La relación del ferroviario Pancho con su máquina bien se puede asimilar a la que mantiene con su amante Teresa. El trato parece el mismo; similar, la pasión con una y otra. A ambas, a su mujer y a su máquina Prieta, domestica, a las dos acaricia, lubrica, percibe sus olores y siente sus gemidos. Y acabará lamentando su pérdida a través de pasajes conocidos y desconocidos, atrapado finalmente en vericuetos y laberintos a los que uno no sabe cómo llegó ni tampoco cómo saldrá.
Elena Poniatowska, dando muestras de un poderoso impulso creador unido a la necesidad de recuperar las voces de los otros, se aventura, con penetración, lirismo, humor, sensibilidad y oficio notables, en esas zonas oscuras en las que rara vez se adentra la literatura mexicana: las relaciones entre sexos y entre las clases sociales.