Dueño de una capacidad compleja para escribir sencillo, Oscar Cid de León se planta ante la poesía con obediente certidumbre. El tratamiento sincero a la vez que íntimo de los poemas que penden de El árbol interregno muestra una amplia tesitura entre la perplejidad de la existencia, el disfrute de su propio erotismo, la amistad con mujeres y hombres o el planteamiento de temas conceptuales: el silencio, el deseo y la maraña mental. El autor se ha preparado minuciosamente para mirarse al mismo tiempo en tres: El que escribe, el que vive y el que no es. Eso le da posibilidad de preguntarse: ¿Por qué ese yo? // ¿Por qué éste?
En su escritura se filtran las técnicas de poetas antiguos y modernos, aunadas a la estructuración de su propia técnica, constituida con estudios de periodismo, escritura y poesía, para manejarse con soltura por los vericuetos del espíritu humano o dentro de su propia carne y alma. La sintaxis es una herramienta que moldea con pericia: Fuiste // Que me asaltaste / y regresé a la casa como arrastrándome. Y al coronar su poema "Anciano" con una palabra fuera del diccionario le da una fuerza inusitada: El anciano encorvado hacia la taza / (...) Se apiedra. Pero aplica su habilidad con moderación, pues recurre a neologismos sólo si no existe la palabra de lo que quiere nombrar. Las metáforas que utiliza alcanzan una sutileza muy afortunada y no duda en escribir en verso libre o en prosa poética si el poema lo requiere. Así demuestra su talento, siendo dúctil con las palabras, sin querer someterlas. Oscar Cid de León es un poeta para leerse y releerse. Sabe que lo que duele tiene nombre, y que escribir poesía es otra forma de comerse solo.
Raquel Olvera
México D.F., mayo del 2007