El universo de Guadalupe Ángela está lleno de huellas que registran una existencia nómada, honda y rica en matices; va de lo ambiguo a lo concreto y plantea lo mismo enigmas de felicidad que duelos con tintes de dulzura y escepticismo. Hay en él también una conciencia muy presente del lenguaje como herramienta para designar lo inefable, que no le exige ni obliga a rendirse ante el significado, simplemente lo deja fluir, apuntando claves, paisajes, mapas que trazan una ruta, dejándole espacio a su poder mántico. Nada menos podemos pedirle a la poesía: ser ese silencio expansivo que vibra en las palabras e inventa los movimientos de un cuerpo, las vibraciones de una voz, las edades del alma y los hilos que nos vinculan a lo que amamos, es decir, dejar nuestras huellas, o como diría René Char: el poeta debe dejar las huellas de su paso. Nunca las pruebas. Sólo las huellas hacen soñar.
Rocío González