1946 / 02 sep 2017 16:59
El teatro criollo, compuesto en México y ya emancipado de la evangelización aunque no completamente de ciertos propósitos educativos, ora en lengua española o bien en el latín de los seminarios, no puede decirse que haya logrado fundir los dos metales étnicos cuya amalgama se venía elaborando en el seno de la Colonia, ni pudo naturalmente resistir la competencia con el estupendo teatro peninsular, el importado de España, uno de los más vigorosos que se conocen en la historia de las literaturas. El drama se ha conformado ya al molde europeo. Cuenta con autores y actores profesionales, y pronto también con casa propia. En los festejos del Corpus, de San Hipólito, llegada de virreyes y otros fastos notables, el Cabildo de México hacía concursos teatrales y costeaba representaciones. Algunos autores son peninsulares emigrados (Cabrera, Cetina, Cueva, Belmonte Bermúdez). Poco sabemos de sus obras en México. El presbítero Juan Pérez Ramírez, mexicano cabal, es el primer escritor dramático nativo de América cuya personalidad sea ya discernible. Era pulcro versificador, y desmayado dramaturgo (Desposorio espiritual entre el pastor Pedro y la Iglesia mexicana). Fernán González de Eslava, peninsular de origen, recoge ya con cierta viveza algunos rasgos de la vida mexicana en sus dieciséis Coloquios espirituales y sacramentales. Con excepción de su Entremés de dos rufianes y unos cuantos poemas líricos, su obra profana se ha perdido. Su teatro (tipo anterior a Lope de Vega) supera a su lírica, por la soltura del coloquio versificado y la vena mordaz y humorística. Sus alusiones circunstanciales poseen cierto interés histórico. Anuncia el teatro costumbrista.