La poesía de Claudia Luna Fuentes (Coahuila, 1969) emerge como agua en el desierto, nutre lo árido, colorea y construye su dominio. Su palabra es como esa lluvia que moja, trae vida, es la caricia de dios, en tanto que refresca con su ritmo, pero Luna Fuentes sabe que la poesía también es testigo y señala las heridas de la sociedad, la corrupción, la pobreza: “Esta mañana de silencio humano/ mi estómago es una herida nueva”.
La poeta sabe que hay dos ciudades, una ocupada por la opulencia, otra de segunda, habitada por los pobres, por el miedo, la suciedad, salarios miserables y la violencia. Del primero, sin embargo, no habla, lo dibuja en la ausencia, pero no es la aspiración de un lugar mejor; al contrario, la pobreza, ese infierno que se vive, es el mejor escenario para observar; ahí también vive la riqueza, aunque se refiera a otros aspectos que nada tienen que ver con el dinero, sino a la sorpresa del descubrimiento cotidiano.
En La turba, la poesía de Luna Fuentes dialoga con el mundo, canta y dibuja los objetos que tiene frente así: “Cuatro kilos de cebollas/ perlas olorosas y baratas/ que aderezan el fantasma de un filete”; de ese modo, encontramos poemas a personajes que pueblan los distintos escenarios, mujeres que hacen el servicio doméstico, mujeres en oficinas de gobierno, avenidas, bancos, porque sabe que la lengua, la palabra, es un bisturí para auscultar: “navego en la página como lo hace el pescador/ el hacedor de pan/ el obrero de tercer turno/ con ganas con rencor con ansia/ y abro las heridas y las bebo”.