Aquí lo mortal aparece como una secuencia de cuestionamientos que bajan la escalera ontológica para acceder a lo profundo de un corazón humano. Un corazón semántico y sometido a la teratología del lenguaje, en donde Pérez Escamilla traza con navajas, sobre un árbol, la historia de un mundo que va desangrándose en los frutos que caen y luego se pudren en la hoja, o en el pentagrama de la vida. “Este poema trata de eso, de su escritura. / del tiempo que tarda en ser escrito, / de su tiempo en mi vida. / de su forma”. Poema de largo aliento, y contrario a una muerte sin fin quema la nota suicida del que decide vivir para develar ese tronco escritural de la existencia, y lucha por desprenderse de un ensimismamiento contemporáneo y ajeno. Es una columna de ideas tratando de romper la tensión de los hados ficticios que hace tiempo devoraron al cielo y su lluvia, para volverse nubes de granito. “Porque hablar de poesía es invocarla en memoria /de todos mis hermanos muertos, /de las ruinas que conforman cualquier biografía”, afirma el poeta. El arte de cincelar la realidad tangible de lo escencial contrariamente a lo divino que aplasta a los desesperados por trascender su estado temporal, es un arte que apuesta por el diálogo; la mayeútica óntica, y sobre todo el auto-entendimiento crítico, en el cual es posible la construcción de un ser intelectual planteado a partir de emociones nuevas.