En abril de 1937 se creó el Taller de Gráfica Popular, grupo de grabadores que decidieron apoyar e impulsar las causas populares mediante la producción de carteles y volantes, de mantas para las manifestaciones callejeras y telones para los mítines; de letreros e ilustraciones, de folletos y álbumes temáticos, así como de periódicos con las tradicionales calaveras del día de muertos, dibujos y hasta la decoración de carros alegóricos para los desfiles obreros y antifascistas.
El TGP surgió como una sección del Taller Escuela de Artes Plásticas de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, la LEAR, a la que sobrevivió después de la extinción de ésta en 1938. Desde su nacimiento, la Gráfica Popular, como también se conoce a la institución, recogió e hizo suya la dilatada herencia del grabado mexicano, que en su árbol genealógico tenía caricaturistas e ilustradores de la talla de Joaquín Giménez El Tío Nonilla, Constantino Escalante, Hesiquio Iriarte, Santiago Hernández, José María Villasana, Jesús T. Alamilla, Gabriel Vicente Gahona Picheta, Manuel Manilla y, por encima de todos, José Guadalupe Posada, patrono del grabado mexicano cuyo influjo marcaría la vida del Taller y su producción.
En las estampas del Taller de nuevo cobró fuerza la intención didáctica, presente desde el siglo XVI en la imaginería evangelizadora, e incitados por la fuerza de la Revolución mexicana, apenas a 20 años de promulgada la Constitución de 1917 y en pleno fervor cardenista, los artistas pusieron sus afanes en un arte politizador, capaz de exaltar los valores nacionales, el indigenismo, la educación popular, el agrarismo, la gesta petrolera o la organización sindical; un arte que mostraba sin rodeos las fobias jacobinas de los talleristas y su disposición para combatir las amenazas internacionales y los horrores del fascismo.