Cuando leas este libro de Ángel Carlos Sánchez te darás cuenta que de la misma forma que un dios desconocido o un niño da vida a mundos, Ángel Carlos Sánchez construye una casa. Las palabras, que son acercamientos o sombras de las cosas o personas que nombran, constituyen la materia prima con la que el poeta erige un sitio al que casi le llama hogar. Lo que evoca e invoca el poeta es interminable –como la Casa de Asterión–, porque los objetos que habitan la edificación están en permanente fuga: son lo que fueron pero también están siendo o podrían ser otra cosa. Si guardas silencio y pones atención, también descubrirás que la casa que crea el poeta suena, es decir, está viva a pesar de que haya sido un recuerdo. Y suena porque el poeta ha empleado en las líneas los ladrillos versos de arte mayor preferentemente. Hallazgo tras hallazgo, Ángel Carlos va narrando historias, al modo de los contadores de anécdotas de los pueblos perdidos, para que no se olvide la palabra, para que no se olvide el canto, la historia, la poesía, el poeta.