El consumo de alucinógenos es milenario y se ha asociado muchas veces con rituales religiosos, búsqueda por el aumento de sensibilidad y expansión de la conciencia. En la historia de la literatura, el uso de estas sustancias por algunos autores oscila entre la ampliación del universo imaginario y la propia exploración estética. El ojo media la visión interna con la externa para registrar esas imágenes. En (D), Jorge Solís Arenazas discurre sobre la experiencia, que sucede en el desierto —sitio espiritual de soledad y reflexión por experiencia—, creando un espacio objetivo para observarla. Al seguir el libro de las revelaciones, su registro de lo que fue visto y percibido para el lector es extremadamente riguroso: la experiencia, aunque onírica, sensorial e incluso mística, es condensada en un lenguaje conciso y precioso. Las imágenes evocan y resuenan en este laberinto donde la palabra, reducida a lo esencial, se desnuda.