En esta novela se descubre una de las facetas de la infancia que la literatura mexicana había soslayado: la sabiduría que subyace en la mirada de los niños.
Heredera de una filosofía que le confiere al ser las dimensiones espaciales de su propio cuarto —Virginia Woolf en primer término—, María Luisa Puga construye eficazmente los solares, los rincones y los recovecos de una atmósfera interior donde cada uno de los personajes encaran la disyuntiva de ser otros —lejos, más allá de la ciudad— a pesar de sí mismos.
Novela de puentes y vasos comunicantes, donde la ciudad encarna una marea de espejismos y la provincia se percibe como el escenario inmediato y promisorio de reencuentros y descubrimientos esenciales.
En Inventar ciudades María Luisa Puga consigue el inusitado propósito de imaginar una arquitectura verbal que privilegia el tránsito de la nostalgia, la imaginación y la memoria hacia el fascinante rumor de los sentidos.