"Que no me vengan con que ya han llegado o llagado el Cielo del perezoso, porque de ser así sangra el dolor que también es juego y deseo, sangra la gana de revisitar una tradición, una manera de mentar que siempre será imaginar una realidad que está ahí –desde siempre– en pasmosa pereza y activísima tensión; no en vano el Lazarillo –al descubrir– arropa con su ritmo tan elocuente de frases que se ayuntan, o don Diego Hurtado de Mendoza con sus cangrejuelos y zanahorias doblemente ambivalentes, o ese misterioso Francisco de la Torre tan próximo a Quevedo como Wendy a Peter Pan, o Peter Pan a su sombra. Estamos en sitio seguro, en una trabazón que apunta innúmeros caminos, en un juego de béisbol donde domina el diamante con su dureza impenetrable y su misterioso destello; la poesía jocoseria que nos espeta con la lujuria de las verba y con la gravedad ardorosa –en este caso– de la res. El Cielo del perezoso, de Daniel Téllez, no es un libro fácil, estrictamente, nada que valga la pena lo es; sin embargo, es un libro amigable, de esos que te acompañan justo cuando te das cuenta de que caminas por calles y lugares que te son desconocidos. Es la voz que te alienta a no regresar, a traspasar –como Ulises/Odiseo– el “hercúleo estrecho” (al decir de fray Luis) y a hacer del campo abierto tu casa (a la novena entrada y con todas las bases ocupadas); ese cielorraso que es sin duda el Cielo del perezoso que Daniel Téllez nos acerca alargando, al jalonear –como es debido– el planisferio de la poesía mexicana que nos ha tocado habitar y, desde luego, transitar."