En Ángela y los ciegos dos primos-amantes se buscan, se persiguen, sin encontrarse: sus fugaces contactos confirman la lejanía que, paradójicamente, los une. Este libro de relatos puede leerse como una sola historia, en la que Ángela –maestra de ciegos que no logra dar con la escuela a la que ha sido enviada- adopta diversos rostros y diversas edades. Su primo padece esas constantes metamorfosis: está sujeto al tiempo de Ángela Adónica. Sin embargo, siempre irá tras ella, en la niñez y en la juventud, por los corredores de una casa crepuscular y por playas soleadas, por las calles de una ciudad fantasmal y por cantinas donde sólo beben ancianos, será su compañera en la universidad para después abandonarlo un domingo por la noche, mientras él sufre un implacable dolor de muelas. En el fondo sabe que su persecución es inútil pero también tiene la certeza de que no hay alternativa: Ángela habita todos los tiempos del verbo. En cualquiera de ellos, lo único que puede hacer es buscarla, infinitamente.