Cieramente, los cuentos de Efrén Hernández causan un desconcierto parejo al que suscitaría su figura entre sus contemporáneos. Se diría que sus historias son cavilaciones del narador, a quien el lector sigue pacientemenre por techos de los más agridulce. Al rato, narrador y lector se encuentran en un tramo perdido que puede ser una parte de otra historia, un rincón, un agujero en la pared, una moneda, un ratón, tres tomates. Quizá haya quien se desespere o se distraiga, y deje caer el libro para ponerse a soñar en otra cosa o a mirar al cielo por una rendija, como el protagonista de "Tachas". Pero si el lector es perseverante y gusta de acompañar a un guía tan excéntrico en sus veredas—y aquí el personaje de Efrén Hernández viene más que a cuento, con sus curiosas vestimentas, llevándonos por los vericuetos de la ciudad de México de la primera mitad del siglo XX—, lo más seguro es que el narrador lo depositará en una conclusión sin ningún daño. El lector se dará cuenta, entonces, de que las cavilaciones por las que creyó perderse le han contado una historia, muchas veces una historia terrible.
Ana García Bergua