Sur de la noche nos regala en versos la imagen imborrable de sus viajeros, la señal rupestre de que hay un reverso en la moneda aunque no nos guste verla o aunque se pre era aparentar que no es tal, que todo es luminoso.
Una voz que no cae en la tentación de emitir juicios, sino que al contrario, bien contenida describe con obsesiva minucia eso que su ojo, testigo privilegiado, se encuentra y no sólo mira, sino que ve en los rincones más despreciados de cualquier ciudad que también podría ser nuestra.
Como en un antiguo libro de horas preparado, sin embargo, no para un devoto temeroso de las iras sobrenaturales, sino para quien accede a la habitación más oscura de la noche, este conjunto de poemas establece una liturgia pagana que, en lugar de servir como advertencia, se antoja guía de viaje.