Como afirma Carlos Monsiváis en su prólogo a este libro, en 1968 a los estudiantes se les impone una tarea política: transformar la violencia en su contra en resistencia ideológica. A diez años de distancia –y el estudio de Sergio Zermeño lo prueba y ratifica de modo exhaustivo– un hecho permanece: 1968 es un episodio de lucha democrática, de creencia entusiasta o dolorosa en los derechos civiles.
No sólo Tlatelolco sino toda la represión física y verbal se constituyen en el tajo histórico que nacionaliza una experiencia política. Así sea por días o meses, los reprimidos se integran –con la parcialidad pero con la intensidad del caso– a la nación reprimida y hacen suyas, sin saberlo o apenas intuyéndolo, las tradiciones de resistencia popular. En este sentido diversos movimientos del Movimiento Estudiantil admiten y exigen el calificativo de épicos. En verdad es épica la decisión de construir una democracia y una moral política al precio literal de la vida.
Sergio Zermeño investigó, escribió y en el excelente resultado de su compromiso personal y científico no tiene cabida la “distancia comprensiva”, la mitificación y el mero recuerdo sentimental. Con sus fallas, carencias, contradicciones, limitaciones ideológicas y actitudes irresolubles, el Movimiento Estudiantil de 1968 es una hazaña del México contemporáneo, recapitulación y nuevo punto de partida de las grandes luchas de las mayorías, y de los derechos, conjuntos y separados, de mayorías y minorías.