Es ésta, quizá, una de las obras más valientes -si no la más- que ha producido Roberto Blanco Moheno. Porque se necesita coraje, sin cortapisas, para hacer, como él, análisis de un violento, convulso presente y remontarse a las fuentes, todavía sangrantes y laceradas en las que fue concebido: la revolución rusa, para seguir su corriente durante 14 años hasta la que diera origen a la Segunda República Española (1931) y a la Guerra Civil (1936-1939); su ramificación a Cuba y su rebalse en la isla al advenir al poder el régimen actual; y culminar el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas, en que la Ciudad de México viviera los días más amargos de su historia contemporánea.
Estrujante, dramática, amplia síntesis –valga la paradoja– de la casuística sociopolítica del trágico movimiento de Tlatelolco, de sus consecuencias inmediatas y de sus posibles repercusiones en el más próximo futuro.
Angustioso, combatido llamado a la reflexión a los hombres de ahora y, sobre todo, del mañana; a los jóvenes que tienen en las manos el destino de su país; al pueblo auténtico, no a los dirigentes ni a los que pretendan serlo aherrojando el cuerpo ni el espíritu; sino al que comulga consigo mismo, al que todavía cree y alienta en las libertades humanas.
Catilinaria contra los procedimientos equivocados o torcidos, con intención o sin ella, que llevan al fracaso y la ruina por caminos trazados por la felonía, el engaño y la sorpresa.
Más valeroso aun porque ha concertado un desafío –no personal sino social–, pues no es concebible que a una exposición de tal naturaleza le suceda el silencio.
¿Qué deparará el porvenir y la dialéctica? Y lo más apremiante, lo que atenaza la garganta, estruja la conciencia y conmociona al cerebro, ¿Cuál será la reacción de la sociedad ante los planteamientos hechos y los que se hagan con posterioridad?
El mañana tiene la respuesta. Esperemos que sea de paz y de concordia.
