Vodka naka se lee como una serie de postales mandadas por una amiga aventurera y entusiasta, que ha cambiado las banquetas chuecas y el clima templado de la ciudad de México por las calles resbalosas con hielo y las temperaturas congeladas de Moscú. Como muchos de los mejores escritores, las viñetas de Georgina Hidalgo Vivas ?que vivió en la capital rusa durante casi tres años a principios de la presente década? describen con compasión una cultura y un pueblo, pero sin sentimentalismo, con un poder de observación frío y despiadado, y un sentido del humor incansable. Pero lejos de ser una diatriba en contra del gobierno y la cultura rusos, Vodka naka es más bien una comedia de costumbres. Como muchos extranjeros que llegan a escribir sobre un país ignoto, la autora encuentra el humor y la ironía en situaciones que los locales dan por sentado. Si Georgina tiene un cariño evidente para Moscú y sus habitantes, quizá sería comprensible que los lectores no compartieran su opinión al leer del desafío de sobrevivir un invierno con nevadas de metro y medio y tempreaturas de 33 grados bajo cero, que congelan los mocos y duran casi todo el año, y la imposibilidad de caminar sobre la nieve glacial sin caer y romperse el trasero. La Moscú de Georgina Hidalgo es una capital en la que cualquier coche puede ser taxi y cualquier taxista puede secuestrar al cliente y llevarlo a una fiesta en lugar de a su destino. Donde la vendedora de una tienda puede castigar a un cliente por silbar. Donde arrestan a los disidentes y a los opositores del régimen, donde los habitantes suelen creer que las integrantes de Pussy Riot merecen estar encarceladas, y en donde una niñera británica, al preguntarle a la niña a su cargo qué quiere hacer de grande, le escucha decir que "nada", porque ya tiene dinero para regalar. Una ciudad en donde la autora descubre que muchos de los habitantes sueñan con encontrar la manera de escapar de su propio país.