El 22 de abril de 1992 amaneció envuelto en un velo de fatalidad y, súbitamente, Guadalajara se convirtió en foco de solidaridad y estupefacción mundial. Hubo infinidad de testigos reales y virtuales, uno de ellos fue Sigmundo Palacios. En la tragedia íntima de este personaje se trasluce y entreteje la de una ciudad destrozada, a la manera de dos espejos, cuyas entrañas violentadas anticiparon la transformación de una sociedad que superó, en todos los sentidos, un siglo XX que había expirado mucho antes del 2000.
Aprilis novela esos dos mundos en decadencia, el de Sigmundo y el de una manera negligente de entender un país, al tiempo que perfila los rasgos de la nueva república: democrática, incierta, más femenina; sin duda, una de ocasos y albas.