La poesía de Bernstein hace clic con la inteligencia por su intelectualidad, por su complejidad lingüística, por su humor, por su sonido orientado hacia la estructura, por no ser suficientemente emocional, por su trayectoria antisentimental, por contener un refinamiento vernáculo que parece provenir del habla de la oralidad, pero que no se había escuchado ahí anteriormente; por no estar orientada hacia la representación, por ser lírica sin ser obviamente lírica, en fin, por ser una poesía que no ofrece seguridad al raciocinio, y porque es un acoso textual contra la escritura tradicional basada en la articulación lógico lineal de las frases. Al leerla, la mente se siente importante, como si le estuvieran diciendo algo ineludible. Es una poesía en permanente estado de juventud, pues subsiste de sus aprendizajes. Mantiene actualizada su infancia. Su voz, al cambiar de tono, parece estar cambiando también de lenguaje, creando insólitas asimetrías. Bernstein hace del dribling a las expectativas una lección de lucidez, y de la entonación un argumento sorprendente.
Eduardo Espina