Arturo Medellín recrea en El diablo en el edén un mundo tan pleno como decadente, que rezuma vida a pesar de que sobre él se cierne la inutilidad, la acción huera. No es extraño así que alguno de sus personajes deambulen con provocador desparpajo en el filo de una existencia que acaso no eran a la que estaban destinados.
Moradores de un universo limitado y concéntrico, pero también abierto y capaz de convocar tiempos y recuerdos por mediación de la bebida, los personajes de Arturo Medellín resultan fascinantes en la vida en que su sensual indolencia, esa misma que les facilita vivir una "vida banal desplegada en medio del vacío", obliga a que el lector no deje nunca de interrogarse sobre cómo serán, para cada uno de ellos, las consecuencias del vértigo. Condenados no sólo a la insularidad geográfica de La Paz bajacaliforniana, si no a la insularidad espiritual, a ese "estar lejos de todos, hasta el interior de uno mismo", la errancía y el destino final de esos "parias del espíritu" puntualizan el alto precio que la existencia contemporánea le cobra a cualquier hedonista.
Menos un paria por carecer de oportunidades que por propia decisión, Julio Rivas Piñeiro, digno protagonista de esta moderna epopeya, es un hombre que, desahuciado de sí, se consume en la autoflagelación. Pero, ¿corresponde en verdad tal autoflagelación al tamaño de su culpa? ¿O es que la simple solución terapéutica para zanjar el alcoholismo no es bastante cuando se han probado las mieles de la culpa, y entonces el delirio —y junto con el infierno interior— es un estado que se desea? Si puede Julio solventar sus culpas, si puede domeñar su sed alcohólica, ¿por qué entonces se precipita hacia la derrota, construyendo meticulosamente su fin? Se trata, simplemente, de la atávica atracción del abismo.
Esta desoladora certidumbre de estar deshabitado, de andar por el tiempo sin haber vivido nada, o peor, de haber "pasado por una ausencia en la que pudo haber ocurrido cualquier cosa sin que él lo supiera", nos presenta al cabo la imagen desnuda del hombre que no posee ya más su propia alma, rematada al diablo en quién sabe que anodina circunstancia, en quién sabe que torpe transacción moral. De allí el título de esta novela; de allí su gran fuerza narrativa.