La crítica literaria nunca se escribe desde un espacio indistinto, sino inserta en aquél donde ciertos autores y sus probables lectores tienen más posibilidades de encontrarse. Estos lugares suelen ser las publicaciones periódicas: diarios, semanarios, revistas mensuales o más espaciadas... En otro tiempo (digamos, hasta las décadas de 1950 y 1960) la crítica periodística en México gozó de un nivel muy aceptable, pero la conversión del campo literario en un terreno dominado sin pausa por aspirantes al poder sin adjetivos convirtió la práctica de la misma en simple ejercicio retórico políticamente funcional. ¿Quién ignora, en México, que estas estrategias han llevado a la creación de grupos endogámicos que terminan por establecer puntos de vista cuya legitimidad descansa, circularmente, en la eternización del mismo discurso? No es exagerado concluir que hemos llegado a un estado de cosas, en el campo literario, que parecería repetir el asfixiante control de la opinión política que, en la esfera correspondiente, domina los medios masivos. Porque los controles en el campo cultural y en el orden más general de la vida pública son quizá uno solo, que comenzamos a percibir consistentemente bajo la forma de un conglomerado de poderes fácticos, burocráticos y económicos. Pese a todo, en este libro se puede comprobar que hay alternativas a lo anterior; es decir, posibilidades de ejercer una crítica literaria más cercana a las reglas del juego que la literatura exige para renovarse y abrir, en algún momento, la puerta a opciones que no se sujeten a la búsqueda de dividendos ajenos, finalmente, a la literatura misma.