“En general, me parece que los manuscritos dependen de experiencias increíbles…”, escribe Goran Petroic en uno de los cinco relatos que componen Diferencias. Sólo que en su caso, lo increíble reside en lo cotidiano, en aquello que tenemos frente a nosotros día con día, que ya no advertimos, quizá justo por ser tan evidente. Petrovic escruta con su minucioso ojo que se asemeja a una lupa capaz de magnificar las casi imperceptibles disonancias que componen la vida humana. Ahí donde todo parece transcurrir con “normalidad”, el autor revela que esa palabra no es más que una convención para denominar a lo que por principio es difuso y siempre cambiante. Es una mirada a la realidad similar a aquellos dibujos que instan al espectador a encontrar las diferencias, que por lo general son difíciles de hallar para el observador común, pero que Petroic advierte y plasma de manera magistral con su cálida escritura. La estructura de estos relatos es fragmentaria, casi como una sucesión de imágenes descritas con tal detalle que parecen estar congeladas para que el propio lector encuentre un nuevo juego de contrastes.
Entre los personajes de sus cuentos se encuentra la señora Panic que va marcando diferencias con su lápiz labial, al punto de llenarle la cara de círculos a su esposo y a los transeúntes, puesto que “Dicen una cosa y hacen otra”, el operador de cine Svabic, que se pasa la vida haciendo una película con fragmentos de otras, hasta que termina su obra maestra de más de catorce kilómetros de cinta y ocho horas de duración, y un anciano que se obsesiona con un ritual cotidiano en el que todo tiene que estar en su lugar ya que, como le explica a su joven mozo, “Cuando uno se mueve cuando ve esto y aquello, una cosa anula la otra, una cosa se diluye, se atenúa en la otra. Pero si uno siempre tiene ante sí la misma imagen, en seguida nota las diferencias.“