La editorial "Rafael Giménez Siles", fundada y presidida por el destacado empresario, promotor también de la cultura, Ernesto Gómez Herández, inicia sus actividades con este bello libro sobre los existencialistas mexicanos. Su autor, Oswaldo Díaz Ruanova, no quiso hacer una valoración histórica de ciertas doctrinas ni una crítica de conocidos pensadores. Enfocó su "ejercicio rememorativo" con exigencias de artista y preocupaciones de escritor, en una prosa que rúne solera clásica y agilidad moderna. Y así su obra está más cerca de la castiza tradición de las "Generaciones y Semblanzas" que de los estudios exhaustivos en que abundan pesados eruditos.
Los fulgurantes bocetos del poeta Xavier Villaurrutia y el novelista José Revueltas despachan los dramáticos temas de la muerte, la nada, la angustia y la deseperación. Un capítulo de investigador compendia las ideas de Vasconcelos, Caso y Alfonso Reyes sobre Heidegger, así como la justa crítica de Octavio Paz al verboso Sartre de su etapa final. La gracia juega entre las implicaciones de la tragedia y aparecen las "gitanerías de Ortega y Gasset", un ensayista de pelea que llevaba "una alma de torero en un pobre cuerpo de profesor". Personaje central de este libro es el gran maestro José Gaos, con su drama religioso en un siglo de escepticismo disolvente. Jorge Portilla, con su "catolicismo iracundo" y sus lúcidos juicios sobre "el relajo de los mexicanos", cobra tal presencia de humanidad en su semblanza que hasta parece un personaje popular. No falta un retrato de Emilio Uranga, "genio e ingenio de reconocido mal genio" según Gaos, ni los de los hiperiones Luis Villoro, "insobornable natrualeza moral", Ricardo Guerra, hegeliano de muy altos timbres, y Joaquín Sánchez McGregor, esteta de gusto depurado y extraordinaria sensibilidad.
Con una prosa sencilla y luminosa, de notable lisura castellana, el autor demuestra que "la elegancia es economía de recursos expresivos". Sin embargo, ni la plasticidad ni la imagen, ni los ritmos son sacrificados en aras de un desnudo laconismo. Es esta época de "estilos sordomudos o tartamudos", "perdido está el prosista que no lleva en el oído una caja de música". Si el libro no valiera como testimonio directo sobre los existencialistas mexicanos, bastaría para justificarlos su belleza innegable, que nace del fraseo limpio y cristalino y de ese encanto que los andaluces llaman "ángel", y que traduce lo difícil a términos claros y ligeros. La segunda parte, dedicada a las "atormentadas interpretaciones" de los heideggerianos, revela el conocimiento del autor sobre estos temas. En resumen, un libro que deleitará al lector y será de utilidad al estudiante.