Primero ha sido mediante la narrativa como hemos conocido el espíritu artístico de Janitzio Villamar; después se aventura a nadar como pez en el agua en el mar de la poesía con la publicación de España, aparta de mí este cáliz; ahora, en este último género, nos presenta un segundo poemario bajo el título: Silencio. Mas bien, Silencio es el intento de un extenso poema fragmenta en cuarenta poemas y uno más, al que titula: “Epílogo en pájaros” con el que concluye el poemario.
Por lo regular el término “silencio” podemos asociarlo con las prácticas religiosas, desde la antigüedad hasta nuestros días como ese estado interior que se requiere para escuchar al Innombrable, sobre todo en la experiencia mística; pero no es el caso de nuestro poeta; nada más lejos de él que esta connotación a la que me he referido.
En una época de estridencia a la vez que de “oídos sordos” ante la marcha por una paz social en todo el planeta, con hipérbatos, anáforas, construcciones en eco y un sinfín de juegos de palabras rítmicas, nuestro erudito poeta, conocedor indudable de la literatura grecolatina, se convierte en el cantor del Silencio, pues para él, nuestro mundo está habitado por un silencio que estalla a fuerza de ser oído con gran interés por un público amante de la poesía, en medio de tanto ruido en sus múltiples manifestaciones.
A donde uno vaya podemos toparnos con el silencio; pero en el aso de este poeta neoculterano –por su curiosa construcción sintáctica y la ornamentación sensorial de su verso-, él se enfrenta al silencio más allá de lo inaudible y habla con é de cara a cara, ya para admirarlo, ya para agredirlo en razón de provocarlo hasta hacerlo hablar en su propio lenguaje; porque en este poema de poemas no hay tal ausencia de ruido sino todo lo contrario, es un golpe certero al ruido que da el poeta en lo aparentemente inaudible, y sabe, como diría en otro contexto Miles Davis, el gran trompetista y compositor estadounidense de Jazz, que el silencio es el ruido más fuerte, quizá, el más fuerte de todos; por eso Villamar, un poeta de un amplio retoricismo, que rebosa en cultismos bien logrados, encara al silencio para hacerlo habla a golpe de imagen tras imagen donde la muerte y el espejo son el símbolo del renacimiento de uno mismo; el narrador lírico enamorándose de sí mismo, como Narciso, ante el espejo que revela de cuerpo entero lo estridente del silencio –al mismo tiempo que todo el poemario se convierte en un homenaje a Villaurrutia y a Gorostiza.
Martín Jiménez Serrano