En otro tiempo, la principal preocupación en México respecto a la lectura fue la alfabetización. Hoy el problema no sólo radica en el número de personas que continúan sin saben leer ni escribir, sino en la enorme cantidad de gente que, aun pudiendo hacerlo, no quiere. En El buen lector se hace, no nace, un libro que recoge ensayos, conferencias y extractos de ponencias, Felipe Garrido ha escrito que nuestra “educación básica está todavía diseñada para alfabetizar a los estudiantes; no para formarlos como lectores”. Y tiene razón. La educación mexicana no ha hecho de la lectura y la escritura una prioridad, un asunto de interés nacional. Para conseguirlo, la SEP tendría que fijarse como meta formar lectores letrados y no sólo unos en sentido elemental y utilitario. Debería esforzarse por hacer que la lectura no sea actividad exclusiva de una asignatura sino tarea permanente, placentera, lúcida y lúdica, gracias a la cual los estudiantes aprenden a jugar con las palabras, a descubrir su naturaleza, importancia, sentido, significado y usos. Mediante la lectura es posible escuchar con los ojos a autores pasados y presentes, dialogar con ellos, encontrar coincidencias y divergencias, supuestos, contradicciones. Garrido nos invita a “perderles el respeto” a los libros, interrogándolos, porque sólo así se vuelven conversación, revelación y letra viva.