El ensayo no ha cambiado a través de la historia porque es una representación fracasada. No es propiamente un género, sino la imposibilidad de un género. Ahí radica su potencia creativa: el único límite del ensayo es mantenerse en el perímetro de los géneros sin convertirse en uno de ellos. El ensayo no es la explicación o glosa de una fuente original: por el contrario, es una improvisación. Funciona a la manera de la música lúdica que desemboca en profanación y herejía: el tema principal debe ser trastocado hasta el olvido. El ensayo es, a un tiempo, fragmentación y discurso: oralidad y escritura.
Los textos aquí reunidos giran en torno a estas fascinantes paradojas del ensayo y, en algunas ocasiones, abandonan la mínima nomenclatura de este ejercicio de la comunicación que desmonta todo género para someter toda realidad a la norma ficticia que atraviesa el lenguaje.
