El milagro de la clorofila que rodea a Carlos Illescas desde que respiró su primer poema esparce en estas páginas ramos de silencios propicios e invocaciones a adminículos adorables; hallazgos de alfabetos carentes de vocales y parlamentos del olvido; molinos de viento derribados y espasmos que empiezan sin orillas; miradas tuertas de camas vacías y ruiseñores de nieve sobre apagadas primaveras; los siempres y los cuándos del yodo inmaculado y las fuerzas de la vida y de la muerte enfrentadas en un cuerpo transformado en campo de batalla.
En suma, dentro y fuera del ring, estos delirios y poemas nos protegen del olvido y reconfirman aquella certidumbre que Voltaire tuvo hace 233 años: "La poesía es la música del alma, sobre todo la de las almas grandes y sensibles".