógico y en cinta magnética. Una implosión mental y luego el Big Bang para una contemplación sui géneris; “un zigzagueo / de terrores y afectos”. Hace un paso de baile con mucho estilo lánguido y luego un pase de magia y aparece la pareidolia: estímulos vagos y aleatorios donde nada es lo que parece, o es más y cada vez más concreto. Cuadros de Hopper vueltos del revés o escenas familiares de una película de David Lynch grabada en Hi8. Un cuento medieval para poner en loop a niños insomnes. Y antes de cerrarse el telón, vemos a Charlie Brown, solo en su loma de pitcher, ponchando a uno tras otro y muy consciente de que se va a raspar al bajar. Eso sí, la diversión está garantizada.
