Enciclopedia de la Literatura en México

Historia de la imprenta y la tipografía colonial en Puebla

mostrar Introducción: familias e instituciones cercanas a la tipografía y a la imprenta poblana durante tres siglos

Las familias de impresores y el estrechamiento de las relaciones de parentesco entre estirpes de tipógrafos fue una de las característi­cas que podremos observar en la historia de la tipografía en Puebla. La primera de las familias que encontramos, aunque por breve tiempo, es la de Borja y Gandia, compuesta por padre, madre e hijo. A finales del siglo xvii surgirán otras dos líneas familiares: la de Fernández de León que, debido a la muerte del dueño, heredará el taller de manera transicional a su hijo y esposa; y la de Juan de Villarreal que, usufructuando el taller que previamente había sido de Fernández de León, pasará a sus herederos pero por corto tiempo. En el siglo xviii los lazos familiares se hacen especialmente evidentes en la casa de los Ortega y Bonilla, ya que de manos del patriarca de la estirpe, la oficina pasará a manos de la viuda, quien compartirá el negocio con dos de sus hijos –uno establecido en México y otro en Puebla–. El de Puebla, Cristóbal, trasladará a su vez un privilegio de impresión de convites a una de sus hijas, que más tarde se desposará con Pedro de la Rosa. Eso provoca la continuidad de una familia de impresores que arrancó en la primera década del siglo xviii y seguirá activa hasta el final del periodo colonial, es decir, durante más de 100 años.

Sin embargo, es necesario advertir que las familias no fueron el único ámbito de la labor tipográfica poblana, pues desde el siglo xvii existieron instituciones que tuvieron imprenta. En este caso están el Colegio de San Luis y también el del Espíritu Santo de la Compañía de Jesús; en el siglo xviii, el taller del Colegio de San Ignacio, que tras la expulsión de los ignacianos se convertirá en la Imprenta del Colegio de San Pedro, San Juan y San Pantaleón, y que finalmente se integrará al proyecto integral del Seminario Palafoxiano. Para cerrar el periodo colonial, antes de la independencia nacional, en 1821, encontraremos otra im­prenta institucional más: la Oficina del Oratorio de San Felipe Neri.

mostrar Indagaciones sobre el origen de la imprenta en Puebla

A diferencia de la atención prestada a los inicios de la imprenta en la ciudad de México, el establecimiento de la imprenta en Puebla de los Ángeles no llamó mayormente la atención de los estudiosos de tiempos pasados. Entre los datos ofrecidos colateralmente sobre la tipografía angelopolitana, por cierto prácticamente los únicos con los que se contaba hasta 2015, hay que referir los nombres de José Mariano Beristáin de Souza, Agustín Rivera y San Román, Joaquín García Icazbalceta, José Toribio Medina, Francisco Pérez Salazar y Salvador Ugarte y algunos artículos aislados, no siempre de fácil acceso. Los trabajos de los bibliógrafos arriba citados sirven como punto inicial para reconstruir este panorama, en el que se procuró además aclarar algunos yerros cometidos por ellos, problemas de interpretación documentales y aportar localización precisa de fuentes que habían usado o nuevas informaciones de otras que les habían sido desconocidas. Lo anterior permitirá ampliar el conocimiento que tenemos sobre la tipografía, los impresos, las actividades comerciales de los talleres tipográficos y la vida de los impresores de Puebla.

En primer lugar nos referiremos a José Mariano Beristáin de Souza (1756-1817), quien al ofrecer algunos de los asientos bibliográficos poblanos en su Biblioteca hispano americana (1883)[1] indicó que el Diseño festivo… de Ambrosio Francisco de Montoya y Cárdenas, cura de Huejotzingo, se imprimió en la ciudad de los Ángeles en 1622. Esta equivocación quedó subsanada cuando José Toribio Medina confirmó que la citada obra se publicó en 1702 en las prensas de los herederos de capitán Juan de Villarreal, y que salió a la luz para la celebración poblana de la Jura de Felipe iv, el primero de los monarcas borbónicos.

El segundo individuo que mencionó el tema de la imprenta poblana fue Agustín Rivera y San Román (1824-1916), que en 1890 publicó un pequeño escrito titulado Fundación de la imprenta en Puebla, en el cual atribuía a Juan de Palafox y Mendoza haber sido el impulsor del asentamiento del arte de la impresión en esa ciudad, noticia que causó una controversia entre el jalisciense Alberto Santoscoy[2] y Vicente de Paula y Andrade (1844-1915).[3] Ese tema ha sido más recientemente retomado por investigaciones a cargo de Ricardo Fernández Gracia. El tercer bibliógrafo que hizo alusión al tema de la introducción de la imprenta en Puebla, aunque de manera errada, fue Joaquín García Icazbalceta (1825-1894). El cuarto estudioso que se interesó por los inicios de la imprenta poblana fue José Toribio Medina (1852-1930).

El quinto historiador de la imprenta en Puebla fue Francisco Pérez Salazar (1888- 1941). Abogado de profesión, tuvo una notable labor como historiador en varios campos del saber, y siempre se interesó por el pasado de su estado natal. Es así como consolidó una importante biblioteca personal que, junto con la de José Toribio Medina, podrían considerarse las más representativas de la bibliografía angelopolitana.

En su clásico estudio Los impresores de Puebla en la época colonial,[4] que es una obra clave para todo aquel que desee adentrarse en las artes gráficas de esa ciudad, el autor hace el recuento y enlista detalladamente a los que antes que él trataron el tema del inicio de la imprenta angelopolitana. Sobre la primera obra publicada en Puebla, Pérez Salazar refiere que, de haber un au­tor, éste sería el padre Mateo Galindo, y que el documento pudo haberse impreso en la segunda mitad del año 1640.[5] Sin embargo, aclara que él ha observado en los viejos protocolos poblanos machotes impresos con fecha de 1639, por lo cual no le extraña que desde esa fecha hubiera habido imprenta en la ciudad. Acerca de quién es el primer impresor, el jurista poblano menciona que pudo ser Juan Blanco de Al­cázar, a quien localiza documentalmente desde principios de 1642, por el contrato de aprendizaje que firma con Manuel de los Olivos, hecho que le hace suponer que tenía taller por lo menos desde un año antes. Sobre cuál es el impreso más antiguo, Pérez Salazar señala que se trata de una “relación del Cabildo de la Catedral sobre el pleito con los jesuitas”, que Medina cataloga con el núm. 2, sin embargo indica que los ornamentos de dicha obra sólo los ha visto usados por el impresor Robledo, y además agrega: “por lo que creo que a él pertenecían”.[6] A pesar de lo expuesto, concluye que:

Con todos estos datos, me atrevería yo a asegurar que Blanco de Alcázar, había sido el introductor de la imprenta en la Ciudad de los Ángeles, si no fuera, porque me consta que Juan de Borja, que aparece también como impresor, al decir de Medina, en el año de 1654, vivía en dicha ciudad, por lo menos desde el 14 de enero de 1639, en que como mercader de libros arrendaba, una casa y tienda por dos años.[7]

Uno de los últimos de los estudiosos que referiremos de esta breve historiografía del tema, fue Salvador Ugarte (1880-1962),[8] quien descubrió y describió en 1943 el Sumario de las indulgencias y perdones impreso en la ciudad de los Ángeles en 1642 por Pedro Quiñones, y patroci­nado por Juan de Borja y Gandia. Ugarte lo da como el impreso poblano más antiguo conocido a la fecha. La licencia de la obra está fechada en Puebla el 20 de junio de 1642, y la otorga el deán de la catedral y comisario de la Santa Cruzada, Juan de Vega, a nombre de Borja, quien era diputado de la Cofradía del Santísimo Sacramento.[9]

Tras este recuento, a continuación se ofrece un recorrido desde el siglo xvii al siglo xix donde se presentan las biografías y los aportes de los impresores más relevantes en la historia de la ciudad angelopolitana.

mostrar Primeras incursiones en la tipografía y en la imprenta poblanas: el siglo XVII

El primer tipógrafo poblano, consideraciones sobre una historia nebulosa

Pedro de Quiñones había sido tipógrafo en la casa de Bernardo Calderón en México, al menos desde 1631. Hacia 1637 tenía imprenta frente a la Casa Profesa, aunque no sé decir con certeza si era propia. En 1641 trabajó con Paula Benavides, la viuda de Calderón, y luego de realizar un impreso poblano, regresó al taller de la impresora, donde estuvo hasta 1670.[10] Según la opinión de Ugarte, Quiñones debe ser reconocido como “el primer tipógrafo poblano”; sin embargo, como veremos, en enero de 1642 se celebrará el contrato de aprendizaje del oficio de impresor entre Juan Blanco de Alcázar y Manuel de los Olivos, por lo cual, suponiendo que Quiñones realmente hubiera tenido el taller en Puebla, ya había otro tipógrafo antes que él en la ciudad.

Ahora bien, cabe preguntarse ¿fue verdaderamente un libro el primer objeto impreso en Puebla? Por lo regular se establece el inicio del arte tipográfico en un sitio determinado bajo la premisa de que la primera obra que se pu­blica es un libro. Sin embargo, es importante señalar la existencia de impresos menores, pliegos sueltos o papeles de convite, que involucran una menor cantidad de material y enseres tipográficos, que permite suponer que esta clase de documentos hubieran sido realizados en Puebla antes de 1642; no obstante, también es factibles que estos mismos documentos pudieran haberse importado desde la ciudad de México. Al respecto, Pérez Salazar indicaba que vio en los protocolos notariales de Puebla, machotes impresos con fechas anteriores a 1639, y agrega que fueron hechos “con tipos más imperfectos que los usados en México”,[11] dando a entender que esa imperfección era una señal de que los documentos habían salido de talleres poblanos.

Ken Ward ha probado que el Arco triunfal efectivamente fue impreso en 1641, pero en México y no en Puebla.[12] Descartado ese primer impreso el siguiente más antiguo es el que Medina cataloga con el número 2 de su bibliografía, e inicia con la frase “Alabado sea el Sanctisimo Sacramento…”. Se trata de una de las piezas que se publicará a raíz de la discusión surgida entre Palafox y los jesuitas; a juzgar por el material tipográfico (ornamentos y letras) el Alabado…, podemos señalar que el objeto impreso más antiguo conocido en Puebla hasta la fecha, fue hecho por Juan Blanco de Alcázar, uno de los tipógrafos de quien hablare­mos a continuación.

Los datos que habían ofrecido los bibliógrafos acer­ca de cuál fue el primer impreso poblano no eran concluyentes y, por eso mismo, tampoco se había podido responder con total certeza quién fue el primer tipógrafo de esa ciudad. Sobre el particular, Medina indica que si se considera a la Historia real y sagrada de Príncipes, de Juan de Palafox, la primera obra impresa en Puebla en 1643, el honor de ser el primer tipógrafo en dicha ciudad le cabe a Francisco Robledo (1640-1647).[13] Sin embargo, él mismo informa que Robledo trabajaba para el Santo Oficio en México antes y después de 1643, por lo que es posible suponer que si se asentó efectivamente en Puebla fue por muy corto tiempo.[14]

Robledo nos lleva nuevamente a Juan de Palafox, el beneficiario directo del inicio de las actividades impresoras en Puebla ya que, si se analiza la producción de dicha ciudad entre 1642 y 1649, 20 de los 32 impresos registrados por Medina fueron de la autoría del obispo, y otros 18 impresos más de él se hicieron en la ciudad de México.

Sobre la relación de Palafox con la imprenta poblana, el bibliógrafo chileno co­menta que en sus búsquedas en el Archivo General de Indias encontró una carta en la que, aunque no se habla espe­cíficamente de Puebla, sí menciona un permiso para la publicación de su propio libro Historia real y sagrada, en el cual se lee que pudiera imprimirse “por cualquiera impresor de los de esta ciudad ó la de los Ángeles”, frase que hace pensar que en 1643 ya había un impresor en la ciudad (ver imagen 1).

Imagen 1. Historia real y sagrada, 1643. Biblioteca Nacional de México.

Medina sugiere que tal impresor fue Juan Blanco de Alcázar, quien realiza sus primeros trabajos en la ciudad de México en 1617, e indica que aparece firmado en Puebla en 1646.[15] Sin embargo, Pérez Salazar da referencias aún más tempranas de su trabajo en la ciudad de los Ángeles, al señalar que tiene constancia documental de que el impresor “tenía imprenta en Puebla y ejercía el oficio por lo menos desde 1641”. Su prueba es el contrato de aprendizaje del oficio de impresor celebrado entre Blanco de Alcázar y Lázaro de Virues, tutor de Manuel de los Olivos, firmado el 30 de enero de 1642.[16]

Los contratos de aprendizaje no son documentos muy abundantes en la historia de la imprenta colonial americana, aunque afortunadamente contamos con ejemplos, varios de los cuales están relacionados con la imprenta poblana. Blanco de Alcázar ya había realizado al menos otro contrato de aprendizaje en México con Diego Alonso, un indio de 14 años, por tiempo de cuatro años. En ese lapso se le iba a enseñar a Diego el ofi­cio de imprimir, tirar, batir, componer y todo lo demás de este arte, hasta que fuera oficial y pudiera trabajar en la parte y lugar que quisiere. En los dos primeros años del aprendizaje, el impresor se comprometía a darle cada mes un peso y medio, y en los dos años restantes, dos pesos mensuales. Asimismo debía garantizarle la comida y el vestido, tenerlo en su casa y pagarle lo que solía ganar un oficial.

En el contrato poblano firmado por Blanco de Alcázar con el tutor de Manuel de los Olivos, el lapso de aprendizaje se reducía a tres años, indicando explícitamente que el entrenamiento completo se realizaría en el taller del primero. Al parecer, el apren­dizaje concluyó satisfactoriamente, ya que en 1645 salieron dos únicas obras de Manuel de los Olivos en Puebla, tras lo cual su nombre desapareció de la historia de la imprenta angelopolitana, para pasar a figurar en la del Perú, a partir de 1665. Pérez Salazar informa que esos impresos son muy raros y considera que pudieron haber sido hechos en la prensa que Blanco de Alcázar prestó a Manuel de los Olivos, para su “examen de suficiencia”. De todas maneras, más adelante el mismo autor trae nuevamente a colación que no será sino hasta 1646 cuando aparecerán los “primeros impresos firmados por Blanco de Alcázar”, tal vez curándose en salud de que dicha oficina no estuviera establecida en la ciudad de los Ángeles antes de esa fecha. Siguiendo la opinión de Pérez Salazar más la comparación bibliológica de los materiales de imprenta que hicimos, consideramos que el bachiller Juan Blanco de Alcázar fue el introduc­tor de la imprenta en Puebla de los Ángeles, posiblemente en 1638, como él lo supuso, o poco antes.[17]

 

Dos fugaces impresores en Puebla: Pedro de Quiñones y Diego Gutiérrez

En el inicio de la actividad impresora poblana encontraremos algunas intermiten­cias y varios nombres que aparecen en uno o dos documentos y luego se esfuman del panorama. Es el caso de Pedro de Quiñones y Diego Gutiérrez, de quienes daré los pocos datos que de ellos se conocen.

Quiñones entra en escena cuando, en 1943, Salvador Ugarte da a conocer el que para muchos es el primer impreso colonial poblano, con pie de imprenta completo “Sumario de las indulgencias y perdones concedidas a los cofrades del Santísimo Sacramento visitando la iglesia donde está instituida la dicha Cofradía, impreso en Puebla de los Ángeles por Pedro Quiñones en 1642”.[18] Es importante advertir que la preposición “por”, antes del nom­bre del impresor, nos indica que se trata de un cajista o regente, mas no el dueño del taller, lo que despierta la duda sobre la propiedad del taller poblano en el cual Pedro realizó la edición; considerando lo señalado arriba sobre Juan Blanco de Alcázar, pensamos que posiblemente fuera de él.

El segundo impresor fugaz fue Diego Gutiérrez tipógrafo del Sermón que predicó en Antequera el Ilustrísimo señor don Bartolomé de Benavides, impreso en Puebla en 1643.[19] El bibliógrafo chileno consideró que se trataba de un hijo de Pedro Gutiérrez (activo entre 1620-1621) que fue regente en el taller mexicano de Diego Garrido en 1632 y que laboró, junto con Pedro de Quiñones, como cajista[20] en la imprenta de la viuda de Bernardo Calderón. Medina dice, además, que Gutiérrez no trabajó entre 1634 y 1643, cuando reaparece de la mano de Quiñones en la imprenta de Paula de Benavides, y finalmente agrega: “En aquel año [1643] se trasladó a Puebla, donde imprimió, en cuanto conocemos, un solo folleto, al menos que lleve su nombre: el Sermón de la Asunción del obispo don Bartolomé de Benavides. Es posible que allí se deshiciese de su taller, traspasándolo quizás a Manuel de los Olivos”.[21]

En este contexto interesa destacar el sermón de Benavides, además de su enigmático impresor, porque con ese impreso se inicia la estrecha relación entre la imprenta poblana y la edición oaxaqueña, hasta consumarse el establecimiento de imprenta en el valle de Antequera, desprendida precisamente de Puebla. La de Benavides será la primera de una larga lista de ediciones sobre tema oaxaqueño salidas de las prensas poblanas.

Lo notable con los impresores Gutiérrez y Quiñones es que los dos tuvieron relación con una prominente impresora novohispana del siglo xvii: Paula Benavides, viuda de Ber­nardo Calderón.[22] Casi 50 años más tarde del impreso de Gutiérrez, el 17 de mayo de 1694 para ser precisos, Diego Fernández de León otorgaba un poder especial a favor de un tal Gutiérrez para que administre su librería e imprenta y, en general, para que represente su persona, derechos y acciones. Aunque sin duda no se trata del mismo Gutiérrez de 1643, creemos que tal vez sea un familiar de aquel, porque se trataba de un impresor y librero capacitado y de confiable al que Diego encargó su taller.

 

Los Borja y Gandia: la primera familia de libreros-impresores poblanos

La primera línea familiar de la cultura impresa en Puebla se inicia con Juan de Borja y Gandia. Homónimo de un impresor gaditano activo durante la década de 1620, nues­tro Juan de Borja era de origen francés y, contrariamente a lo que opina Pérez Salazar, no existe suficiente evidencia para indicar que fue el mismo tipógrafo establecido en Cádiz. El dato más difícil de explicar y que sugiere que son dos personas distintas y no la misma, es que conociendo el arte de la imprenta, Borja no hubiera inicia­do inmediatamente sus actividades editoriales en Puebla desde la fecha de su llegada.[23]

La principal actividad de Borja padre durante varios años fue el comercio de libros, labor que también continuó su hijo Juan. Sobre este asunto es importante mencionar que el padre le otorgó al hijo un poder para comerciar con libros e impresos hasta por cuatro mil pesos. Asimismo, hemos localizado un documento en el Archivo General de la Nación de México en que los miembros de la Santa Inquisición lo inculpan por traer libros prohibidos de España.[24]

Algunos documentos[25] nos permiten decir que Juan de Borja y Gandia no trabajó como impresor en Puebla; sin embargo, quienes sí figuraron en las prensas poblanas fueron Inés Vázquez Infante y Juan de Borja Infante, su viuda y uno de sus hijos.

 

Madre, hijo y un taller: Inés Vázquez Infante y Juan de Borja Infante

Por el testamento del bachiller y presbítero Antonio de Borja, fechado en 1667, se sabe que Juan de Borja Infante fue natural del puerto de Cádiz[26] y que estuvo casa­do con doña Gerónima de Soberanes y Virueña,[27] unión de la cual nacieron Antonio; Clara de Borja, que sería mujer del capitán don Miguel Vázquez Mellado, regidor perpetuo de Puebla, y Rosa de Viterbo. Como es evidente, el hecho de que al menos un hijo de Borja el Viejo naciera en Cádiz plantea la duda de la residencia familiar de forma previa al arribo de un Borja a Puebla. José Toribio Medina consideró que Juan de Borja Infante era el esposo y no hijo de Inés, dato que fue esclarecido más tarde por Pérez Salazar. Francisco heredó el oficio de librero del padre y, a la temprana edad de 20 años, logró su emancipación. Juan de Borja Infante figura en las portadas poblanas entre 1654 y 1656, fecha esta última a partir de la cual fue sustituido por su madre.

La mayor parte de las actividades de Borja Infante estuvieron relacionadas, como la de la mayoría de los impresores poblanos, aunque no exclusivamente, con las necesidades episcopales. Los trabajos del obispado siguieron fluyendo para la madre y el hijo quienes, salvo el fugaz lapso de vida de la imprenta del Colegio de San Luis, seguían siendo impresores únicos en la ciudad de Puebla. En 1675 la im­prenta tendrá a su favor un nuevo saldo por cobrar gracias al deán Juan Sánchez Navarro.

Juan de Borja Infante hará nuevamente aparición en las prensas poblanas entre 1687 y 1688, cuando salen algunos impresos bajo su nombre, elaborados con material tipográfico bastante deteriorado.[28] Juan murió el 9 de octubre de 1690 y fue enterrado en el templo de los dominicos, igual que Blanco de Alcázar. En su testamen­to, otorgado ante Francisco Solano,[29] no refiere tener imprenta alguna, aunque sí deudas con personajes del mundo libresco: el licenciado Diego Calderón, miembro de la famosa familia de impresores y libreros de la ciudad de México, y el también impresor y librero de la capital Francisco Rodríguez Lupercio; además tenía una deuda con An­tonio Butragueño, quien posiblemente sea el tipógrafo Butragueño que veremos más adelante trabajar con Diego Fernández de León.

Por lo que toca a Inés Vázquez Infante, quien siempre firmó sus libros como “la viuda de Juan de Borja y Gandia”, comenzó a aparecer en los impresos en 1656. De ella se conocía un testamento del 26 de agosto de 1672 ante el notario Tomás de Ortega,[30] en el que declara ser natural del pueblo de Barrancos, en Castilla la Vieja,[31] y ser casada con Juan de Borja y Gandia. Decía además ser madre de cuatro hijos: Juan (el impresor); fray Fran­cisco de Borja, religioso franciscano;[32] Luisa, monja de Santa Clara, y María, viuda de Miguel Correa; sin embargo, en dicho testamento no se menciona la imprenta. La experta en conservación, Mercedes Salomón, quien ha estudiado específicamente a esta familia de impresores, localizó un testamento previo, fechado en 1660, en el cual Inés indica:

declaro por mis vienes todos los libros que tengo en una tienda en los portales de la plaça publica de esta dicha ciudad y el mueble y menaje de mi cassa de una tienda de libros en los portales de la plaza pública y de una imprenta corriente que vale mil pesos poco más o menos. Y ordeno que la dicha imprenta la administre el dicho Juan de Borja Infante mi hijo mientras viviera con cargo de que la tenga el susodicho corriente entera y aviada.[33]

Este documento nos presenta con claridad el estatuto de propiedad sobre el taller tipográfico que tanto perturbó a Pérez Salazar.[34] Diez años después de comenzar a figurar su nombre en los impresos, la primera impresora poblana obtuvo una “lizen­cia para ymprimir los actos conclusiones de todos los colexios y conventos de religiosos [de Puebla] y otras obras del uso continuo y público que resultan en su bien y combenienzia”.[35]

De la viuda de Borja y Gandia se conservan entre varios libros, uno muy voluminoso: Perfecta religiosa, obra en la que participó como componedor Lázaro Rodríguez de la Torre, mulato libre y maestro impresor.[36] Después de acompañar a la viuda, Lázaro siguió ejerciendo el oficio: en un testimonio fechado en 1706 se mencionaba que Lázaro Rodríguez de la Torre había sido componedor de la im­prenta de Diego Fernández de León y le había ayudado a “fundir letras para armar una imprenta destinada para la ciudad de Oaxaca”.

Inés Vázquez Infante, la primera impresora poblana, murió el 6 de diciembre de 1686, tras haber estado vinculada al taller durante más de cuatro décadas. Fue enterrada en la iglesia de Santa Clara, posiblemente porque allí estaba de monja una de sus hijas.

 

Diego Fernández de León: el impresor del barroco poblano

En 1682 da inicio la actividad tipográfica de Diego Fernández de León, quien fue hijo de An­tonio Fernández y Luisa Álvarez de León, avecindados en la ciudad de Valladolid, en los reinos de Castilla.[37] Pérez Salazar indica que Diego era “Maestro Librero entiéndase encuadernador de libros”, dato que no entendemos por qué dedujo erróneamente, ya que aunque es verdad que en su tienda se elaboraron actividades de encuadernación, Diego siempre se denominó librero. Sin embargo, las actividades de Diego deben haber iniciado años antes de 1682, porque pocos meses después del 22 de julio de ese año en el que contrajo matrimonio con Ángela Ruiz Machorro, firmaba un contrato para la compra de una imprenta. Con Ángela Ruiz Machorro tuvo tres hijos: Lorenza, Diego y Miguel, de los cuales sólo Miguel estará relacionado con la empresa familiar, como veremos más adelante.

En septiembre de 1682, Diego comenzó los trámites para montar una imprenta. Para eso adquirió un préstamo ante el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, por dos mil pesos, y sus fiadores fueron Nicolás Ruiz Machorro, su cuñado, el alférez José Gómez de la Parra y el doctor Juan Martínez de la Parra. La imprenta que adquirió fue, al menos en parte, la que había usado la viuda de Juan de Borja y Gandia,[38] ya que el mismo año del inicio de las actividades de Diego desaparecen los impresos de Inés Vázquez Infante (ver imágenes 2 y 3).

Imágenes 2 y 3. Impresos de la viuda de Borja e impreso de Diego, 1673 y 1686, respectivamente. Biblioteca Nacional de México.

El taller se ubicó inicialmente en el “Portal de los Libreros”, en una casa con dos habitaciones que arrendó a María Márquez de Solís. Asimismo, y al igual que lo había hecho Juan Blanco de Alcázar, recibió a un par de aprendices: Bernardo de Armengol y Miguel del Río Gómez. Puesta en marcha la imprenta y en camino de consolidar el negocio, debe haber sentido la necesidad de equipar mejor el taller, por lo que solicitó un nuevo préstamo, esta vez por 500 pesos, indicando expresamente que lo necesitaba para avíos de su imprenta.

Mientras Diego tuvo tienda, las actividades de impresor siempre estuvieron acompañadas de las de librero, como es evidente en varios de los pies de imprenta de los libros salidos de su taller. En 1685 Diego decide ampliar el alcance geográfico de su taller y establece una imprenta en Oaxaca, que inclusive en 1706 era suya y corría a cargo de Antonio Díaz Maceda, siendo por este hecho el responsable del establecimiento de la tipografía en Antequera.[39]

Los años que corren de 1685 a 1689 serán muy complicados para el impresor. Pérez Salazar atribuye sus problemas al deterioro de los útiles del taller, cosa que posiblemente sea cierta, a la luz de la excelente calidad que sigue a esa etapa crítica. El 31 de marzo de 1688 hipotecó su imprenta y se obligaba a pagar en dos años al capitán Tomás de Arana González, regidor de la ciudad y tesorero de la Santa Cruzada, una deuda de 500 pesos de oro común. Tenía el taller completo, incluidos los moldes para fundir letra, en la casa del licenciado Nicolás Álvarez, presbítero de la catedral de Puebla.

En 1686 Fernández de León se traslada a la calle de Cholula, en la esquina de la plaza, a una casa que era de Eugenia Salgado Somosa, viuda de Diego Pulgarín. 1688 también fue un año agitado para el impresor, ya que realizó una serie de actuaciones notariales que nos permiten conocer algunas de sus maniobras comerciales. Asimismo, a partir de entonces se indica por primera vez en las portadas el uso de nuevos tipos que le había traído de Amberes[40] Fernando Rome­ro, un cargador vecino de los reinos de Castilla.[41] Para saldar esa compra, Diego posiblemente adquirió un nuevo compromiso fi­nanciero, esta vez con José Fernández de Vargas.

Es importante mencionar un hito en la producción impresa de Diego, vinculado con la renovación de su material tipográfi­co, ya que en 1689 usará por primera vez su marca tipográfica (ver imagen 4).

Imagen 4. Marca tipográfica de Diego Fernández de León, 1689. Biblioteca Nacional de México.

No me detendré exhaustivamente en este asunto[42] pero sí deseo comentar una circunstancia del uso de esta marca que ha pasado inadvertida en estudios previos. Elizabeth Castro menciona la posibilidad de que:

Un modelo que quizá no debió haber pasado por alto Diego Fernández de León y bien pudo haber predispuesto en cierta medida su elección, es la marca tipográfica de Gabriel León. Homónimo por el apellido y contemporáneo de Diego Fernández de León, este editor librero madrileño fue uno de los personajes más importantes en el ámbito libresco del siglo xvii en España.[43]

Lo que deseo señalar es que Gabriel de León, en 1684, tenía contacto directo con México, ya que obtuvo licencia para traer libros, prácticamente al mismo tiempo que Diego inició sus labores tipográficas. Este hecho, sumado a la importación de varios libros, entre los que se cuentan Artes de Nebrija, editados por el madrileño, texto que en 1690 Fernández de León imprime, apuntalan la explicación del origen del modelo que usó Diego como blasón, en la medida que es casi imposible que el poblano no hubiera visto los libros del madrileño.

En 1688 Diego emprenderá el trámite ante el virrey Gaspar de Sandoval Cerda Silva y Mendoza por la obtención de su privilegio de im­presión de convites. Para ello realiza un amplio memorial en que describe el estado de su imprenta, y expone los motivos de tal pedido. Dice, entre otras cuestiones, que con la imprenta imprime papeles de convites para en­tierros, actos, conclusiones y otras obras literarias, pero que no cuenta con muchos ingresos, por no ser tan amplios los tirajes ni “haber en aquella ciudad [de Puebla] Real Universidad”. El virrey respondió favorablemente a esta petición, el 11 de julio de 1688.

En octubre de 1689 el impresor arrendó una casa al capitán don Felipe Ramírez de Arellano, alquiler que correría desde enero de 1690; el domicilio estaba situado en el Portal de las Flores. En la planta alta funcionaba una imprenta (una prensa con nueve cajones de letra), asistida por cinco oficiales.[44]

 

La primera incursión mexicana de Diego Fernández de León

Con la imprenta mejor equipada, el taller del impresor poblano cobró mayor prestigio, de suerte que el prepósito de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús de la ciudad de México, el padre Alonso Ramos, le solicitó la impresión de la Vida de Catarina de San Juan,[45] obra al parecer muy rara, porque fue prohibida y manda­da destruir por la Inquisición. El primer tomo de esta obra se imprimió y encuadernó en Puebla, pero el segundo y tercero se realizaron en la ciudad de México, para lo cual se pidió a Diego instalar una parte de su taller en la capital del virreinato, que estuvo activo por tres años.

El 7 de junio de 1691 es la fecha de la confirmación del privilegio real de impresión que Diego había obtenido en 1688, lo que le permitió autodenominarse en algunos trabajos como “impresor por su Majestad”.[45] Ese refrendo, y la buena marcha de las actividades comerciales en México y Puebla, sin duda lo animaron a seguir mejo­rando la calidad del taller con nuevos pedidos de letra de Flandes. En 1692 llegó una nueva remesa de material, que informó en el pie de imprenta de la Breve summa de la oración mental de fray Juan de la Madre de Dios (ver imagen 5).

Imagen 5. Breve summa de la oración mental,1692.

En 1693 se realizan varios libros e impresos y en ese mismo año Diego Fernández de León pedía nuevamente que se surtiera el faltante de tipos de imprenta, tarjas de varios san­tos y letra florida flamenca, que no habían llegado en el pedido de 1690. Por ello, el capitán Fernando Romero y Torres “se obligó a traerle toda la cantidad de letra que menciona dicha obligación”,[46] que no se había podido conseguir completa en la ciudad de Amberes por las guerras de Europa. En esa oportunidad sólo había provisto “sesenta y tres arrovas y media que será poco más o menos la tercera parte de la que contenía dicha memoria, de la qual le tiene pagado su valor en reales de contado, de que se da por contento y entregado”.[47] Es importante señalar que este instrumento notarial lo realizan por igual Diego y Ángela, su mujer, lo que interpretamos como una impli­cación de ella en el negocio de la imprenta.

En abril de 1694, y para pagar el encargo que había hecho al capitán Romero y Torres, Diego solicita al obispo de la catedral de Puebla un préstamo en efectivo, indicando que es para pagar lo de su imprenta y librería. Es justo en 1694 cuando Fernández de León se distraerá del taller para atender la herencia de los bienes del abuelo de su mujer, especialmente la hacienda en Tepeaca. Él y su mujer decidieron hacerse con la mayoría de las partes que correspondían a los otros herederos de Machorro, para lo cual realizaron una serie de hipotecas. Los distintos pagos pendientes se iban saldando con nuevas hipotecas y compromisos, como el que Diego tomó con el convento de religiosas de la Limpia Concepción de la ciudad de Puebla, entre otros.

En esas circunstancias, y con la imprenta nuevamente equipada, Diego se vio imposibilitado de atender el negocio editorial, por lo que decidió entregar la regencia del taller a un tercero y contratar oficiales. El regente del taller y librería, así como su representante para acciones varias será [¿José?] Gutiérrez, y los oficiales Juan de Paredes y José Rodríguez de la Torre.

En el primer caso, Diego y Gutiérrez acordaron que el segundo atendería la tienda e imprenta, vendiera a las personas por los precios que le pareciesen, y concertaría bienes y esclavos. Por otra parte, con los oficiales Juan y José, Diego pactó que ambos trabajarían durante 6 años. La jornada laboral sería desde las 7 hasta las 12 y desde las 2 hasta que acabara la tarea del día. Diego proveería el papel y la tinta. Independientemente de todos los acuerdos, provisiones y recaudos que Fernández de León tomó, finalmente optó por vender la imprenta a Juan de Villarreal, que a su vez la pasará a Sebastián de Guevara y Ríos, de quienes nos ocuparemos al terminar el relato completo de Diego. Fernández de León se alejará, por tanto, de las labores tipográficas entre 1695 y hasta 1704, año en que regresará nuevamente a esa actividad.

En 1705, al año siguiente de haber comprado nuevamente el taller, se reavivó el pleito que tenía con fray Miguel de Valverde, por lo cual solicitó más tiempo para pagar la hipoteca que reportaba la imprenta y que había aumentado en manos de Villarreal. Al negarse el fraile a dar una mora, Fernández de León rindió un extenso testimonio en 1706, que nos da una imagen bastante completa de su vida y labor. En ese documento se indica que, si bien la carestía de papel continuaba en el reino, había logrado pagar más de cuatro mil pesos de sus deudas. El pleito siguió con el procurador de la provincia de Oaxaca hasta enero de 1710, ya que de esa fecha en­contramos un protocolo donde Diego y Ángela se comprometían a saldar la deuda de 700 pesos de oro común que aún restaba, aunque el protocolo no pasó.[48] Entre 1708 y 1709, a pesar de que seguía figurando su nombre en los impresos que salían, el taller era regenteado por su hijo Miguel Fernández Machorro. En enero de 1709 Diego realizó una subrogación de obligación de fiadores a favor del licenciado Nicolás Álvarez, maestro de ceremonias de la Catedral, para garantizar los 1500 pesos que le facilitaron para comprar letra de Flandes para su imprenta.[49] Unos meses más tarde, su hijo Miguel le da un poder para que en la ciudad de México le pida al licenciado Pedro Sánchez de Alcarás –abogado de la Real Audiencia y que pronto viajaría a Es­paña– que salde el costo del privilegio de impresión que le había concedido el rey.[50]

 

La segunda incursión mexicana de Fernández de León

A pesar de la mejora paulatina del establecimiento tipográfico poblano en su segunda etapa, Fernández de León decidió consolidar su situación financiera trabajando como agente de negocios ante la Real Audiencia en la ciudad de México, actividad que desarrolló entre 1708 y 1709.

En el año de 1710, cuando sus negocios de agente le habían permitido afincarse en México, trasladó por segunda ocasión su imprenta de Puebla a la capital del virreinato y estableció algunos contratos, para contar con asistencia de personal tanto en el taller como en la tienda de libros. El primero de estos contratos, con duración de tres años, fue con Bartolomé del Rivero, mercader de libros; en él le pedía que imprimiera los papeles de convites de entierros, honras, vales o escrituras, y que los vendiera en la tienda. Es importante señalar que la relación entre Fernández de León y Rivero se remontaba por lo menos a 1695, ya que Rivero fue el patrocinador de la tercera edición que Diego hizo de la cuarta parte de la gramática de Antonio de Nebrija.[51] En ese mismo contrato Diego otorga además poder general a don Carlos de Olavaría, procurador de causas de la Audiencia Ordinaria de la ciudad de México, para que lo represente en todos sus pleitos, causas y negocios civiles y criminales. El segundo contrato que firmó Diego fue con Antonio de Gama, con quien celebra un acuerdo de aprendizaje del oficio de componedor por un lapso de cuatro años.

Entre los libros que Diego tenía contratados hacia el final de su carrera figuran las dos únicas obras en lengua portuguesa que se hicieron en la Nueva España: el Luzeiro Evangélico del franciscano Juan Bautista Morelli de Castelnovo y otra más, de la que no hemos podido hallar el título.

El contrato para una segunda obra, que no se ha registrado en las bibliografías angelopolitanas, era con el capitán Osorio, en este caso por la impresión de dos mil ejemplares, con un costo de 1 500 pesos. Al momento de testar Diego informaba que estaban impresos 30 pliegos y declaraba que su esposa e hijo necesitarían un adelanto para pagar las “cartas de los pliegos que se han de proseguir”. Además de esas dos obras, de las que tenemos datos muy específicos, Diego im­primió por lo menos otras ocho más, de las cuales deseamos mencionar una que él mismo patrocinó y dedicó. Se trata del: Mystico examen, y un christiano escrutinio, con que Fe explica lo que es, y en que consiste el verdadero amor de Dios. Para Religiosas, y demás personas que tratan de virtud. Que consagra Diego Fernández de León a María Santísima Nuestra Señora en su milagrosa imagen de Consolación (filetes). Con Licencia de los Superiores. En México en la imprenta de Diego Fernández de León, frente a las Rejas de Balvanera. Año de 1710.[52]

Diego murió el 7 de agosto de 1710 y fue enterrado en el templo de San Francis­co de la ciudad de México.[53] Su producción editorial fue amplia y, en general, de excelente calidad. Además de las obras anteriores cabe mencionar que en su prolífica carrera Diego realizó además la Historia de la vida de fray Cristóbal de Molina, por fray Nicolás Ponce de León (1686), la Doctrina en Lengua Zapoteca de don Francisco Pachecho de Silva (1689), las dos ediciones del Arte de la Lengua Mexicana, de Antonio Vázquez Gastelu (1689 y 1693),[54] la Carta Atenagórica de sor Juana Inés de la Cruz, la Octava Maravilla del Mundo (1690) y numerosos pliegos sueltos.

Al mes de haber muerto Diego, Ángela y su hijo Miguel se otorgaron poderes en­tre sí, y a su vez a José Patiño, para que pidiera prórroga a los acreedores. El taller continuó sólo el tiempo necesario para sacar a luz dos obras con pie de imprenta de “Viuda de Diego Fernández de León”.[55] Miguel Fernández Machorro regresará a Puebla, donde trabajará algunos años más como librero. El taller completo de Diego, tanto el de México como el de Puebla, así como su privilegio real de impresión, pasarán a manos de Miguel de Ortega y Bonilla, inicián­dose con él la segunda dinastía de impresores poblanos.

 

De capitanes e imprentas: Juan de Villarreal y Sebastián de Guevara y Ríos

En 1695, por su interludio al frente de la administración de la hacienda de Tepeaca, Diego Fernández de León vendió su imprenta al capitán Juan de Villarreal. Por los datos que ofreció en su testamento sabemos que Juan, hijo de don Nicolás de Villarreal y Avendaño y de doña Magdalena Rodríguez Verres Campusano, había nacido en la villa de Truxeque, en las Alcarrias del arzobispado de Toledo. Fue militar de las tropas españolas y contador, y estuvo casado con doña María de Morales, con quien tuvo cuatro hijos.

Pérez Salazar señala que la motivación de Juan para comprar la imprenta de Diego Fernández de León fue observar la prosperidad que la revestía, aunque nada indica que contara con conocimientos en el oficio, lo cual posiblemente repercutió en que el negocio pronto decayera. Pero en buen o mal estado, el taller duró poco en sus manos ya que, viudo y enfermo, Juan de Villarreal otorgó testamento en noviembre de 1696 y murió pocos meses más tarde, el 2 de enero de 1697, siendo enterrado en la Catedral de la Puebla de los Ángeles.

Sus dos hijos varones tomaron posesión de la imprenta, pero el regente fue el presbítero don Miguel de Villarreal. Él tuvo que hacer frente a la enorme deuda que pesaba sobre el taller. Esta mala situación financiera contrastaba con la excelente calidad y surtido tipográfico del mismo, ya que 1695 será uno de los años de mayor auge en materia de letras. De noviembre de ese año es un contrato celebrado entre el cargador Juan José de Liñán y Miguel de Villarreal, contrato que era en realidad una actualización del compromiso para la importación de letra flamenca, que en noviembre de 1693 habían establecido el capitán Fernando Romero y Torres y Diego Fernández de León. De ese entonces quedaba pendiente la entrega de un remanente. En el nue­vo documento de 1695 se dan importantes informaciones, que permiten ampliar nues­tro conocimiento sobre los circuitos de aprovisionamiento tipográfico entre Flandes, la península ibérica y México.

Lo primero de que nos enteramos es que la remesa de material tipográfico que no había llegado a Puebla permanecía “en poder de los herederos o albaceas de Tomás López de Haro, difunto impresor y mercader de libros que fue de dicha ciudad de Sevilla [donde] paran todas las letras y demás cosas contenidas en dichas faltas”.[56] Esta referencia es por demás interesante, porque permite trazar una serie de hechos que vinculan la ruta tipográfica flamenca con la poblana a través de la figura de Tomás López de Haro. Las actividades de este librero e impresor se desarrollaron entre 1678 y 1693 en Sevilla, sin embargo, y como nos lo refiere Juan Delgado Casado, es muy posible que López de Haro iniciara sus actividades en Leiden antes de pasar a Sevilla, ya que la obra Commentarii in octo de Blas de Benjumea, citada por Palau, fue impresa en Lugduni Batavorum en 1677, con pie de imprenta de López de Haro, lo mismo que la Opera theologica de mismo autor e impresor, de 1678.

Leiden es una ubicación particularmente interesante para los fines de nuestro es­tudio, ya que hay que recordar que allí tuvo sucursal Cristóbal Plantin, el conocido impresor de Amberes, taller que estuvo a cargo de su yerno Rafelengius.[57] Fue nada menos que en esa sucursal en la cual casi un siglo antes había trabajado el tipógrafo flamenco Cornelio Adrián César, que más tarde se trasladaría a México para trabajar en numerosos talleres.[58]

La conexión americana de Tomás López de Haro es evidente al menos por dos obras: el Arte y gramática general de la lengua de Chile, de Luis de Valdivia, que salió de sus prensas en 1684 y, más cercana para el caso mexicano, la edición de las obras de sor Juana Inés de la Cruz, que fueron impresas en 1692.[59] Aun­que Tomás murió en el año 1696, el negocio siguió en manos de sus herederos hasta 1722, quienes continuaron con su enlace americano.

La inicial actividad de Tomás López de Haro en Flandes y el hecho de que hubiera impreso obras de temática mexicana nos hacen pensar en una conexión directa entre el impresor sevillano y Puebla, conexión que se refuerza mediante la figura de Juan Francisco López de Haro, muy posiblemente un familiar directo de aquel, que estaba casado con la poblana Inés Pacheco, y que Francisco viajara a la Nueva España en septiembre de 1695.

El responsable de traer de Sevilla a Puebla el material faltante del pedido de Diego Fernández de León fue Juan José de Liñán, quien para garantizar la satisfacción de la encomienda iba a “solicitar y hacer que un Oficial componedor la reconozca y coteje con dicha memoria y vea si lo que se pide en ella está conforme y con las circunstancias que contiene”, y se comprometía que si algo faltara sería él quien lo traería desde Flandes.

En el nuevo acuerdo se especificaba también que las letras –cuyo monto sería de 500 pesos de oro común– “han de ser de calidades tamaños y géneros que contiene dicha memoria y conforme a la muestra que de cada cosa lleva, de suerte que no sea mas alta ni mas baja dicha letra, que hará reconocer a un oficial componedor a costa de los dichos Capitán Juan de Villarreal y su hijo [Miguel]”.[60]

Estas consideraciones de orden técnico se refieren a dos aspectos de los tipos de imprenta: el primero es la altura del hombro superior al hombro inferior de la letra, y el segundo es la altura del árbol del tipo, es decir, el tamaño que tiene la pieza desde la superficie de la letra que recibe la tinta e imprime, hasta la base del tipo móvil.

Volviendo a otros datos del pedido de 1693 y refrendado por Villarreal en 1695, es importante señalar que el encargo no se limitaba a las letras, también se solicitaban grabados. Lamentablemente no tenemos ni los muestrarios de letra ni la relación de imágenes que el pedido incluía, por lo que no sabemos exactamente cómo y cuáles eran esas imágenes. Los testigos del contrato de 1695 fueron Juan Francisco Fernández de Orozco, Nicolás Guzmán y Juan Crisóstomo de Alzérreca, vecinos de la ciudad, de quienes sólo conocemos la profesión de Fernández de Orozco, que era tipógrafo.

El tema del envío tipográfico incompleto todavía seguiría dando vueltas en 1706, ya que en el amplio testimonio que rindió Miguel de Villarreal, por el pleito que Diego Fernández de León tenía con el padre Valverde de Oaxaca, sale a relucir que el envío de 1695 continuaba sin completarse.

 

La imprenta de Sebastián de Guevara y Ríos

Miguel de Villarreal nos informa en el mismo memorial de 1706 que su cuñado, el capitán don Sebastián de Guevara y Ríos, compró la imprenta dos años antes, aunque dice que en realidad la había vendido como un año y medio antes, es decir hacia mediados de 1701, y da como razón para la venta “no hallarse con reales para pagar la deuda que sobre sí tenía la d[ic]ha imprenta”.

En efecto, Sebastián conocía la situación del taller porque había sido uno de los acreedores de Miguel de Villarreal cuando tuvo que pagar el tercer embarque de letra flamenca, pero también tenía conocimiento de la deuda por la relación familiar que los unía. Sebastián estaba casado con Mariana Villarreal, una de las hermanas de Miguel, con quien tuvo tres hijos. El taller en manos de uno de ellos, Sebastián, duró poco, y será él quien nuevamente lo venda a Diego Fernández de León. Ya liberado de la imprenta, encontraremos a Sebastián en varias transacciones de esclavos: el 27 de agosto de 1709 da una carta de libertad a Miguel Ysla, un esclavo que, más tarde, será oficial de Manuela Cerezo, la viuda de Miguel de Ortega y Bonilla.

Los vínculos mercantiles entre Miguel y Sebastián continuaron varios años, tal vez por ser parientes políticos, como lo demuestra el contrato de arrendamiento que firmaron el 20 de septiembre de 1710. El alquiler era de una tienda con accesoria y casa en el Portal de las Flores por cinco años que corrían desde el 1 de enero de 1711. Posiblemente esa ubicación los puso en contacto con el impresor Miguel de Ortega y Bonilla, que ese mismo año empezó sus labores tipográficas en el mismo portal. Miguel de Ortega, de quien hablaremos más adelante, murió en 1714 y será su viuda, Manuela, la que quede al frente del negocio editorial y a cargo de la familia. Justamente Miguel Villarreal y Sebastián de Guevara serán designados curadores de los hijos de los Ortega y Bonilla en 1717, y además Sebastián, a pedido de Manuela, hará el avalúo de los géneros de mercerías de las tien­das, como resultado del proceso de herencia que se seguía desde 1714 por la muerte de Miguel de Ortega y Bonilla.

El capitán Sebastián de Guevara y Ríos murió el 23 de diciembre de 1718 y fue enterrado en la iglesia catedral de Puebla, habiendo otorgado testamento ante José Martínez y nombrado como albaceas a sus hijos y herederos el licenciado Manuel de Guevara, Juan de Guevara y Sebastián de Guevara.

mostrar Impresores esporádicos, familias y jesuitas: la imprenta y tipografía en Puebla durante el siglo XVIII

José Pérez Turzios: el gusto por el ornamento tipográfico

Entre la primera y segunda décadas del siglo xviii se desarrolló en Puebla la breve pero notoria labor tipográfica de José Pérez Turzios. De su taller salieron pocas obras, pero no se podría decir que “pocas” es sinónimo de “imprenta pobre”, sino más bien de una imprenta que existió en un momento de carestía de papel, lo cual redundó en una drástica disminución de los libros producidos, aunque eso no impidió que se hubieran publicado panfletos e impresos menores.

Sobre este impresor hace notar José Toribio Medina que, a diferencia de sus coetáneos Guevara y Villarreal, sí era “impresor de libros en la Puebla de los Ángeles”, hecho que consta en la cédula real fechada el 9 de noviembre de 1701.[62] Lo notable de ese documento es que, a la letra, expresa que hubo un traspaso de imprenta de Diego Fernández a Pérez, del que no hemos hallado pruebas documentales pero que pone al segundo impresor como mediador en la cadena de privilegios que va de Diego Fernández a Miguel Or­tega y Bonilla.

Es importante advertir que Pérez imprimió desde 1701 hasta el año 1711, inclusive, lo cual demuestra que fue él quien transfirió el privilegio a Ortega y Bonilla, como veremos más adelante. Imposibilitado de demostrarlo, es justamente en esta parte de la historia de la imprenta poblana en la que José Toribio Medina se queja amargamente de las dificultades que tuvo para acceder a los archivos angelopolitanos, en busca de los documentos que le permitieran dilucidar sus dudas.

El taller de Pérez estuvo situado en la calle Cholula; ese domicilio ya lo habíamos visto en algunos de los impresos de Fernández de León, por lo cual deducimos, tomando como referencia la cédula anteriormente citada, que la impren­ta de Pérez funcionó en la misma ubicación que la de su antecesor.

Si bien Medina y Pérez Salazar indican que la actividad impresora de Pérez estuvo vinculada con el uso del privilegio para la impresión de convites, a juzgar por los libros que se conocen y conservan de él podemos decir que no sólo hizo ese género de obras, sino que surtió a una amplia red de clientes, algunos de los cuales lo habían sido antes de Fernández de León. Si tomamos como ejemplo los tres libros de Pérez que se conservan en la Biblioteca Nacional de México vemos que realizó trabajos para la orden de los Bethlemitas, entre otros.

La primera de las impresiones que hemos estudiado fueron las Constituciones de la orden de los Bethlemitas (1707). El nombre oficial de esta orden fue de los “Hermanos de Nues­tra Señora de Bethlehem”, y fue creada por San Pedro de San José Betancourt en Guatemala, en 1656, con el fin de servir a los pobres.[63] En 1674 llegaron a México los primeros frailes betlehemitas y 20 años después contaban con un convento en la calle Tacuba y un hospital de menesterosos, donde además en­señaban a los niños. La orden fue suprimida en 1821, cuando en México contaba con más de 20 hospitales y una decena de escuelas para niños.

Medina y Pérez Salazar no indican nada más acerca de José Pérez Turzios y sólo señalan que trabajó durante una década. Dejó de imprimir en 1711, justamente un año antes de que iniciara labores Miguel de Ortega y Bonilla.

 

Francisco Javier de Morales y Salazar: el maestro impresor de la catedral

Saltando algunos años hacia delante en la secuencia cronológica de impresores poblanos, mencionaré a Francisco Javier de Morales y Salazar quien será, durante algún tiempo, competidor de Manuela Cerezo, la viuda de Miguel de Ortega y Bonilla.

Es muy poco lo que se sabía hasta ahora de Francisco Javier de Morales, pero gracias a la documentación que hemos encontrado podemos afirmar que empezó su labor tipográfica en un establecimiento ubicado en el Portal de Borja, hacia el año 1725 y, al poco tiempo, se casó con Joa­quina María de Loaiza y Erazo. Medina indica que Francisco Javier además de tipógrafo era librero, hecho bastan­te probable, a juzgar por la ubicación del negocio.[64] Morales laboró hasta 1736, fecha a partir de la cual ya no salen de su taller impresos de importancia.

 

Una imprenta “Castellana y Latina” en Puebla

Morales nombró a su taller como “imprenta Castellana y Latina”, sin embargo no compartimos la opinión de Pérez Salazar de que el impresor haya querido indicar que era “latinista”, sino más bien que usó la denominación para describir la na­turaleza de su dotación tipográfica, como antes había sido usada la palabra “Plantiniana” por Fernández de León y más adelante se usará “Matritense” en los impresos de Pedro de la Rosa.

Esta hipótesis se apoya en la revisión de los ejemplares con la denominación “Cas­tellana y Latina” que se conservan en la Biblioteca Nacional de México. Hay 23 libros que la incluyen, todos de imprentas sevillanas y ninguno de los cuales está en latín. El uso más temprano de la denominación “Castellana y Latina” que registramos en la Biblioteca Nacional es de 1712[65] y el último de 1734.[66] Los impresores sevillanos que usaron ese nombre fueron Diego López de Haro, la viuda de Francisco Lorenzo de Hermosilla y Manuel Caballero.

Sobre la familia López de Haro ya habíamos detectado las relaciones que tuvieron con Puebla al hablar del impresor Diego Fernández de León. Al parecer Diego López de Haro fue nieto de Tomás, el impresor que estuvo vinculado con Fernández de León. El taller de Diego López de Haro estaba ubicado en la calle de Génova, en Se­villa, al igual que lo había estado el de la viuda de Haro, y comenzó a trabajar hacia 1720; es él quien por esas fechas emplea la denominación “Castellana y Latina”.[67]

Por lo que respecta el rango cronológico del uso de esos términos, es interesante comprobar que todas las imprentas “Castellanas y Latinas” funciona­ron entre los años 1720 y 1730, a ambos lados del Atlántico. Es evidente que la conexión entre imprentas de Sevilla y Puebla, que ya habíamos detectado cuando hablamos de Fernández de León, continuaba aún en el siglo xviii, y en ese sentido queremos agregar un dato adicional. Es en las prensas “Castellanas y Latinas” de Diego López de Haro donde, en 1725, se publica la Vida de la benerable madre María de S. Joseph, religiosa augvstina recoleta, fundadora en los conventos de Santa Mónica de la ciudad de Puebla, y despues en el de la Soledad de Oaxaca, obra de Sebastián de Santander y Torres. Si bien ésta no será ni la primera ni la última obra poblana que se publicará en Sevilla, es bastante posible que los canales de ese encargo editorial hayan sido los mismos que los del aprovisionamiento de letra, y de esa forma hayan influido en la denominación del taller de Morales.

El último dato sobre este impresor es un notable anuncio que apareció en la Gazeta de México de 1733, donde se demuestra que Morales no sólo era impresor sino también fundidor, o al menos que en su taller había matrices, y que por esa razón tal vez se realizaron esas tareas tipográficas. Es importante considerar este dato ya que, después de Diego Fernández de León no veremos que otro impresor mencione explícitamente que “fundía letra” hasta que, algunas décadas más tarde, Pedro de la Rosa lo indicará de nuevo en algunos de sus impresos.

Es posible que Francisco Javier tuviera matrices para fundir letra, ya que no fue un simple impresor sino el “ministro impresor de la Catedral de Puebla”. Aunque todos los impresores poblanos tuvieron entre sus principales clientes a las autoridades arzobispales, es necesario advertir que antes de Morales no se había usado la denominación Castellana y Latina entre los tipógrafos angelopolitanos, y tampoco la encontraremos más tarde. Sin embargo también es importante señalar que a la fecha no se ha localizado su nom­bramiento como impresor entre los papeles del archivo catedralicio metropolitano.

Por razones que desconocemos, el periodo de actividad impresora de Morales fue relativamente breve, abarcando sólo una década de labores (1726-1736). Francisco vivió muchos años al cierre del taller, ya que murió el 23 de abril de 1763 y fue enterrado en la iglesia del convento de la Concepción.

 

Miguel Ortega y Bonilla, el inicio de una nueva dinastía tipográfica poblana

A José Pérez Turzios le sucederá en la historia de la imprenta poblana Miguel de Ortega y Bonilla, de quien los estudiosos indican que no hay datos para suponer que fuese tipógrafo. Sin embargo, parece existir una prueba con­traria a esta afirmación pues sabemos que, antes de laborar en Puebla, Ortega y Bonilla había desarrollado cierta actividad tipográfica en la ciudad de México. La primera obra que de él se conoce salió en la capital del virreinato en 1711.

Además existe un impreso en el acervo de la Biblioteca Nacional de México que lleva el nombre de este impresor. Se trata del Exercicio practico de la volvntad de Dios, de Ignacio de Asenjo y Crespo, impreso en Puebla por Miguel de Ortega en 1681. Este libro nos plantea entonces la legítima duda de si este Miguel Ortega es el mismo que 30 años más tarde reiniciaría las labores editoriales, o si se trata de un homónimo.[68]

Al parecer, las primeras acciones de Miguel de Ortega para establecer definitivamente su taller en la ciudad de los Ángeles pudieron haber iniciado en noviembre de 1710, cuando otorgó poder a su compadre Felipe de Palacios, de la ciudad de México, para que realice “aposturas, juras y mejoras a una imprenta que quedó de los bienes de Diego Fernández de León y se halla en la ciudad de México y a todas las letras de que se compone sus tarjas, prensas y demás anexos necesarios y lo obliga a pa­gar por ello”.[69] Es un hecho que este documento, desconocido hasta ahora, es sólo uno de los varios que debieron mediar para la transferencia del taller entre los deudos de Fernández de León y Ortega, ya que Pérez Salazar informa –sin indicar localización ni fecha– que consta documentalmente que el privilegio de impresión de convites fue cedido probablemente por los herederos de Diego a Miguel.[70]Aunado a lo anterior, es posible asegurar que Ortega y Bonilla tenía en mente hacer un negocio tipográfico más ambicioso en Puebla ya que, además del taller de Diego, adquirió la imprenta de José Pérez en 1711.

 

Manuela de la Ascensión Cerezo, la impresora poblana del siglo xviii

Miguel de Ortega trabajó pocos años en el taller porque murió en abril de 1714; sin embargo, su imprenta no interrumpió sus labores, muy al contrario, engrandeció su nombre en manos de la viuda: Manuela de la Ascensión Cerezo.

El año que tomó las riendas del taller, Manuela se encontró al frente de una im­prenta de regular nivel y calidad. Su estrategia comercial fue muy inteligente, ya que detectamos una serie de acciones encaminadas a consolidar la clientela y poner orden en las finanzas, diversificar e incrementar sus inversiones, principalmente inmobi­liarias, y ampliar su radio de acción comercial a la ciudad de México, todo lo anterior sin descuidar la custodia del privilegio de impresión del que gozaba.

Pero, ¿cómo era el taller que recibió Manuela? Por la hipoteca de la imprenta que firmó la viuda de Ortega en 1734, sabemos que su marido había adquirido el material de José Pérez en el año 1711, lo cual nos da una demostración palpable de cómo los dos talleres que funcionaron hasta la primera década de 1710 en Puebla se fusionaron en las manos de Miguel de Ortega. Ambos talleres pasaron a Manuela hasta que ella decidió extender el alcance de su negocio a la ciudad de México, tal vez porque con esa ampliación podía sortear una cláusula de la hipoteca de 1734 que le impedía vender y remozar la imprenta.

Mientras tanto, en Puebla, Manuela decidió mejorar la imprenta, rentando para ello un local en el Portal de las Flores. La casa estaba en la calle que va de la Plaza Pública al Colegio del Espíritu Santo de la Compañía de Jesús, y lindaba con la de Lucas Revilla y la del licenciado de Men­diola. El contrato se firmó por 9 años, es decir hasta 1724, coincidiendo con el final de las actividades de la imprenta de los Ortega y Bonilla en la ciudad de México.

Manuela cobraba adeudos y cuentas pendientes de su marido, a la par que mejoraba las condiciones de su taller. De fechas tempranas son algunos pagos que Manuela recibió por trabajos diversos, que nos permiten conocer y precisar algunas de las actividades de su taller. Incluso, por algunos documentos sabemos que en 1719 Juan Francisco trabajaba junto con su madre en la oficina de Puebla.

Además de la imprenta, Manuela poseía una serie de propiedades, muebles e inmuebles. Pero como veremos a continuación, los negocios de Manuela no se limitaron a la ciudad de Puebla, a juzgar por la imprenta que montó en la capital del virreinato y que estuvo, entre 1721 y 1724, a cargo de su hijo Juan Francisco.

 

El privilegio de impresión de los Ortega y Bonilla

Una parte indiscutible de la fortaleza del negocio de la viuda de Ortega fue el privilegio para la impresión de convites que tuvo y renovó en repetidas oca­siones. Ejemplos tempranos del ejercicio que hizo del mismo los encontramos en 1714, 1716, 1720 y 1728. Estos privilegios se refrendaron en repetidas ocasiones. En 1725, al año siguiente de que dejáramos de ver aparecer impresos a nombre de su hijo en la ciudad de México, Manuela solicitó y obtuvo durante cinco años más un privilegio concedido por el virrey marqués de Valero. Sin embargo, al término del periodo obtuvo una nueva extensión por un lapso similar de tiempo.

 

La mano derecha de Manuela en Puebla: Cristóbal Tadeo de Ortega y Bonilla

Así como en la ciudad de México trabajó su hijo Juan Francisco, en el taller poblano Manuela contó con el auxilio de otro de sus hijos varones: Cristóbal Tadeo de Ortega y Bonilla. En sus años juveniles Cristóbal quiso ordenarse en los colegios de San Juan y San Pablo de Puebla, al servicio del Santo Oficio. Pero más tarde, entre 1735 y 1738, se casó con Águeda Juana Talledo y Castro.

Del matrimonio Ortega-Talledo nacieron Francisco Antonio de Ortega, también impresor, y María de la Luz de Ortega. El primero se casó en junio de 1755 con Francisca Escalante, y la segunda fue esposa en primeras nupcias de don Pedro de la Rosa, impresor poblano del que nos ocuparemos más adelante.

Al casarse, Cristóbal declaraba ser “español, soltero, y dueño de imprenta”, aun­que no hemos localizado el documento que acredite la compra de dicha propiedad. De 1737 y 1738 se conocen algunos impresos a su nombre, y sólo hasta 1746 se verá nuevamente al pie de una tesis. A pesar de que Medina indica que Cristóbal se dedicó a la impresión de tesis, es evidente que no tuvo acceso a los documentos, ya que en su obra no ofrece más que el citado registro bibliográfico. Nosotros podemos mencionar por lo menos siete impresos desconocidos que obran en el Archivo catedralicio angelopolitano, realizados entre 1764 y 1765. Sin embargo, no descartamos que algunos de los que hemos encontrado y no contienen pie de im­prenta hayan sido realizados también por él, por la razón principal de que era el po­seedor de los derechos para la explotación del privilegio de esa clase de documentos. La tipografía de los jesuitas poblanos: la imprenta del Colegio Real de San Ignacio

En las constituciones de la Compañía de Jesús no se dictaminó la fundación de imprentas, sin embargo pronto surgieron varias en la orden, tanto en Europa como en América. Al decir de Bernabé Martínez,[71] las posibilidades reales de que los jesuitas tuvieran sus imprentas propias surgió en el siglo xviii, en el momento en que las artes gráficas españolas y la industria papelera peninsular florecieron a consecuencia del proyecto ilustrado borbónico.

Siguiendo a Martínez, podría ser lógico imaginar que una parte del público obje­tivo de la producción jesuita eran los propios alumnos de los colegios y seminarios, así como que la distribución y venta de los documentos se hacía en las porterías de los establecimientos educativos, y también por canales específicos como la Con­gregación de la Anunciata.[72] Tomando en consideración los comentarios sobre el funcionamiento de algunos de los talleres jesuitas, las imprentas se ubicaban o eran parte de los colegios; el trabajo quedaba a cargo de los hermanos coadjutores, había reglamentos para la operación interna de las oficinas y se llevaban libros con la con­tabilidad de la producción tipográfica. Aunque también es importante señalar que el comportamiento comercial de los ignacianos, en cuanto a labores editoriales se refiere, no parece haber seguido en todos los casos un patrón tan nítido, a juzgar por las opiniones que sobre la imprenta del Colegio de San Ildefonso ofrece Martha Ellen Whittaker.[73]

Pero volviendo a los registros consultados, es necesario indicar que en México hubo un intento temprano para el establecimiento de imprenta por parte de los je­suitas. En una carta fechada en noviembre de 1585 en Tepotzotlán, que el provincial Antonio de Mendoza mandó al general de la orden en Roma, Claudio Aquaviva, entre varios pedidos, le decía:

también estará aquí muy bien una emprenta; y se podrá imprimir cualquier cosa, sin más costa que la del papel y tinta. Porque estos indios tienen estraño ingenio para todos estos oficios. Y no hay otro modo, para poderse imprimir el vocabulario otomí, y el flos sancto­rum mexicano; porque costará los ojos de la cara; y hai muy poca salida dellos.[74]

Sin embargo, a pesar de ese pedido, parece ser que los jesuitas no tuvieron imprenta propia hasta el siglo xviii, en el Colegio de San Ildefonso (1748-1767).[75] El taller que funcionaba en el colegio homónimo produjo una serie de libros de estudio, y de 1755 se tienen noticias de la renovación de su material tipográfico. En la década de 1760 el taller estaba en pleno crecimiento, y siguió pujante hasta la expulsión de los miembros de la Compañía. Medina señala en su bibliografía mexicana que en 1759 el regente del taller era Matías González y en 1764, Manuel Antonio Valdés.

Al ver el funcionamiento del taller de sus pares mexicanos, los jesuitas poblanos no quisieron quedarse atrás y en junio de 1758 solicitaron autorización para tener una oficina angelopolitana. Entre los principales argumentos esgrimidos para justificar la solicitud figuraban que para esa época había en Puebla una sola imprenta que, según ellos, “estaba a cargo de persona no versada en licenciatura”, y que dicha imprenta era “pobre”, es decir, que estaba mal surtida, razones por las cuales las impresiones salían defectuosas, y por ello se veían obligados a mandarlas a producir en la ciudad de México.[76]

El 1 de julio de ese mismo año el virrey Agustín de Ahumada y Villalón, marqués de las Amarillas (1755-1760), les con­cedió el permiso de “imprimir actos, sermones y otras obras que se puedan ofrecer, y mando se mantenga dicho colegio, en el uso, goce y posesión de dicha imprenta, sin que por las Justicias que son de dicha Ciudad de la Puebla, ni las que en adelante fueren, ni otra persona alguna, se le impida, moleste, ni perjudique”.[77] Aunque no hemos localizado el documento original de tal autorización, sabemos que los jesuitas poblanos habían gozado de algunos permisos y concesiones específicas en materia editorial por parte del virrey.

El permiso que dio el virrey para que la imprenta de los jesuitas funcionara en Puebla incluía la impresión de actos y convites, hecho que entró directamente en conflicto con el privilegio que ostentaba la familia Ortega y Bonilla, y que propició que Cris­tóbal Tadeo estableciera reclamaciones para frenar la labor editorial de los ignacia­nos.

 

La imprenta de los Colegios de San Pedro, San Juan y San Pantaleón

En la Cédula Real donde se ordena la expulsión de los jesuitas, se indicaba: “Es regular también se encuentren imprentas de las comunidades, en confianza a nombres de seglares, y de ellas se hará inventario formal de distinción de prensas, fundiciones de letras, cajas, papel, y demás pertrechos, para ponerlos en debido costo y proporcionar su venta a seculares”.[78] Evidentemente esto se aplicó a todos los territorios de España, y Puebla no fue la excepción. Ya incautada la imprenta todavía se imprimió al menos una obra que salió con el pie del Real Colegio de San Ignacio: la Breve Descripción de los Festivos Sucesos de esta Ciudad de los Ángeles (1768). A partir de ese momento la imprenta quedaría al servicio de los intereses del obis­po poblano Francisco Fabián y Fuero, y funcionaría de 1768 a 1769 con el pie de los Colegios de San Pedro y San Juan.

Siguiendo a Beristáin,[79] Pérez Salazar y Medina indican que fue Fabián y Fuero quien compró el taller. Además de este documento privado, no hay otro indicio sobre este proceso en los estudios históri­cos de la imprenta poblana, pero hemos encontrado en el archivo catedralicio de Puebla el remate de ese taller y la adquisición de contado por parte de Pedro Gil de Ariza. Este último la compró para hacer uso de ella en los colegios de San Pedro, San Juan y San Pantaleón, y se le permitió imprimir conclusiones, actos, convites, sermones y demás, hecho que, como veremos, y al igual que había pasado con el taller cuando estuvo en manos de los je­suitas, invadía el privilegio que de tiempo atrás ostentaba la familia Ortega y Bonilla.

Pero, ¿quién era Pedro Gil de Ariza y por qué compró la imprenta de los jesuitas? Creemos que Pedro Gil de Ariza compró la imprenta en nombre de su distinguido e influyente patrón, el virrey marqués de Croix, ya que en nombre de Gil no hemos localizado ninguna actuación editorial ni su nombre se vinculará en adelante con las prensas poblanas.

 

Cristóbal Tadeo de Ortega y Bonilla, un heredero “transicional”[80]

Regresando a la familia de los Ortega y Bonilla, es un hecho que Cristóbal Tadeo nunca se alejó del taller materno y, por el contrario, se mantuvo lo suficientemente cerca, al punto de ser quien se hizo cargo del establecimiento en el Portal de las Flores, tras la muerte de su madre en 1758. Pocos meses antes de morir, Manuela fue nom­brada albacea testamentaria de Pedro Navarrete, y en el mismo documento Cristóbal contaba con un poder general, tal vez avizorando el futuro deceso de su madre. En marzo de 1757 se hizo otro documento en que madre e hijo son nuevamente nombrados albaceas testamentarios de Navarrete, pero en esta ocasión Cristóbal figura ya como “apoderado de Manuela”. En dicho documento se informaba que Navarrete tuvo un único heredero varón, menor de edad, por esa razón Cristóbal de Ortega, amparándose para que en el futuro ese menor no pudiera hacer uso de sus posesiones y pertenencias, daba cuenta de sus bienes e indicaba que tenía: “dos imprentas compuestas de moldes de letras mallusculas y minusculas, sus estampas y demás pertenencias”.[81] No sabemos si existió, ni hemos localizado documento alguno que nos permita saber cuándo Cristóbal se hizo dueño de las dos imprentas, la de Puebla y la que había funcionado en México, pero es un hecho que en 1757 la de México ya estaba también en la ciudad de los Ángeles.

A pesar de sus posesiones no todo fue miel sobre hojuelas para Cristóbal, ya que de marzo de 1762 se conserva el reconocimiento de una deuda que su establecimiento tenía con la Provincia de San Hipólito Mártir, razón por la cual hipotecó la imprenta con las suertes de letras que le pertenecían.

Pero tal vez lo más difícil para Cristóbal fue la defensa de sus privilegios de impresión, que sin duda constituían el pilar financiero del taller, ya que tuvo que tomar acciones contra las pretensiones de los jesuitas quienes, a finales de los años 50 del siglo xviii, comenzarían a imprimir en Puebla tesis y actos. Estaba en ese proceso, que se había prolongado algún tiempo debido, entre otras razones, a la expulsión de los ignacianos y la posterior reconfiguración de propiedad de la imprenta de la orden en manos del clero secular, cuando la muerte lo sorprendió el 17 de marzo de 1772. Cristóbal Tadeo fue sepultado y con él desapareció el apellido Ortega y Bonilla de los anales de la tipografía poblana.

 

La familia De la Rosa, continuadores de la dinastía de los Ortega y Bonilla

Con pie de imprenta a nombre de Pedro de la Rosa hallamos obras sin interrupción, desde 1778 hasta 1831, hecho que hizo suponer a Medina que un mismo impresor había trabajado durante 50 años pero, en realidad y como demostraremos en adelan­te, se trataría de varios “Pedros”. Tomando en consideración las fechas de impresión de los ejemplares de la Biblioteca Nacional de México tenemos de 1778 a 1797, 41 ejemplares con pie de imprenta a nombre de Pedro de la Rosa, y si a éstos le agrega­mos los correspondientes a los primeros 21 años del siglo xix alcanzan el centenar de impresos bajo esta denominación. De este centenar de ediciones, algunas corresponden a obras de Pedro José de la Rosa Contreras, también conocido como Pedro “el Viejo”, y otras son de Pedro Pascual, su hijo.

Además encontramos las siguientes variaciones: “Oficina de Pedro de la Rosa” (denominación que funcionó desde 1778 hasta 1821, de manera intermitente); “Oficina de D. Pedro de la Rosa impresor del gobierno (1821);” “Imprenta Imperial” (1821);[82] “Imprenta portátil del Ejército de las tres Garantías: D. Pedro de la Rosa” [1821], e “Imprenta de Gobierno (1820-1821)”.[83]

Tratando de desentrañar los datos y acciones de los muchos “Pedros” que hubo en la familia, a continuación intentaremos ordenar la abundante información que hemos localizado, tanto en las fuentes secundarias como la inédita localizada en los archivos poblanos y mexicanos.

 

Pedro de la Rosa Contreras: el enlace de dos familias de impresores

El documento que nos revela la participación de Pedro de la Rosa Contreras en la imprenta de los Ortega se encuentra en el Archivo General de la Nación; se trata de una orden dirigida del virrey al gobernador de la ciudad de Puebla para que proceda en la pretensión de Pedro, para que se le “permita a su hija –María Manuela de la Rosa y Ortega, menor de edad– y otras mujeres, imprimir”, indicando que sea con anuencia del administrador de la imprenta perteneciente a los Colegios.[84] En este caso los “Colegios” son los de San Juan y San Pedro, que en ese año ya tenían como propia la imprenta que había sido de los jesuitas. Pérez Salazar describió el pleito entre De la Rosa y los colegios, mencionando que el primero les ofreció a los mayordomos de la Cofradía de Jesús que sustituyeran los convites escritos por verbales. Más adelante Pérez Salazar añade: “Este artículo fue fallado a su favor [de los Colegios], con gran pesadumbre seguramente del impresor de la Rosa, pues la competencia industrial quedaba en pie y, además, sujeto él a las resultas de un juicio largo y costoso”.[85]

Pedro José de la Rosa se casó en Puebla el 8 de mayo de 1762 con María de la Luz Ortega, hija de Cristóbal Tadeo de Ortega y de Águeda Talledo. De ese matrimonio nació María Manuela de la Rosa y Ortega, quien sería la depositaria por línea materna del privi­legio de impresión de convites que los Ortega venían ejerciendo desde la compra del taller a José Pérez. Pedro enviudó y volvió a casarse, ahora con Mariana de la Carrera Fuentes en noviembre de 1767. Del segundo matrimonio nació Pedro Ignacio Cayetano, que en la historia de la tipografía poblana sería conocido como Pedro Pascual de la Rosa y Ortega. No sabemos cuándo murió Pedro José pero fue antes de 1819, por las referencias dadas en el pleito entre los De la Rosa y Furlong, el responsable de la imprenta del Oratorio de San Felipe Neri (ver imagen 6).

Imagen 6. Esquema genealógico de la familia de Pedro de la Rosa.

 

Pedro Pascual de la Rosa de la Carrera: la actualización tipográfica como estrategia para la conservación y ampliación de privilegios de impresión

Pedro Ignacio Cayetano Pascual de la Rosa de la Carrera nació en la ciudad de Puebla el 23 de octubre de 1768 y aprendió el oficio tipográfico siendo niño al lado de su padre, y heredó el taller a su muerte. Se casó con doña María Manuela Mendía, con la que tuvo dos hijos: Mariano de la Rosa, quien se ordenaría sacerdote y más adelante se encargaría de la imprenta familiar, y Josefa Soledad. Hacia 1809 Pedro Pascual era teniente coronel del Regimiento de Dragones Provinciales de Puebla.

El pie de imprenta “Oficina Nueva Matritense, en el Portal de las Flores” es la bisagra que surgirá antes de que el nombre de Pedro se comience a plasmar en los impresos poblanos. Aunque Medina le atribuye equivocadamente a Pedro haber im­preso por espacio de medio siglo, es un hecho que De la Rosa fue más que un mero comerciante, a juzgar no sólo por las atinadas operaciones financieras que engran­decieron su establecimiento y lo impulsaron a hacer llegar su producción a la ciudad de México, sino también porque como se puede leer en la portada de la edición de 1787 de la Margarita seraphica de fray José de los Reyes, fue impresa “con tipos fundi­dos por de la Rosa o bajo su dirección”. En este punto Pedro compartirá la misma inquietud de actualización y mejoras tecnológicas que algunos impresores coetáneos de la ciudad de México: José Fernández de Jáuregui, José de Hogal y Felipe de Zúñiga y Ontiveros.[86]

Además de sus labores editoriales cotidianas, Pedro debió seguir adelante con la defensa de sus privilegios de catecismos y gramáticas, como lo demuestran dos documentos en el Archivo General de la Nación, fechados en agosto de 1777, ambos expedidos por el Consejo de Indias. En el primero se piden informes sobre el privilegio que solicita De la Rosa para que en su imprenta se hagan los actos, conclusiones y papeles de convite y en el segundo, el más importante, se ordena al virrey de Nueva España que “en su imprenta, y no en otra, se puedan imprimir las actas, conclusiones y papeles de convite que se ofrezcan en la ciudad de Puebla, informe lo que se ofrezca, y que ejecute lo que se expresa”. Aunque los documentos de remate y adjudicación están fechados en 1783 y 1785, es posible que poco antes Pedro iniciara la impresión de cartillas y gramáticas, ya que también encon­tramos un documento de 1777 donde lo vemos relacionado con este tipo de obras que serán desde entonces, además de la impresión de actos y convites, el otro pilar económico de su taller tipográfico. En 1782 Pedro pujó en la capital del virreinato por el arrendamiento de otro privilegio que correspondía al Hospital General de Naturales de la Ciudad de México, para imprimir cartillas y doctrinas.

Es evidente que la defensa de los privilegios previos y el arrendamiento de nuevos espacios de comercialización, así como también haber emprendido la edición de nue­vos géneros editoriales, específicamente los que se refieren a las gramáticas, las cartillas y los catecismos, implicaron para Pedro redoblar las actividades empresariales y, por tanto, pronto se hizo sentir la necesidad de contar con buenos operarios y mejorar las instalaciones del taller de imprenta. Aunque no estamos completamente seguros de que hayan trabajado con Pedro, en el Archivo del Sagrario Metropolitano de Puebla encontramos los nombres de dos impresores con fecha 1784 y 1786: el poblano José Antonio Fuentes y el mestizo José Monfort.

Pedro naturalmente, tuvo que hacerse de recursos para las mejoras del taller que planeaba llevar a cabo. Las mejoras más destacables que Pedro se encuen­tran en el documento denominado “Casa en Puebla de los Ángeles”, fechado el 27 de agosto de 1788. Se trata de un plano que demuestra la inútil disposición en que se hallaba la vivienda habitada por don Pedro de la Rosa antes de las mejoras para construir en ella la disposición para la imprenta. Por orden alfabético se encuentran descritas: A: Tienda; B: Bodega obscura; C: Zaguán y entrada por el patio; D: Patio; E: Tránsito a otra casita; F: Trastienda; G: Tres cuartos obscuros y bajo techo; H: Canalillo; I: Caballerías; J: Un cuarto inútil; K: Dos escalerillas, cada una ascendía a un cuarto pequeño, y L: Balcón de la otra casa. En color rojo y con las letras “a”, “b” y “c” se indican las partes antiguas de la casa, correspondiendo a la tienda, trastienda y zaguán; van delineadas en amarillo las partes que se repararían y sus mejoras quedarían en la siguiente disposición: D: Patio, E: Pieza de láminas, F: Galerón y G: Escaleras y corredores.

Hasta donde sabemos, estos planos constituyen el único ejemplo colonial novohispano que registra la adaptación de una casa para funcionar como imprenta, de allí la importancia del documen­to (ver imágenes 7, 8 y 9).



Imágenes 7, 8 y 9. Planos de los arreglos de la casa e imprenta de Pedro de la Rosa, 1787. Archivo General de la Nación.

 

Las ediciones de Pedro Pascual de la Rosa en Puebla durante el siglo xix

En la segunda década del siglo xix Pedro Pascual de la Rosa se destacó en el ramo de la impresión de folletos y hojas volantes, no obstante tuvo una fuerte competencia comercial con los hermanos Moreno, de quienes se distanciaba tanto en términos políticos como periodísticos.[87] Aunque no tenemos la fecha de la defunción de Pedro de la Rosa, es importante indicar que su nombre figura al pie de impresos poblanos hasta el año 1831, inclusive, por lo cual es probable que haya muerto en su ciudad natal en ese año o el siguiente.

Cuando la imprenta de los De la Rosa se llamó “Imprenta de Gobierno”, entre 1820 y 1821, el establecimiento funcionó a cargo de Juan Francisco Palacios. Al parecer, Palacios fue más que un regente de imprenta, ya que tuvo una librería en la calle de Herreros. Palacios es conocido en los anales tipográficos de Puebla porque emprendió un intento fallido de suscripción de una publicación. En noviembre de 1820, para publicar El Enfermo Sacrificado,[88] abrió suscripciones en las ciudades de México, Puebla y Veracruz; sin embargo, no logró reunir el monto necesario y tuvo que devolverlas, lo cual ocasionó que el cura jalapeño Mariano Merino y Roso lo atacara. El presupuesto de dicho trabajo fue publicado por Felipe Teixidor y comprende diversos rubros, por ejemplo el número de pliegos, el tipo de letra, las cantidades y tipo de papel, así como la encuadernación que se pensaba; se desconoce la vida posterior de este impresor.[89]

 

José de la Rosa: un nuevo impresor en la historia de Puebla

En la Biblioteca Nacional hay un impreso fechado en 1810 que consigna como im­presor a José de la Rosa,[90] de quien no se tenía noticia alguna, sin embargo, por un par de documentos notariales poblanos hemos podido establecer la naturaleza del vínculo que tenía con Pedro, lo cual nos ha permitido aclarar su papel en el negocio familiar. En febrero de 1822 José pidió una copia del contrato de esta­blecimiento de una compañía que había firmado con Pedro [Pascual] de la Rosa, a quien define como “su primo”. Si bien en el documento, una simple hoja suelta y mutilada, no se indica el tipo de negocio que establecieron, José de la Rosa mencio­na que realizó un contrato de compañía con su tío Pedro;[91] no obstante, por otros documentos posteriores estamos casi seguros de que “ese contrato de compañía” se trataría de la imprenta.

Cuatro años más tarde, en junio de 1826, José firma un contrato para establecer una compañía de imprenta, por lapso de un año, con José Apolinario Fernández, vecino de Atlixco, Tlaxcala. José de la Rosa indicaba en ese documento que era “administra­dor de la imprenta del Coronel Pedro de la Rosa”. Don José Apolinario participaría en la sociedad con un capital de mil pesos, y José de la Rosa pondría su industria y los utensilios de imprenta. Los mil pesos se invertirían en las impresiones de catecismos, catones y otras cosas; además, en el documento se consigna que quedaba hipotecada la imprenta. Cinco meses después del contrato con Fernández, en noviembre de 1826, encontramos a José comprando papel francés.

Con estas noticias se cierra el capítulo de los impresores apellidados De la Rosa, continuadores en Puebla de la dinastía de los Ortega y Bonilla, constituyendo una de las zagas familiares más extensas de los anales de la tipografía mexicana.

mostrar La imprenta y la tipografía en Puebla durante la primera veintena del siglo XIX

Hacia la segunda década del nuevo siglo surgió una serie de nuevas de­nominaciones tipográficas, aumento que estará en consonancia con los cambios en el ambiente político y social. Tomando en consideración los ejemplares disponibles en la Biblioteca Nacional de México, los pies de imprenta poblanos que localizamos entre 1800 y 1821 son los siguientes:

-Pedro de la Rosa (1778 a 1831)[92]
-José de la Rosa (1810)
-Oficina del Oratorio de San Felipe Neri (1819-1820)
-Oficina del Gobierno (1820), denominación que usarán tanto los De la Rosa como la Oficina del Oratorio.
-Imprenta Liberal de Moreno Hermanos o Imprenta Liberal (1815, 1820-1821)
-Oficina de Troncoso Hermanos (1811?) e Imprenta Liberal de Troncoso Hermanos (1821)
-Imprenta Liberal de Pedro Garmendia (1821)
-Oficina del Gobierno Imperial o Imprenta Imperial, de los De la Rosa (1821)
-Imprenta portátil del Ejército de las Tres Garantías: D. Pedro de la Rosa (1821)
-Imprenta de Macías (1821)

Tres imprentas vinculadas: José Garmendia Mosqueda, los Hermanos Moreno y los Troncoso

El efecto del decreto de libertad de prensa firmado en la ciudad española de San Lorenzo, el 12 de noviembre de 1820, hizo que cambiara radicalmente la naturaleza de la producción editorial de Puebla y México, pues el agitado panorama político será ideal para el surgimiento de numerosos libelos, papeles, proclamas, hojas sueltas con discusiones, y publicaciones periódicas que anticiparían el fervor independiente, muestras del deseo que había entonces por abrir nuevos foros y tribunas de expresión pública.

En esa época encontramos algunas nuevas denominaciones tipográficas, por ejem­plo la Imprenta Liberal, de la que Pérez Salazar dice: “según Medina [la imprenta] empieza sus labores en octubre de 1820 y era propiedad de Moreno Hermanos, sin con­signar ninguna otra noticia”, y agrega: “Yo tampoco tengo muchas [noticias] acerca de su fundación, pero sí, algunos datos sobre las personas que la regentearon”.[93] El historiador poblano manifestará en varias oportunidades las dificultades que tuvo en la identificación de la propiedad de los talleres de la segunda década del siglo xix.

Sin poder dilucidar completamente la transferencia y relaciones que mantenían entre sí esas imprentas, deseamos agregar algunas noticias y citar documentos que fueron desconocidos para otros estudiosos y permitirán aclarar, al menos parcialmente, el complejo panorama editorial poblano de la segunda década del siglo xix.

 

Pedro José Garmendia Mosqueda

Pedro José Garmendia Mosqueda nació en la villa de Jalapa, Veracruz. El 22 de enero de 1810 contrajo matrimonio en Puebla con María de los Dolores Moreno y Buenvecino, hermana del bachiller José María Moreno. He aquí la primera relación entre el taller de Garmendia y el taller de los Hermanos Moreno.

En 1821 Pedro Garmendia, quien aún residía en la ciudad de Puebla y continuaba casado con Dolores, pone por primera vez su nombre al frente de la Imprenta Liberal: nos referimos al número 14 de la Abeja Poblana, publicado el 1º de marzo de 1821, en el cual Juan Nepomuceno Troncoso editó el Plan de Iguala. Éste parece ser otro acontecimiento que vincula a Garmendia con uno de los Hermanos Troncoso.

Después, en el número 39 de La Abeja Garmendia volvió a aparecer como impresor de dicho semanario, al lado de su cuñado, el bachiller José María Moreno.[94] Pocas semanas después de esa edición Garmendia dejó la imprenta en manos de su pariente político, Moreno, tal vez porque en septiembre de 1821 comenzó a fungir como contador y tesorero del recién creado Consulado de Puebla. Volvemos a encontrar a Garmendia en enero de 1823 en la ciudad de México, cuando el ayuntamiento le propuso fungir como uno de los 72 jueces que vigilaban el cumplimiento de la libertad de imprenta, cargo que rechazó. Después de esa actuación no se conoce más de la vida del impresor.[95]

 

Los Hermanos Moreno

El taller de Moreno Hermanos inició sus trabajos el 28 de septiembre de 1821. La tendencia de los impresos salidos de esta oficina fue pro iturbidista, aunque también llegaron a editar escritos del Pensador Mexicano que denostaban a Agustín de Iturbide; los últimos impresos del establecimiento están fechados en marzo de 1827. Este taller también aparece bajo la denominación “La Liberal de Moreno Hermanos” y “Oficina Liberal”.

Los hermanos Moreno fueron tres: José María –el más conocido–, María de los Dolores y, posible­mente, Pedro. José María Moreno Buen­vecino era sobrino del presbítero doctor José Demetrio Moreno Buenvecino. De la “Imprenta Liberal de Moreno Hermanos” salieron publicados 41 números del periódico El Farol –incluido un Suplemento al número 9 y el Alcance al número 36–, cuyo primer ejemplar apareció el 28 de octubre de 1821 y el último el 4 de agosto de 1822, cubriendo un total de 372 páginas a numeración seguida. Otros periódicos que salieron de esa imprenta fueron El Invitador (junio de 1826 a mayo de 1827), El Poblano (febrero a marzo de 1827) y El Patriota (posiblemente, entre 1827 y diciembre del año siguiente), todos de tendencia liberal.[96] Años más tarde, Moreno fue miembro del Congreso General en 1829. Se desconoce la vida posterior de este impresor, aunque es probable que haya muerto en la ciudad de Puebla.

Una de los “Hermanos Moreno” fue María de los Dolores, por tanto esta mujer fue copropietaria de la imprenta. María contrajo matrimonio con Pedro José de Garmendia el 22 de enero de 1810; y, aunque hemos localizado a otros Moreno, pero no sabemos el parentesco específico que tenían con la familia.

Es posible que entre los hermanos o parientes de los Moreno figurara también Pedro, de quien tenemos un documento firmado por el escribano de cabildo, Nicolás Fernández de la Fuente, con fecha de enero de 1808, que lo nombra “oficial examinador de aprensador”, es decir, encuadernador, indicando que en la ciudad de Puebla no había quien desempeñara el oficio.

 

Los Hermanos Troncoso

Los Hermanos Troncoso provenían de una familia de abolengo del puerto de Vera­cruz; un pariente suyo por parte de su madre instaló la primera imprenta en el puerto.[97] José María Faustino Troncoso López Bueno nació en la ciudad de Veracruz el 15 de febrero de 1777. En 1799 obtuvo el grado de licenciado en Artes y el 4 de agosto del mismo año recibió el título de maestro en Artes.[98] En 1804 José María residía en Veracruz y en 1816 era provisor de la diócesis de Puebla, durante la administración episcopal del obispo Antonio Joaquín Pérez (1815-1829), con quien entabló estrecha amistad.

José María era copropietario de la Imprenta Liberal, junto con su hermano Juan Nepomuceno, pero cuando este último se hizo cargo del curato de Molcajac, José María asumió la dirección del taller tipográfico. Además de una época del periódico La Abeja Poblana, en su imprenta se reeditó el Mejicano Independiente, periódico que di­rigía José Manuel de Herrera y que apoyaba el movimiento Trigarante.

Debido a su filiación política, José María tuvo problemas con el gobernador militar Ciriaco de Llano, razón por la cual debió refugiarse en la ciudad de México, pero al consumarse la Independencia fue capellán del emperador Agustín de Iturbide, y más tarde desempeñó otros cargos públicos.[99] José María Troncoso murió en la ciudad de México el 30 de mayo de 1841.

Por su parte, Juan Nepomuceno Troncoso López Bueno, al igual que su hermano, nació en el puerto de Veracruz en 1779. Se graduó de abogado en 1804. Cuando inició la guerra de Independencia, Troncoso residía en Puebla y sim­patizó con el movimiento insurgente; al parecer fue precisamente durante esa época cuando, junto con su hermano José María, compró la imprenta.[100]

Por participar en la impresión del Plan de Iguala, Juan Nepomuceno y su herma­no fueron perseguidos por Ciriaco de Llano, jefe político de la provincia. De Llano mandó destruir el suplemento 14 de La Abeja Poblana, señalando que dicho papel era sedicioso.[101]

En el número 23 de La Abeja, que apareció el 3 de mayo de 1821, se informa: “la imprenta liberal de esta ciudad está en venta: el que quiera comprarla vea al Sor. Lic. y Maestro don José María Troncoso, cura del sagrario de la catedral de Puebla, su legítimo dueño, con quien se ajustará sobre precio y condiciones”. Sin embargo, la venta no ocurrió sino hasta agosto, mes en que el taller volvió a manos de los hermanos Moreno,[102] quienes lo conservaron hasta algunos años después de la independencia mexicana; en él imprimieron del número 3 al 13 del periódico Amigo del Pueblo, que inicialmente habían salido de las prensas de Troncoso Hermanos.

Según Pedro Henríquez Ureña, Juan Nepomuceno tuvo otro vínculo con una imprenta, a saber por el proceso que enfrentó por haber recibido dinero de parte de Iturbide para comprar una imprenta en Estados Unidos.[103]

 

Joaquín Furlong Malpica y la oficina del oratorio de San Felipe Neri

Joaquín Furlong Malpica nació en la ciudad de Puebla el 28 de octubre de 1787; fue el sexto hijo de James Furlong, quien era natural de Belfast y militar a cargo de una compañía asignada al Regimiento Provisional de Dragones de Puebla, en el pueblo de Acazingo, y de Ana Malpica, criolla. Joaquín fue hermano de los que más tarde se convirtieron en militares de Puebla. Joaquín estudió Teología y, en 1809, obtuvo un grado de bachiller en Artes por la Pontificia Universidad de México. Se dedicó al sacerdocio hasta 1813, año en que fue nombrado director del Oratorio de San Felipe Neri, y en 1816 ya era prepósito de esa institución.

Aunque no precisa sus fuentes documentales ni da referencias de la procedencia de este dato, Moisés Guzmán Pérez[104] indica que en 1818 Furlong viajó a Inglaterra y de regreso a México trajo consigo una imprenta, la cual ya funcionaba en julio de 1819 con el nombre de “Imprenta del Oratorio de S. Felipe Neri”. Sin embargo, es importante mencionar que hay al menos un dato que contradice la afirmación del investigador. En el expediente que se abrió por el litigio de los privilegios de im­presión entre Furlong y los De la Rosa, el prepósito indica expresamente que trajo su imprenta de Madrid, y más precisamente que la letra procedía de la Imprenta Real Española. La letra entró por las costas de Campeche en 1818,[105] desde donde fue con­ducida a Puebla y establecida en la casa anexa a La Concordia, dedicada a los Santos Ejercicios, de allí que también se conociera a la imprenta del Oratorio con el nombre de “Imprenta de la Concordia”.

Aparte del origen de las letras, lo cierto es que en su taller Furlong editó varios trabajos, entre los que destacan obras en latín, un catecismo en idioma mexicano, las obras selectas de Miguel Copín y una novela de Antonio Garcés. La imprenta tuvo una corta vida de dos años, ya que habiendo iniciado sus labores en 1819, los últimos impresos a nombre de “Oficina del Oratorio de S. Felipe Neri” o “Imprenta de San Felipe” se publicaron en el año de 1820.

Con esta misma imprenta, a instancias de Joaquín Furlong y con la colaboración de Monroy, el 12 de febrero de 1821 quedaron impresos varios ejemplares del Plan de Iguala, junto con una proclama de Iturbide; además, el felipense mandó tinta y letras para que se pudiera imprimir en el campo insurgente.

Suponemos que Mariano Monroy debió ser, además de impresor, fundidor de le­tra, a juzgar por la solicitud para ocupar la plaza de primer guarda vista de Casa de Moneda u otro cargo administrativo, actividad que pudiera vincularlo con el manejo de metales.

En diciembre de 1824 el presidente de la República, Guadalupe Victoria, ordenó a Furlong la compra de la imprenta, de la misma manera que Iturbide lo había encargado sin resultado a Juan Nepomuceno Troncoso. El taller fue destinado en 1825 al estado de Occidente, conformado en ese entonces por las provincias de Sonora y Sinaloa.[106] El padre Joaquín murió en el convento de la Profesa de la ciudad de México el 14 de enero de 1852.

 

Los talleres poblanos en el contexto de las imprentas trigarantes (1820-1821)

El 9 de agosto de 1821 los hermanos José María y Juan Nepomuceno Troncoso López Bueno publicaron en la ciudad de Puebla, con el pie de “Imprenta Liberal”, un estado del movimiento del Ejército Trigarante iniciado por Agustín de Iturbide en el pueblo de Iguala, el 24 de febrero de ese año.[107] En la difusión de esas ideas participó un grupo de impresores de diversas ciudades de México de los que no se sabe mucho, con excepción de Joaquín Furlong, Mariano Monroy y Victoriano Ortega.

Moisés Guzmán Pérez refiere que a los impresores y editores que apoyaron el movimiento trigarante, entre febrero y septiembre de 1821, se les puede organizar en tres grupos: 1) Los militares, entre los que figuran Joaquín Arredondo, Rafael Escandón, Mariano Magán, Joaquín y Bernardo de Miramón Arriquivar, y Victoriano Ortega; 2) Los eclesiásticos, donde aparecen Joaquín Furlong Malpica, Juan Nepomuceno y José María Troncoso López Bueno, José María Moreno Buenvecino, José Manuel de Herrera Sánchez, José María Idiáquez Arrona y Manuel de la Torre Lloreda, y 3) Los civiles, entre los que están Pedro Garmendia Mosqueda, Mariano Monroy, Luis Arango Sotelo, José Joaquín Fernández de Lizardi, Rafael Núñez Moctezuma, una señorita de apellido Avilés, Mariano Rodríguez y Antonio José Valdés. En re­sumen, de ese grupo de impresores, seis tenían una formación castrense, siete eran eclesiásticos y nueve eran civiles con alguna experiencia en el trabajo tipográfico.[108]

Los 22 impresores que estuvieron activos en ese periodo cuentan con diversos antecedentes profesionales, ya que había comandantes, sargentos y tenientes coroneles en activo y en retiro; religiosos a cargo de congregaciones, curatos y sacristías de Oaxaca, Puebla y Michoacán. El resto eran civiles que tenían experiencia previa en el trabajo de imprenta.

De acuerdo con Guzmán Pérez hubo 11 imprentas al servicio del movimiento trigarante[109] de las cuales tres denominaciones eran poblanas: a) La “Imprenta del Ora­torio de San Felipe Neri”, del padre Furlong Malpica; b) La “Imprenta Liberal”, que Moreno y Garmendia compraron a los Troncoso en 1821, y c) La “Imprenta Liberal de Troncoso Hermanos”.

Sin embargo, hay que señalar que otras de las imprentas que se adhirieron al movimiento fueron hijas de la letra poblana, por lo cual no es exagerado decir que las pren­sas angelopolitanas fueron el “caldo primigenio” de un nutrido grupo de imprentas mexicanas de la primera veintena del siglo xix.

Entre las características físicas de las imprentas trigarantes se indica su transportabilidad, pero hubo otras –como la de Troncoso Hermanos de Puebla, la de José María Idiáquez de Oaxaca y la de Mariano Rodríguez de Guadalajara–,[110] que de manera fija funcionaban al interior de un establecimiento y contaban con todos los instrumentos necesarios del arte tipográfico.

Es poco lo que se sabe sobre la tecnología tipográfica de ese momento por fuentes directas, pero contamos con algunas imágenes que nos permiten conocer cómo eran los muebles de imprenta de ese periodo (ver imagen 10).

Imagen 10. Imprenta horizontal. Un modelo semejante al de la prensa insurgente utilizada por el Ejército de las Tres Garantías (tomado de Ramón Sánchez Flores, 1994, p. 133).

Además de proclamas, panfletos y pliegos sueltos, y tras ponerse nuevamente en vigor la Constitución de Cádiz en Nueva España (1820), comenzó en Puebla la producción de periódicos políticos como El Farol, de tendencia monárquica. Al año siguiente, y después de la proclamación del Plan de Iguala, se produjo un segundo auge de prensa independiente: aparecieron entonces semanarios y diarios en distintos lugares de la Nueva España, entre los que destaca La Abeja Poblana.

De acuerdo con Moreno Valle, La Abeja Poblana fue un periódico de difusión de principios políticos, editado del 30 de noviembre de 1820 al 31 de diciembre de 1821 por el presbítero Juan Nepomuceno Troncoso; el tomo i lo forman 52 números con 20 suplementos, y el tomo ii solamente contiene 7 números.[111] La Abeja Poblana fue la más longeva de las publicaciones de la prensa iturbidista, ya que en su primera época apareció por primera vez en noviembre de 1820 y estuvo en circulación 11 meses, hasta el 11 de octubre de 1821 en que dejó de salir.

 

José María Macías

Para concluir con el recuento de denominaciones en los pies de imprenta poblanos hasta el año 1821, hay que mencionar que en la Biblioteca Nacional de México en­contramos el nombre de “Macías”, que posiblemente se refiere a José María Macías. No hemos encontrado datos biográficos sobre este personaje. La de Macías es la última denominación editorial que encontramos en Puebla en el año 1821 y, por tanto, con ella cerramos este recuento de la producción tipográfica angelopolitana del periodo de la imprenta manual.

mostrar Conclusiones

La historia de la tipografía en Puebla comienza en el siglo xvii como respuesta a las crecientes necesidades políticas, de comunicación y cohesión social. Dar a conocer y difundir una serie de textos de impacto y carácter eminentemente locales, presentar autonomía territorial respecto de las producciones impresas en la capital del virreinato y dar presencia pública a discursos políticos, religiosos y morales emanados mayoritaria pero no exclusivamente de la esfera local fueron tres de los pilares que activaron la cultura tipográfica angelopolitana y le dieron una presencia tangible en la dinámica editorial colonial. Por tanto, el contexto cultural, legal y tecnológico que permitió el establecimiento de la imprenta en Puebla se puede y se debe analizar de manera independiente al que permitió el establecimiento de este arte en la capital del virreinato y sin minusvalorar ni desatender las continuidades y similitudes en la producción de ambas ciudades. Esa mirada autónoma que proponemos tiene también que aplicarse al análisis de las características estéticas y a la naturaleza material de las letrerías, los grabados, los ornamentos tipográficos y las capitulares que encontramos en los libros y otros géneros editoriales salidos de las prensas angelopolitanas.

Si bien la lista de establecimientos tipográficos poblanos fue proporcionalmente menor a la que encontramos en la ciudad de México, el número de los talleres que funcionaron en Puebla –ya sea que hayan laborado como talleres únicos de la ciudad o de manera sincrónica con otros– y el volumen de títulos que produjeron, así como el aspecto visual de las ediciones que realizaron, permiten obtener una imagen general del “tamaño del mercado editorial”, es decir, que los tres factores (talleres, número y calidad material de los impresos) nos permiten saber que existió el suficiente mar­gen para el surgimiento de estas empresas culturales, sin temer a la competencia de los impresos de la ciudad de México.

mostrar Referencias

Fuentes primarias

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Archivo de la Academia de San Carlos
Hemeroteca Nacional de México, Fondo Reservado
Archivos poblanos
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mostrar Enlaces externos

Castro Regla, Elizabeth, Comentarios en torno a la marca tipográfica de Diego Fernández de León, Tesis de maestría, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 2008.


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