Areúsa no se entrega, explota; no hace el amor, lo violenta. Lleva el nombre de la prostituta cómplice de la Celestina. Tiene alma de artista, y su pasión se desata con la música de Alban Berg en la Sala Nezahualcóyotl, en un México inmenso de diversos espacios para el bien y el mal. Quiere volar, trascenderla alineación mecánica del universo que le tocó vivir, desde el campo de concentración bajo la cruz gamada de los nazis, hasta la paz engañosa de Barcelona en invierno. Desea cruzar todas las fronteras; viajar del discurso cotidiano a la canción imposible; ir de la melodía popular al contrapunto disonante.
Su amiga Salomé tiene una historia truculenta, que se remonta a los tiempos de Yojanán el Bautista; el amor para ella es cabeza colgante, fantasma decapitado que la afiebra y persigue. Areúsa y Salomé forman con Jan Hanna un trío de fortuitos encuentros y desencuentros sobre la línea del Metro de la Ciudad de México, en Nueva York o en París; un trío que explora los recovecos del amor y de la condición de existir.