Dice Abraham Cruzvillegas en La voluntad de los objetos: «Cada artista pone y construye sus propias metodologías, reglas, leyes y órdenes, mismas que, muy probablemente, en una buena cantidad de ejemplos, están y seguirán estando basadas en un conjunto, indescifrable por subjetivo, de contradicciones, llamadas estas últimas por algunos “praxis”. Precisamente, en estas contradicciones y rupturas está la riqueza de sus obras: en el riesgo». Si algo caracteriza la obra de Cruzvillegas es el riesgo implícito en la expansión temporal y formal. El riesgo inmanente en la capacidad que tiene el artista de, en palabras de Jimmie Durham, fundir en su obra los tres tiempos (pasado, presente y futuro) y de disolver las fronteras entre las distintas disciplinas artísticas (fotografía, cine, música, imagen, escultura, instalación, performance, teatro, escritura), para generar un discurso que se ciñe sólo a sí mismo, que se gesta conforme avanza, que avanza sobre la duda, y que encuentra en la construcción de la identidad una especie de faro hacia donde dirige casi todos sus esfuerzos.
El eje del trabajo de Cruzvillegas se encuentra alrededor del proyecto «Autoconstrucción», cuyas diversas instalaciones y exposiciones le han dado la vuelta al mundo. Menos conocida —mas no de menor importancia— es su faceta como escritor. Cruzvillegas erige sus textos a partir de la viva voluntad de los objetos con un tono único y personalísimo elaborado por esa fascinante aproximación que tiene por la cultura entendida en su más amplia y flexible expresión. Abelardo Barroso, The Bodysnatchers o Rigo Tovar; Joseph Conrad, John Gray, Günter Grass o Antonin Artaud; «Tin Tan», el «Espectro de Ultratumba» o Ray «Boom Boom» Mancini; Rainer Werner Fassbinder o Pier Paolo Pasolini —y hemos omitido por cuestiones de espacio a cinetos de artistas que lo ha influido, incluidos los personajes anónimos con los que creció en su colonia, capaces de detectar «cómo la actividad humana produce la forma»—, confluyen para configurar un lenguaje vibrante que enseña mientras aprende, a la manera de El maestro ignorante de Jacques Ranciére, a mirar el mundo con nuevos ojos.