Enciclopedia de la Literatura en México

Imprenta y edición literaria en Monterrey. Siglo XIX

mostrar Introducción

Entre 1874 y 1890 se consolidó en Monterrey (Nuevo León) la producción impresa de literatura. En este lapso, por primera vez en la historia regiomontana se observó la existencia de un mercado editorial estable, impulsado por actores que emprendieron diversos proyectos orientados a promover la construcción de un público lector demandante de contenidos narrativos (sobre todo novelas), y a la formación de autores locales. 

No quiero decir que las actividades editoriales fueron nulas en las décadas previas, pero de 1824 a 1873 únicamente se imprimieron alrededor de diez periódicos y cuatro libros, ninguno de ellos de cariz literario. En el mismo periodo se tiene registro de sólo tres imprentas particulares: la Imprenta del C. Pedro González y Socio, el taller dirigido por Manuel María de Mier y la tipografía de Antonio Mier.[1] Tales circunstancias reflejan una producción, así como un consumo de bajas dimensiones. Hay que agregar que las referidas imprentas estuvieron al servicio de intereses políticos y no existe evidencia documental que demuestre su funcionamiento por más de un año. Tampoco se establecieron librerías. Los lectores adquirían obras en el centro del país, o bien, en mercerías locales que esporádicamente ofertaban algún título.

Fue a partir de los años setenta cuando la literatura impresa se desarrolló con dinamismo y en torno a ella se constituyeron negocios. Ahora bien, es necesario aclarar que el soporte en el cual fueron publicados casi todos los géneros literarios fue la prensa. Únicamente salió a la luz un libro, a saber, El testamento del suicida, novela del francés Octavio Feuillet, cuya versión regiomontana fue publicada en 1887.

Que la difusión de contenidos literarios estuviese ligada a la industria periodística no debe extrañarse, toda vez que la mancuerna comercial prensa-literatura es común en las ciudades donde no se ha afianzado el mercado libresco. En estos casos, los periódicos fungen como mediadores que orientan el consumo de aquellos individuos que desean leer, pero que carecen de referencias sobre autores. Además, mediante el folletín o la publicidad, por ejemplo, los editores y propietarios de rotativos pueden tantear la capacidad o la predisposición hacia el consumo de literatura, y, por consiguiente, decidir si es redituable imprimir libros. 

Entre los actores que permitieron tanto la construcción como la consolidación de la edición literaria regiomontana sobresalen los hermanos franceses Alfonso y Desiderio Lagrange (radicados en Monterrey desde 1860), cuya empresa Tipografía del Comercio fue la primera imprenta económicamente estable de la ciudad. Mientras que Alfonso se encargó de los asuntos financieros del taller, Desiderio fungió como el impresor responsable de todos los proyectos editoriales. En este artículo se analizan las dinámicas de producción, distribución y consumo de la literatura impresa durante el último cuarto del siglo xix, a través de la casa editorial de los hermanos galos. 

Optar por explicar el desenvolvimiento de la edición literaria de Monterrey mediante la tipografía de Alfonso y Desiderio fue una decisión ineludible. En primer lugar, porque si bien existen textos y catálogos publicados en el siglo xx hasta cierto punto completos (pero inacabados) que identifican los libros, periódicos y folletos que se han fabricado en Nuevo León, la mayor parte de esa producción está perdida, o tal vez se encuentra resguardada en colecciones particulares aún desconocidas. Afortunadamente, algunos archivos y bibliotecas de Monterrey, así como de la ciudad de México conservan una parte importante de los impresos elaborados por los Lagrange, con la cual es posible explicar el proceso de consolidación de la literatura impresa en la capital nuevoleonesa, puesto que los hermanos franceses fueron pioneros en la edición de contenidos literarios. En segundo lugar, porque en las décadas de 1870 y 1880 se imprimieron aproximadamente 20 periódicos, casi todos de carácter político, las excepciones fueron cinco rotativos: El Jazmín (1874), El Horario (1878), El Filopolita (1878), Flores y Frutos (1879-1881) y La Revista (1881), los cuales tuvieron un cariz literario. El primero de estos fue editado por Miguel F. Martínez, mientras que el resto se elaboró en la Tipografía del Comercio. En esta última imprenta también se estampó la ya citada versión regiomontana de El testamento del suicida, de Feuillet. Es decir, que los Lagrange promovieron la poca (pero significativa) producción literaria de los años setenta y ochenta.

Cabe señalar que no se tiene registro de revistas literarias en la década de 1890, no obstante, el periódico pro católico La Defensa divulgó en folletín Pequeñeces, del jesuita Luis Coloma, en 1893, y El Chancellor, de Julio Verne, en 1895. Es probable que otros rotativos del decenio también hayan ofrecido novelas por entrega, aunque hasta el momento no existe evidencia documental que lo compruebe.

El artículo está dividido en cuatro apartados. En el primero se presenta un compendio informativo de la Tipografía del Comercio, donde se explica cuándo, cómo y por qué fue fundada, qué maquinaria utilizaba y qué tipo de impresos se elaboraban en su interior. Posteriormente se analiza el desarrollo de la imprenta de los Lagrange en relación con el contexto cultural tanto nacional como local de la época, enfatizando cómo el último cuarto del siglo xix fue favorable para las actividades editoriales, en virtud de la emergencia de una generación de escritores liberales que buscó finalizar con el letargo intelectual de los mexicanos a través de la literatura. En el tercero se detallan los autores y géneros literarios publicados por la Tipografía del Comercio, asimismo, se describen algunos aspectos de la materialidad de las ediciones de los hermanos galos. Finalmente, a modo de conclusión, se examina el estado actual de la investigación histórica de la literatura impresa en Monterrey, haciendo alusión a algunos estudios previos que resultan útiles para valorar la recepción de la cultura editorial.

mostrar La Tipografía del Comercio (1874-1903)

La Tipografía del Comercio fue fundada en 1874 por Alfonso y Desiderio Lagrange, como un negocio que pertenecía y complementaba las actividades de la firma familiar A. Lagrange y Hno., dedicada al ramo mercantil. Durante su primer año en funcionamiento se instaló en el número 4 de la Plaza del Comercio, pero después fue trasladada a la calle de Puebla número 3 (en donde adquirió renombre binacional). En los años noventa nuevamente fue mudada, esta vez a la calle de Hidalgo número 15.[2]

Los Lagrange arribaron a Monterrey en 1860, provenientes del departamento de Jura (Francia), porque Alfonso, hermano mayor de Desiderio, fue contratado para trabajar como representante comercial de un negocio ya establecido, a saber, la Mercería Francesa, propiedad de su compatriota Salvador Jarrié. Inicialmente, Alfonso se encargó de cobrar los préstamos otorgados por el establecimiento de Jarrié a pequeños y medianos comerciantes. Sin embargo, conforme avanzaron los años sesenta, se asoció con la firma J. Jarrié y Compañía, Sucesores, fue contratado como apoderado de otros personajes y, para el ocaso de la década, se encontraba realizando empréstitos por cuenta propia. Hacia 1869, Alfonso y Desiderio inauguraron su propia firma: A. Lagrange y Hno.

Fue quizás el clima favorable para desarrollar negocios que se vivió en los años sesenta y setenta, el motivo por el cual los hermanos Lagrange decidieron trasladar a Monterrey todo su capital desde Francia e incursionar en diversos rubros, entre ellos, la imprenta. Invertir en la fundación de una tipografía era un negocio prometedor, porque las condiciones sociales eran propicias para comercializar impresos. Durante la década de 1870, una vez agotado el ciclo intenso de guerras, los liberales letrados intentaron impulsar el ámbito científico-literario de la localidad mediante la publicación de revistas, pero carecían de los recursos suficientes para mantener un proyecto editorial durante un lapso prolongado. Además, la población alfabetizada de Nuevo León incrementó significativamente en relación con el decenio anterior, de modo que empezó a conformarse un público consumidor de publicaciones.

La Tipografía del Comercio fue de naturaleza familiar, administrada directamente por los propietarios y vinculada al patrimonio de los Lagrange. Aunque los dos hermanos galos eran dueños de la tipografía, Desiderio fue el impresor-editor responsable de administrarla, y quien hizo de ella una fructífera empresa editorial que operó –hasta donde he podido rastrear– durante 29 años de manera casi ininterrumpida (dejó de funcionar momentáneamente en 1886 debido al encarcelamiento de Desiderio),[3] lo que ninguna otra imprenta había logrado antes. ¿Qué permitió la subsistencia de la Tipografía del Comercio respecto a los años anteriores? Primeramente, la posesión y uso estratégico del capital. Los Lagrange corrieron el riesgo de invertir en el negocio tipográfico debido a que desempeñaban múltiples actividades mercantiles que les permitieron asegurar la permanencia de su taller, pese a posibles pérdidas.

¿Cómo aprendió Desiderio las habilidades de un impresor? Esta es una cuestión que no puedo responder con precisión por el momento. Lo cierto, es que recibió una instrucción amplia que incluía conocimientos especializados en diversos procedimientos de estampación, pues además de impresor, fue fotógrafo y ofreció servicios de litografía. Así, entre 1874 y 1900 editó una variedad de impresos que abracaba periódicos, libros, reglamentos para empresas, etiquetas para mercancías, memorias gubernamentales, textos escolares y un calendario. Este espíritu de empresa quizá fue estimulado por la cultura del comerciante de la Francia del este, particularmente de la región que va de la Alsacia meridional a Jura; a finales del siglo xviii y principios del xix, en tal comarca los hombres de negocios contaban con una educación que comprendía saberes en lenguas, en procesos de producción y en circuitos mercantiles, además, alrededor de los quince años ingresaban como aprendices en fábricas o casas mercantiles, donde se les alentaba a innovar y diversificar sus actividades. Como ejemplo, baste mencionar el caso de Jean Zuber, quien exportaba papel panorama, artículo de lujo utilizado para cubrir las paredes de las habitaciones; hacia 1806 decidió instalar su propio taller de dibujo grabado e impresión, con el objetivo de producir el artículo que expendía, de modo que buscó controlar todas las aristas del mercado del papel panorama.[4]

Los primeros proyectos editoriales emprendidos por Desiderio (que he documentado) son Discurso pronunciado el 16 de septiembre 1874, por el ciudadano Dr. J. Eleuterio González (1874) y Roma y el evangelio. Estudios Filosóficos-religiosos, teórico-prácticos, publicados por el Círculo Cristiano-Espiritista de Lérida, y reimpreso por el Círculo Espírita “Buena Esperanza” de Monterrey (1876). A partir de 1878 comenzó a elaborar periódicos.

De acuerdo con Isidro Vizcaya, la tipografía de los Lagrange empezó a trabajar con una pequeña prensa operada manualmente (posiblemente de plancha plana), con la cual imprimieron dos de las publicaciones literarias más representativas de los años setenta: El Horario (1878) y Flores y Frutos (1879-1881), rotativos editados e impresos por Desiderio. En el curso de los siguientes años, los hermanos franceses fueron introduciendo máquinas para labores de litografía, fotolitografía y estereotipa, que, según el mismo Vizcaya, personas conocedoras aseguraban que, en toda la república, sólo un periódico de la ciudad de México llamado El Artista hacía trabajos similares a los de los señores Lagrange. Puede advertirse que Desiderio conocía diversas técnicas novedosas de impresión, que le permitieron consolidar un taller capaz de ofrecer una variedad de trabajos.

Inicialmente, la Tipografía del Comercio fue económicamente dependiente de los recursos generados en otros ámbitos. En el siglo xix, era complicado mantener un negocio rentable únicamente a través de la producción y venta de material impreso, dados los altos costos de producción y el reducido público lector. Por esta razón, las labores tipográficas solían complementarse con otras faenas, generalmente relacionadas con el ramo editorial. Por ejemplo, Mariano Galván, reconocido impresor de la ciudad de México, era editor y librero, vendió en su taller anteojos, microscopios, partituras, bacías de metal para barberos, herramientas para encuadernadores, láminas con imágenes religiosas, cadenas de acero para el cuello y relojes con sellos. No es de extrañarse que los Lagrange desempeñaran múltiples actividades en su taller: expendieron libros, papel, máquinas de escribir y ofrecieron servicios de litografía; además, en la Tipografía del Comercio estampaban su sello empresarial en las fotografías que vendían en una galería fotográfica que instalaron en la calle de Hidalgo.

Durante la década de 1870, la Tipografía del Comercio se caracterizó por imprimir periódicos literarios, generalmente editados por Desiderio, pero también por otros editores de Monterrey que no contaban con imprenta propia. Así, algunos personajes contrataron los servicios que ofrecía el taller de los Lagrange para elaborar El Filopolita (1878) y El Pensamiento (1878).

Al comenzar los años ochenta se consolidó el consumo de literatura producida en Monterrey, fenómeno propiciado, en parte, por Desiderio, en virtud de que divulgó por primera vez en folletín obras francesas que tuvieron una exitosa recepción. Así, en la Tipografía del Comercio se elaboraron los siguientes títulos de Xavier de Montépin:

  • Su magestad [sic] el dinero. Primera parte: las tres hijas sin dote (1882)
  • Su magestad [sic] el dinero. Segunda parte: el matrimonio de Lazarine (1882)
  • Su magestad [sic] el dinero. Cuarta parte: la condesa de Gordes (1882)
  • Su magestad [sic] el dinero. Quinta parte: las tres hermanas (1882)
  • El proceso de Saint Maixent o La muerte en vida (1883)
  • Su alteza, el amor (1883)
  • La condesa de Rahon (1884)

Asimismo, en 1885 Lagrange publicó en folletín La Razón SocialFromont y Risler, del galo Alphonse Daudet. Aunque casi la totalidad de la literatura impresa en la Tipografía del Comercio se difundió en la prensa, en 1887, Desiderio publicó en forma de libro la ya mencionada novela El testamento del suicida, de Octavio Feuillet.

Las políticas en materia económica puestas en marcha durante el porfiriato propiciaron la modernización de la Tipografía del Comercio. A principios de los años ochenta, Manuel González impulsó la construcción de las líneas ferroviarias que enlazarían al país con Estados Unidos. Con esta acción, se esperaba que la economía mexicana se dinamizara, pues el ferrocarril se concibió como un medio que permitiría la superación del radio local del comercio interior.

La estructura ferroviaria promovida durante el porfiriato se construyó por tramos dispersos en las diferentes regiones de México, en virtud de una numerosa cantidad de contratos otorgados a empresas extranjeras. En 1881, una firma estadunidense recibió la concesión para establecer los 270 kilómetros de rieles necesarios para enlazar a Monterrey con el vecino país del norte, mismos que se terminaron de instalar el 31 de agosto de 1882.

Luego de la conexión de Monterrey con Estados Unidos a través del ferrocarril, la importación de maquinaria se agilizó y abarató. Desiderio se valió de esta coyuntura para modernizar su taller, introduciendo la primera prensa cilíndrica en Nuevo León. En el siglo xix, dicho invento supuso la sustitución de los métodos artesanales de producción por un sistema mecanizado, de tal forma que el proceso de trabajo se aceleró, los tirajes aumentaron y los precios de las publicaciones se abarataron. La primera prensa de cilindros fue fabricada en 1812 en Inglaterra, y pronto fue solicitada por el Times; desde entonces, la máquina fue mejorándose. Se diseñaron diversos modelos que podían alcanzar una producción que iba de las 1,000 a las 4,000 hojas por hora, y para los años sesenta, existieron rotativas que tiraban hasta 12,000 ejemplares en el mismo tiempo. En México, Ignacio Cumplido fue el pionero en la utilización de una prensa cilíndrica, con ella, en 1845 imprimió El Siglo Diez y Nueve a un ritmo de 1,000 copias por hora, además, el tamaño del diario fue mayor al del resto de las publicaciones y su precio fue menor.

A partir del 1 de agosto de 1883 Lagrange imprimió con su prensa cilíndrica un diario, el cual había comenzado a editar dos años atrás, a saber, La Revista: diario independiente de política, literatura, comercio, agricultura y anuncios. Desde entonces, el cotidiano superó el radio local de circulación, distribuyéndose en una vasta zona que abarcaba el noreste mexicano, parte del centro de México y el sureste de Estados Unidos, además, fue renombrado como La Revista: diario independiente de política, artes, oficios, ciencias, literatura, telegramas, noticias y anuncios; el 9 de enero de 1884 fue rebautizado nuevamente como La Revista de Monterrey.

El diario de Desiderio favoreció la difusión de libros publicados en diversas latitudes del país. Entre 1883-1886, a través de la publicidad que presentaba el cotidiano, por lo menos seis negocios de librería y de otra naturaleza vendieron novelas, folletos con poesía y obras de carácter histórico: La Fronteriza, la Tipografía del Comercio, El Libro Mayor, la Agencia de publicaciones de Reinaldo Lozano, la Mercería de La Fuente del Sr. David Rios y Cia. y La Reinera. Tan sólo La Fronteriza, agencia de libros y publicaciones con sede en Nuevo Laredo (Tamaulipas), puso a disposición de los lectores regiomontanos un catálogo que oscilaba entre los 80 y 90 volúmenes, casi todos literarios. También fue el único comercio que vendió novelas extranjeras, principalmente de autores españoles exitosos, como Manuel Fernández y González, Ramón Ortega y Frías, y Antonio de San Martín. Así, literatura e impresos de todo tipo empezaron promocionarse en la prensa a una escala sin precedentes. El diario de Lagrange representó un hito en el comercio de libros, toda vez que permitió una mayor y diversificada oferta.

El arduo trabajo que implicaba publicar un periódico de circulación cotidiana provocó que, después de 1881, la Tipografía del Comercio dejase de imprimir periódicos predominantemente literarios. Aunque La Revista de Monterrey presentaba un folletín, la difusión de literatura pareció responder a fines meramente mercantiles y de entretenimiento, no se divulgó con el propósito nacionalista e instructivo que caracterizó a las publicaciones que Desiderio editó en los años setenta.

No obstante, es indudable que la Tipografía del Comercio marca un antes y un después en la historia de la edición literaria de Monterrey, porque en los años previos a la fecha de su fundación, la producción impresa de literatura no se había explotado. Desde su establecimiento y hasta 1887, ayudó a la consolidación de un mercado literario, produciendo novelas (por los motivos que fuesen) e impulsando autores.

Durante las décadas de 1870 y 1880, la Tipografía del Comercio fue importante para el desenvolvimiento de la cultura impresa y el consumo de literatura en Monterrey. En 1883, el Periódico Oficial del estado consideraba la imprenta de los Lagrange como el taller más popular de su rubro. Escritores, comerciantes y el gobierno nuevoleonés reconocieron a Desiderio como un personaje trascendente para el ámbito editorial local; el agente de negocios Lorenzo Castro lo promocionó en un directorio comercial publicado en Nueva York como el responsable del mejor diario de la frontera norte de México y de mayor circulación en Nuevo León.

mostrar La Tipografía del Comercio en el devenir cultural de la nación

Para entender los factores que permitieron a la Tipografía del Comercio jugar un papel importante en la consolidación de la edición literaria regiomontana es necesario analizar los procesos culturales tanto locales como nacionales con los que coexistió. El éxito que alcanzaron los proyectos literarios de los hermanos Lagrange no fue casual, sino que se consiguió gracias a diversas circunstancias que propiciaron un auge en la fabricación y el consumo de productos editoriales.

Después de 1867, tras la restauración de la república, surgieron numerosas asociaciones literarias que, como parte de la reedificación del país, plantearon la conformación de una cultura nacional afín al liberalismo. En la capital mexicana, por ejemplo, se establecieron las siguientes asociaciones: Liceo Mexicano (1867), Veladas Literarias (1867-1868), La Bohemia Literaria (1870-1872), Sociedad Nezahualcóyotl (1868-1873), Sociedad Católica (1869-1875), Academia Nacional de Ciencias y Literatura (1871-1875), Liceo Hidalgo (1872-1882), Ateneo Mexicano de Ciencias y Artes (1882) y Liceo Hidalgo (1884-1888). Todas ellas agruparon a numerosos escritores que impulsaron la literatura nacionalista, concebida como un vehículo capaz de fomentar el amor a la patria, eternizando los hechos gloriosos de los héroes, al mismo tiempo que elevaba la educación y las costumbres de los mexicanos. De tal modo, dichos escritores redactaron textos sobre las costumbres, el paisaje y la historia de México, mismos que eran llevados a los más destacados impresores para que los transformasen en libros, o bien, los publicaran en la prensa.[5]

Así, en las décadas de 1860 y 1870 Francisco Díaz de León y Santiago White se encargaron de editar trabajos de Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio, Manuel Payno y Joaquín García Icazbalceta. En su imprenta se estamparon los dos primeros tomos de El Renacimiento, una de las revistas literarias más importantes del siglo, por la variedad de géneros publicados y por su propuesta tendente a buscar la emancipación cultural (en relación con Europa) de las letras mexicanas.[6]

En Monterrey se tiene registro de cuatro sociedades literarias en el último cuarto del siglo xix: Juan Díaz Covarrubias (1878), Florencio M. del Castillo (1878-1880), Liceo Dr. Mier (1878-1882) y José Eleuterio González (1899-1900). La segunda y la tercera estuvieron compuestas principalmente por estudiantes del Colegio Civil, instaurado en 1859 como centro de enseñanza preparatoria y profesional, desde el cual se buscó formar a los profesionistas necesarios para la construcción efectiva del tipo de sociedad concebida por los políticos liberales.[7]

La sociedad Florencio M. del Castillo contó con un órgano impreso de publicidad, a saber, el quincenal El Horario (1878). Esta publicación fue, de acuerdo con Héctor González, la revista literaria más importante de Monterrey en el siglo xix y se imprimió en la Tipografía del Comercio, hecho que no debe extrañarse, ya que el taller de los Lagrange era el más reconocido de su rubro en Monterrey, además, Desiderio era uno de los pocos tipógrafos (si no es que el único) con los recursos suficientes para mantener un proyecto editorial por un tiempo prolongado. Es conveniente señalar que Desiderio adquirió la propiedad del quincenal el mismo año de su fundación. Los redactores de El Horario fueron Enrique Gorostieta, Eusebio Rodríguez, Antonio Gómez Berlanga, Juan B. Sánchez Olivo, Adolfo Duclós y Arnulfo M. García. No obstante, la publicación contó con colaboradores externos, entre los cuales figuró Ignacio Manuel Altamirano, circunstancia que deja entrever su orientación nacionalista.

La Tipografía del Comercio no sólo sirvió como el taller donde se elaboraba El Horario, sino que fue el espacio donde los redactores convergían para discutir los números, o bien, para organizar tertulias. En el México decimonónico, las imprentas generalmente eran puntos de reunión donde concurrían individuos interesados en impulsar el ámbito literario, político o científico. Por ejemplo, la tipografía de Mariano Galván Rivera era célebre no sólo por la reputación del editor-librero, sino también por las tertulias llevadas a cabo en su interior, donde se frecuentaban renombrados personajes del ámbito político e intelectual de la capital del país. De igual manera, el librero José María Andrade organizó veladas literarias en su imprenta, a las cuales asistían figuras de la talla de Guillermo Prieto. La empresa de los Lagrange no fue la excepción: afables y comunicativos, Alfonso y Desiderio constituyeron el centro de los intelectuales de Monterrey, su tipografía era uno de los sitios predilectos de escritores, poetas, publicistas y aficionados al arte, puesto que en ella se efectuaban tertulias en las que se contrastaban opiniones de temas literarios y políticos.

Los miembros de las reuniones celebradas en la Tipografía del Comercio conformaron el núcleo de autores que participó con Desiderio en sus proyectos editoriales, ya sean periódicos o libros. Particularmente destaca el caso de Gorostieta, quien fungió como jefe de redacción de todas las publicaciones elaboradas por Lagrange. En este sentido, el taller de los hermanos galos se convirtió en el semillero de una vigorosa actividad intelectual donde se discutía y decidía qué ideas eran merecedoras de imprimirse.

Es evidente que las prácticas de sociabilidad repercutieron en el ámbito literario de Monterrey, hecho que también aconteció en el resto del país. Pero tal fenómeno cultural no era exclusivo de la realidad nacional, lo mismo ocurría en el resto del mundo occidental; tampoco era una novedad, la organización de tertulias fue común en la Europa del siglo xviii, aunque se popularizó entre los sectores letrados de Latinoamérica en el xix. En México, la imprenta, la librería y el café eran lugares habituales para la celebración de reuniones literarias.

Tras la finalización de la guerra entre liberales y conservadores a finales de la década de 1860, políticos y escritores buscaron finalizar con la marginación intelectual de los mexicanos. En pos de este objetivo, se promovieron las tertulias, las cuales fungieron como espacios donde se planeaba qué ideas difundir de manera impresa. En estas reuniones se intercambiaban libros y noticias sobre las obras en boga, además, solían contar con su propio gabinete de lectura. Ricardo M. Cellard, uno de los escritores más allegados a Desiderio, relató en una crónica publicada en el semanario La Revista (1881) que, durante las tertulias organizadas por las élites regiomontanas en el Casino de Monterrey, los asistentes podían acceder a una sala destinada a la lectura de periódicos.

De acuerdo con Isidro Vizcaya, en la capital nuevoleonesa existieron varios círculos que congregaron a personas con aficiones literarias, sin embargo –afirma el mismo autor–, el grupo más reconocido era aquel que se reunía en la Tipografía del Comercio, compuesto por los hombres que sucesivamente escribieron para El Horario, Flores y Frutos y La Revista, publicaciones que, cabe recordar, fueron editadas e impresas por Desiderio Lagrange. Es preciso señalar que las tertulias constituyeron un espacio de formación para los escritores, toda vez que permitían el intercambio entre colegas de ese me lees te leo que posibilitó la crítica y la afinación de creaciones individuales. Si dichos espacios eran importantes para planear y perfeccionar los textos a publicar, entablar vínculos con editores era crucial para fijarlos en tinta y papel, así como para asegurar su difusión. Por ello, no es de extrañarse que entre 1874 y 1890 la Tipografía del Comercio fuese un punto de reunión de la intelectualidad regiomontana.

La cercanía de Desiderio con los hombres letrados de Monterrey propició que las labores del editor se concibieran como actividades culturales, y, en efecto, lo eran, más allá de los intereses económicos que los Lagrange pudiesen tener. Después de todo, el editor era el intermediario que daba a conocer al público las creaciones de los autores emergentes. En este sentido, el desenvolvimiento de la literatura en las diversas regiones de México no puede comprenderse íntegramente si no se contempla el papel desempeñado por los impresores-editores.

En suma, la generación de hombres letrados que intentó abrirse camino en el mundo literario a partir de la década de 1870 incidió en la consolidación de la Tipografía del Comercio y la figura del editor en Monterrey. Dicha generación aprovechó el establecimiento de la imprenta de los Lagrange para materializar sus aspiraciones, pues sabía que para sobresalir en la escena pública era necesario que un tipógrafo aportara los elementos técnicos que transformaran sus textos en impresos.

Ahora bien, es necesario señalar que los periódicos literarios de los años setenta posiblemente ejercieron influencia sólo en un círculo pequeño de autores y lectores. Tales publicaciones fueron impulsadas por un reducido grupo de individuos ansioso de promover la erudición. Al respecto, Ignacio M. Altamirano afirmó que:

Como la mayoría del pueblo mexicano no sabe leer, sólo queda una minoría reducidísima para quien la letra no es un signo mudo. De esta minoría hay que rebajar noventa y nueve partes, unas porque se contentan con lo aprendido en la escuela, otras porque sólo leen lo indispensable para vivir en el mundo de los negocios, otras porque tienen miedo a otra lectura que no sea la rutinaria, y las más veces porque no cuentan con los recursos miserables que se necesitan para comprar un libro.[8]

¡La centésima parte de esa minoría es, pues, la única que sostiene las publicaciones!

La cita anterior aludía a la ciudad de México, principal centro urbano, político y cultural del país, la cual contaba con la mayor cantidad de población alfabetizada. En Monterrey, los círculos de lectores debieron ser más pequeños. Además, la circulación de impresos en el noreste del país antes de la introducción del ferrocarril en la década de 1880 era lenta y complicada, debido a la mala condición de los caminos, la poca eficiencia del sistema de correos y a los constantes ataques de las tribus seminómadas, mismas que, entre 1870-1890, representaron uno de los principales problemas fronterizos que preocupaba tanto a México como a Estados Unidos. Así, la producción literaria impresa promovida desde la Tipografía del Comercio en los años setenta probablemente tuvo un alcance que apenas rebasaba los límites de la localidad.

No obstante, el desenvolvimiento de la Tipografía del Comercio también respondió a los procesos económicos nacionales y regionales. Durante el cuatrienio presidencial del general Manuel González (1880-1884) se promovió como en ningún otro momento del porfiriato la construcción de redes ferroviarias; en este lapso, el gobierno federal otorgó a una empresa estadunidense la concesión para instalar la vía entre Monterrey y Laredo, misma que fue concluida en 1882. Una vez que el ferrocarril fue introducido a la capital nuevoleonesa, Lagrange modernizó su taller con una prensa cilíndrica y sus impresos se distribuyeron en una vasta zona que abarcaba el noreste mexicano, parte del centro de México y Estados Unidos.

mostrar La producción de la Tipografía del Comercio

La mayor parte de la producción de la Tipografía del Comercio se ha perdido. Afortunadamente, tres repositorios resguardan una parte de ella, la cual resulta útil para caracterizar y analizar la literatura impresa en el taller de los Lagrange. El primero es el fondo reservado de la Hemeroteca Nacional de México, que custodia La Revista: semanario independiente (1881). El segundo es la Colección Digital uanl, donde es posible consultar en línea los folletines de Xavier de Montépin publicados en La Revista de Monterrey (1881-1886), así como El testamento del suicida (1886), de Octavio Feuillet, único libro (en materia literaria) editado por Desiderio. El tercero es el Fondo Hemerográfico de la Biblioteca Nacional de Antropología, que preserva El Filopolita (1878), revista administrada por Ramón Galván, pero impresa en la Tipografía del Comercio. De tal modo, es factible conocer algunos de los autores y géneros literarios publicados por Desiderio, así como la materialidad de sus impresos.

En lo que a La Revista: semanario independiente se refiere, ésta comenzó a imprimirse el 1 de febrero de 1881. El Periódico Oficial del estado predijo que sería una de las publicaciones literarias más importantes de Nuevo León, dado que sus columnas contenían “las valiosas producciones que salen de las bien cortadas plumas de nuestros viejos amigos Orestes (Enrique Gorostieta) y Pílades (Ricardo Cellard)”,[9] escritores locales de orientación liberal, que se habían forjado una reputación entre la comunidad lectora de Monterrey.

A lo largo del siglo xix, las revistas se caracterizaron por ser publicaciones especializadas en una temática y público específicos. Así, surgieron títulos para infantes como el Diario de los Niños (1839-1840) o El Correo de los Niños (1872-1883), y para mujeres, como el Semanario de las Señoritas Mexicanas. Educación Científica, Moral y Literaria del bello sexo (1841-1842), El Eco de la Moda, dedicado a las señoras y señoritas (1880) o Las Hijas del Anáhuac (1888). Múltiples asociaciones literarias las utilizaron como el principal medio para divulgar sus fines, los cuales eran diversos: discutir novedades librescas, ganarse un lugar en el mundo de las letras, impulsar la literatura nacional, entre otros.

El surgimiento de La Revista fue el resultado del asociacionismo de la comunidad letrada de Monterrey, fenómeno que cobró relevancia en la capital nuevoleonesa a partir de la década de 1870. De acuerdo con Isidro Vizcaya, en este lapso “se multiplican las publicaciones periódicas: unas bisemanales, otras semanales o quincenales, otras más aparecen irregularmente, se suspenden y vuelven a aparecer meses después”.[10] Este incremento –siguiendo los planteamientos del mismo autor– fue la consecuencia de un vigoroso movimiento literario impulsado por círculos de escritores, por ejemplo, la sociedad Florencio del Castillo, cuyos miembros más destacados, a saber, Gorostieta y Cellard, constituyeron la base de autores que redactaron todos los periódicos editados por Lagrange.

Del mismo modo que los autores de la capital del país, los escritores regiomontanos intentaron destacar en el ámbito público, sobre todo en la prensa, medio que permitía influir en un segmento de la población más amplio que aquel constituido por los lectores de libros. Para conseguir este objetivo, era necesario que los hombres de letras forjaran lazos con algún editor dispuesto a auspiciar sus pretensiones. Lagrange decidió fungir como el mecenas de los periódicos promovidos por Gorostieta y Cellard, además, su imprenta constituyó un espacio de sociabilidad donde políticos y profesionistas discutieron cómo poner fin al letargo cultural de Nuevo León.

A través de La Revista, Gorostieta y Cellard buscaron impulsar los ámbitos literario y científico del estado. Particularmente deseaban influir en la juventud, toda vez que el cultivo de las letras en los adolescentes era considerado como un elemento que contribuía a lograr el orden y la paz social. Desde el primer número del semanario, los redactores especificaron que se fomentaría con primacía la novela, género literario de moda que, hacia los años setenta, sustituyó a la poesía en lo que a popularidad se refiere.

Pero no bastaba con dar a conocer contenidos novelescos, tanto para Gorostieta como para Cellard también era necesario enseñar a la juventud cómo escribir novelas, para que, en un futuro incierto, surgieran autores regiomontanos que evidenciaran el progreso de las letras en la localidad. En consecuencia, La Revista contó con una sección titulada “El perfecto novelista”, la cual constituía una suerte de manual que tenía como finalidad instruir e iniciar a los lectores en la escritura literaria. Así, se explicaba cuáles eran las principales reglas de la novela, cómo empezar una historia, qué tipo de personajes era conveniente incluir en el relato, cómo elaborar una descripción, entre otras cuestiones.

Toda explicación de “El perfecto novelista” iba acompañada de ejemplos seleccionados de las obras de algunos de los mejores novelistas de fama, los cuales eran (según el criterio de la redacción de La Revista) el oficial naval inglés Frederick Marryat, el francés Alejandro Dumas y el español Francisco Navarro Villoslada. Los dos primeros se caracterizaron por escribir novelas de aventuras, como Frank Mildmay o El Ofcial de Marina (en el caso de Marryat) o Los tres mosqueteros y El Conde de Montecristo (en el caso de Dumas); cabe señalar que, desde mediados de siglo, Dumas era muy popular en la prensa mexicana, por citar un ejemplo, La Semana de las señoritas mejicanas ofreció por entregas El tulipán negro en 1850. Por su parte, Villoslada destacaba por sus novelas históricas afines al carlismo, como Amaya o los vascos en el siglo viii, hecho por el cual resulta extraña su inclusión en La Revista, hay que recordar que tanto Gorostieta como Cellard eran liberales que simpatizaban con las ideas de Ignacio M. Altamirano, inclusive dedicaron espacios del semanario a la promoción de libros como Historia crítica de la literatura Mexicana, de Francisco Pimentel.

En suma, los redactores de La Revista deseaban que Monterrey contara con literatos propios, no fue casual que desde el primer número del semanario preguntaran angustiados: ¿Qué día podremos anunciar la aparición de un nuevo libro debido a la pluma de algún ilustre Nuevoleonés?

En otro orden de las cosas, La Revista era una publicación elaborada de manera artesanal. No sé con exactitud con qué clase de imprenta se fabricó, pero puede suponerse que fue con una prensa de plancha plana operada manualmente, ya que la prensa cilíndrica de vapor fue introducida en Monterrey por Desiderio posteriormente.

Es importante puntualizar que, durante la trayectoria editorial de Lagrange, se publicaron en Monterrey alrededor de 20 periódicos. Además, circularon en la ciudad rotativos de otras latitudes, principalmente de la capital del país, como El Cultivador, Biblioteca de Jurisprudencia, El Publicista, El Correo del Lunes, El Rascatripas, La Patria, La República, La Libertad, El Nacional, El Foro, la Trait d´Unión, La Voz de España, El Hijo del Trabajo, El Minero mexicano, La Industria o La Escuela de Medicina. De otros estados se divulgaron El Telegrama, de Guadalajara; El Coahuilense y El Libre Examen, de Saltillo; La Bandera Veracruzana, de Xalapa; El Combate, de Orizaba; y El Cronista, de Matamoros. Desde Estados Unidos también fueron difundidos periódicos, por ejemplo: La Colonia Mexicana y La Palanca, de Laredo; El Comercio Mexicano, de Corpus Christi; y El Ferrocarrilero, de Saint Louis.

Es decir, que Desiderio no operó en un contexto desolado, durante sus años a cargo de la Tipografía del Comercio tuvo que competir con otros editores tanto locales como foráneos para captar la atención del público lector de Monterrey. Por ello, algunos tipógrafos se esforzaron por introducir innovaciones que otorgaran mayor calidad a sus publicaciones, por citar un ejemplo, a finales de la década de 1870 se imprimió El Jazmín, primera publicación regiomontana en emplear grabados.

Para que La Revista sobresaliera entre los periódicos que proliferaron a principios de los años ochenta, se procuró que la edición estuviese bien cuidada. Esta circunstancia es sintomática de cómo las labores editoriales eran relevantes, no bastaba que los contenidos fuesen escritos por autores reconocidos; asimismo, era importante prestar atención al soporte material de los textos, pues éste era crucial para que el impreso adquiriese una dimensión estética capaz de atraer lectores.

El primer número de La Revista fue presentado con gala, además, tuvo un diseño distinto a los ejemplares que le sucedieron. El encabezado del semanario se estampó con una litografía, probablemente elaborada en la misma Tipografía del Comercio, pues, como ya se señaló anteriormente, los Lagrange contaban con una prensa litográfica (ver imagen número 1); todas las hojas fueron decoradas con un marco y para imprimir las letras capitulares se utilizaron dos clases de tipos metálicos ornamentados: el primero, era un modelo cuya decoración excedía visiblemente el contorno de la letra; cuando era empleada, el área de fondo sobrepasaba la primera línea del texto, pero jamás rebasaba su margen izquierdo (ver imagen número 2). La segunda, de adornos sencillos que apenas superaban el perímetro del símbolo, se justificó con el escrito (ver imagen número 3). Es evidente que Desiderio se preocupó por adquirir el material de imprenta necesario para reflejar una edición bien trabajada.

 

Imagen 1. La Revista: semanario independiente, 1 de febrero de 1881, p. 1. Miscelánea mexicana siglo xix, volumen 14. Hemeroteca Nacional de México.

 

Imagen 2. La Revista: semanario independiente, 1 de febrero de 1881, p. 1. Miscelánea mexicana siglo xix, volumen 14. Hemeroteca Nacional de México.

 

Imagen 3. La Revista: semanario independiente, 1 de febrero de 1881, p. 5. Miscelánea mexicana siglo xix, volumen 14. Hemeroteca Nacional de México.

 

Los ejemplares posteriores al primer número no se enmarcaron ni contaron con tantas capitulares ornamentadas. Esto se debió posiblemente a que Desiderio buscó darle un formato más sencillo a La Revista, puesto que los tipos metálicos podían ser reutilizados numerosas veces, sin embargo, el editor francés prefirió darles un uso poco constante.

La Revista se publicó acorde al formato estándar de las revistas nacionales y extranjeras que circulaban en el país: estaba compuesto por 8 páginas de 34 centímetros de largo; tomando como referencia el libro de muestras del establecimiento tipográfico de Ignacio Cumplido (1871), esta característica correspondía a un folio mayor de dos pliegos comunes, el tamaño más grande que se ofrecía para editar una revista. En cuanto al contenido se refiere, éste fue distribuido en dos columnas y carecía tanto de imágenes como de publicidad.

La primera página no contó con la típica sección “Condiciones”, en la cual se especificaban los precios de la publicación, en consecuencia, no es posible conocer sus modalidades de venta. Pero hay que recordar que, además de objeto difusor de ideas, un periódico es una mercancía, y como tal, tiene la misma finalidad que otros artículos comerciales: generar utilidades. Desiderio debió intentar obtener los mayores beneficios económicos posibles de su semanario.

En el cuarto número de La Revista apareció un aviso dedicado a los suscriptores, lo cual evidencia que contó con una fuente propia de ingresos que le otorgaba relativa independencia financiera de A. Lagrange y Hno. Dicho anuncio expresaba lo siguiente:

Tenemos el placer de anunciarles que muy pronto recibirán como obsequio, la última obrita que ha publicado el Benemérito Dr. José Eleuterio González (Gonzalitos) a la que acompaña una magnífica fotolitografía que consiste en un autógrafo del ilustre autor.
Creemos que nuestros suscriptores nos agradecerán este valioso objeto, con lo que verán que nos afanamos por corresponder a la buena acogida que ha obtenido este humilde semanario.[11]

El aviso es revelador en más de un sentido. Primeramente, muestra la buena aceptación que tuvo La Revista, hecho que motivó a Desiderio a intentar conseguir más abonados; en este sentido, puede pensarse que las revistas de los años setenta adquirieron relevancia no sólo por la actividad de los círculos de escritores interesados en difundir sus textos, sino también por la existencia de un público que consumía las producciones locales. En segundo término, exhibe la faceta empresarial de Lagrange, quien decidió invertir recursos para obsequiar libros, posiblemente con la finalidad de atraer más lectores; ésta era una clara estrategia tendente a promover la compra de suscripciones. Es pertinente agregar que el precio de dichos libros no debió ser barato, ya que contaban con imágenes fotolitografiadas, las cuales aportaban un valor adicional a los impresos.

Conseguir la venta anticipada de los periódicos era importante para los editores, porque les permitía adquirir los recursos necesarios para asegurar la producción de un tomo. No es casual que Lagrange haya empleado distintas tácticas para intentar captar mayores suscriptores; una de ellas consistió en presentar los números del semanario como parte de una obra fragmentada: todos los ejemplares de La Revista estuvieron foliados consecutivamente, de tal manera que si eran coleccionados y encuadernados conformaban un libro con una paginación sin interrupciones. Esta estrategia no era una novedad, pues desde el siglo xviii el periódico se pensó como encuadernable, de modo que cada número constituía una pequeña parte de una obra. El editor facilitaba con posterioridad una portada (en ocasiones con grabados) e inclusive índices para la encuadernación del tomo, que se transformaba así en un libro. De hecho, una de las características de las revistas mexicanas decimonónicas fue que pueden considerarse como libros por entrega, que eran repartidos periódicamente, ya sea de manera semanal, quincenal o mensual, a partir de suscripciones anuales.

Durante el lapso en que se publicó La Revista (1881), Gorostieta y Cellard impulsaron a su manera y hasta donde les fue posible el proyecto que pensaron adecuado para finalizar con el letargo cultural de la sociedad regiomontana. Sin embargo, en los subsiguientes años ochenta, Desiderio decidió dejar de imprimir revistas literarias para publicar un diario, impreso que, por su naturaleza, tuvo un propósito marcadamente comercial.

A mediados de 1881 empezó a imprimirse La Revista: diario independiente de política, literatura, comercio, agricultura y anuncios, rebautizada en 1884 como La Revista de Monterrey.  El cotidiano de Lagrange estaba diseñado para ser consumido por un público más amplio y diverso que aquel que leía revistas.  No obstante, la literatura pervivió en el diario del editor galo, pero su difusión pareció responder a fines meramente mercantiles y de entretenimiento, es decir, que ya no se divulgó con el objetivo instructivo que tuvo el semanario La Revista. El diario ofreció en folletín composiciones de autores franceses en boga, quizá con la intención de conservar a los suscriptores interesados en contenidos literarios, o bien, para conseguir nuevos y mayores lectores.

Gorostieta y Cellard ya no tuvieron la posibilidad de fomentar la escritura entre los jóvenes. Quizá por ello, casi dos meses después del establecimiento de La Revista de Monterrey, Gorostieta dejó la jefatura de la redacción del diario, cargo que había ocupado en todas las publicaciones editadas por Desiderio anteriormente. Los motivos de este suceso no son claros. En su último texto, dicho escritor se limitó a expresar que circunstancias adversas para los autores independientes le impedían continuar al frente de las publicaciones de Lagrange. De alguna manera, su renuncia es sintomática del declive del periodismo literario que predominó durante la década de 1870.

Luego de la salida de Gorostieta, Desiderio dejó de contar con la colaboración de quien fue considerado por Héctor González como el principal representante de los jóvenes intelectuales regiomontanos de su época y el impulsor de las mejores publicaciones literarias nuevoleonesas de todo el siglo xix.[12] Pero la divulgación de literatura mediante el folletín no debe menospreciarse a la hora de analizar la difusión de la literatura impresa, más allá de que los editores lo utilizaran con una finalidad esencialmente comercial.

Hay que aclarar que el folletín era un suplemento del periódico que contenía fragmentos de una unidad bibliográfica (generalmente una novela), el cual se imprimía en la franja inferior de las páginas, aunque en ocasiones se proporcionaba como un impreso independiente al rotativo. Esta fórmula editorial estaba diseñada para ser coleccionada y empastada, de modo que un lector pudiera elaborar poco a poco una obra. En la Colección Digital uanl pueden consultarse encuadernaciones de folletines editados por Lagrange, los cuales evidencian cómo en Monterrey la prensa estimuló la fabricación de libros.

El folletín fue una de las estrategias editoriales más utilizadas a lo largo del siglo xix. Particularmente después de la década de 1860, la venta de literatura fragmentada a través de los periódicos se popularizó a nivel mundial, en parte, porque el uso generalizado de la prensa cilíndrica posibilitó producir aceleradamente contenidos novelescos, los cuales eran muy demandados. Es pertinente señalar que, en Monterrey, el Periódico Oficial de Nuevo León insertó un folletín desde los años sesenta, donde se difundió la Constitución del estado, sin embargo, se debe a Lagrange el mérito de emplearlo para la promoción de la literatura.

El uso del folletín era adecuado para tantear las exigencias del público de una localidad sin invertir demasiados recursos económicos, pues un libro se imprimía fragmentadamente y, si la obra no tenía un impacto positivo entre los lectores, el editor podía fácilmente suspenderla y experimentar con otros autores. Además, permitía que artesanos, empleados de casas comerciales y demás lectores no pertenecientes a sectores adinerados, accedieran a ciertos textos sin pagar de una sola vez el precio de un ejemplar encuadernado, que, de no venderse por partes, difícilmente les hubiera sido asequible.

El primer folletín que difundió literatura, que he logrado documentar, se insertó en El Filopolita (1878), un semanario administrado por Ramón Galván, pero impreso en la Tipografía del Comercio, que destacó por incluir a mujeres como colaboradoras, por ejemplo, Julia G. de la Pela y Antonieta C. Reyes. El jefe de redacción era Emilio V. Martínez, y los redactores eran Eugenio F. Castillón, Felipe H. Ortiz, Bartolo Ramírez, Ramón Galván y Clemente Rodríguez. El semanario expresó profesar las mismas ideas nacionalistas de los individuos que componían las asociaciones literarias, de modo que buscaba contribuir a erradicar la ignorancia en la patria. No es de extrañarse que en el folletín se divulgara Ernesto. Novela de costumbres, de Emilio Castelar, escritor y político español liberal, presidente de la Primera República Española en 1873-1874.

El Filopolita sólo se publicó durante el segundo semestre de 1878, por lo cual es complicado valorar el impacto de su folletín. Lo cierto, es que su proyecto literario no pudo mantenerse por más de un año. Pero ello no significa que los folletines tuvieron mala recepción en Monterrey.

Tan sólo en 1882, Lagrange publicó en el folletín de su diario por lo menos cuatro novelas, todas del autor francés Xavier de Montépin: Su magestad el dinero. Primera parte: las tres hijas sin dote, Su magestad el dinero. Segunda parte: El matrimonio de Lazarine, Su magestad el dinero. Cuarta parte: la condesa de Gordes y Su magestad el dinero. Quinta parte: las tres hermanas. Un suscriptor coleccionó y encuadernó las primeras dos ediciones en un solo tomo y las demás en otro, mismas que pueden consultarse en la ya mencionada Colección Digital uanl. Este hecho evidencia dos cuestiones: 1) Lo popular que fueron los folletines de Lagrange, quien introdujo nuevas prácticas de lectura e involucró a sus lectores en el proceso editorial mismo. 2) La consolidación de la literatura impresa en Monterrey, propiciada por un editor con los recursos necesarios para lanzar un proyecto editorial, así como por la existencia de un público que consumía impresos. 

La constante publicación en folletín de las obras de Montépin es sintomática del éxito que este escritor tuvo en Monterrey. En 1883 Desiderio publicó El proceso de Saint Maixent o La muerte en vida y Su alteza el amor, y en 1884 La condesa de Rahon (segunda parte de La muerte en vida). No es fortuito que Lagrange promoviera a Montépin, ya que era una figura popular tanto en Europa como en América, tal y como lo exhiben testimonios periodísticos de la época. En los años ochenta, dicho autor también se divulgó en el folletín de Le Trait d´Union, periódico francés editado en la capital del país; además, sus textos estaban traducidos en diversos idiomas. Otro editor de la ciudad de México que imprimió novelas de Montépin fue Ignacio Cumplido. De este modo, puede observarse que en Monterrey empezaron a leerse las modas literarias del momento.

En mayo de 1883, Desiderio publicó un anuncio en el Periódico Oficial del estado que ayuda a precisar cómo se difundieron sus folletines. En dicho aviso, el editor galo informó a sus suscriptores que las 200 páginas que componían la versión en español de Su alteza el amor se repartirían mensualmente por entregas de 16 hojas. Es decir, que para coleccionar el libro completo, una persona debía suscribirse al diario durante un año aproximadamente. Con esta estrategia, Lagrange también aseguraba ganancias para su negocio.

La Biblioteca Nacional de México resguarda un ejemplar encuadernado de Su alteza el amor compuesto de 333 hojas, lo cual indica que Desiderio extendió la serie por lo menos ocho meses más ¿El éxito del folletín provocó que Lagrange prolongara la edición? Las evidencias apuntan a una respuesta afirmativa.

Mediante el folletín, Lagrange pudo sopesar el gusto del público regiomontano por la literatura gala, además, demostró que en Monterrey era posible generar un negocio cultural de nuevo cuño. Así, la prensa contribuyó a que la novela se posicionara como el género literario más leído en la ciudad. Después de la buena aceptación que tuvo Montépin, el editor francés anunció que imprimiría en 1886 La razón social, Fromont y Risler, de Alfonso Daudet, título premiado por la academia francesa. No obstante, el editor galo fue encarcelado ese mismo año por criticar al Ayuntamiento de Cadereyta Jiménez, Nuevo León, lo cual impidió que el libro de Daudet saliera a la luz.

Las obras fragmentadas difundidas a través del diario de Lagrange fueron un factor que coadyuvaron a consolidar la presencia de la literatura en Monterrey, y a que más personas pudieran acceder a los textos en boga. Asimismo, el folletín promovió una nueva forma de relación del público con el libro, en la cual los lectores se involucraron en el proceso de elaboración de un ejemplar; puede decirse que esta fórmula se presentó como la opción más adecuada para el mercado editorial regiomontano.

En 1887, luego de salir de prisión, Lagrange decidió clausurar el diario. Aunque su labor periodística fue frenada, no cerró su taller. Desiderio pensó que podría desarrollarse editorialmente en el ámbito libresco. En 1887 imprimió una novela que por primera vez no formaba parte de la colección de un folletín: El testamento del suicida, de Octavio Feuillet.

Esta obra inauguró la serie Biblioteca Económica, de la Tipografía del Comercio. El nombre de la colección advierte por sí mismo la orientación que Lagrange buscó darle a su nueva aventura editorial: fabricar obras baratas asequibles para el mayor número de lectores posibles. Para entonces, otros impresores del país habían difundido ediciones económicas o populares, como Vicente García Torres a principios de los años cincuenta. Esta circunstancia permite observar que Lagrange contaba con un amplio conocimiento del mundo libresco y que tomó como referentes proyectos ya existentes. Si el editor galo se atrevió a publicar un libro era porque el éxito previo de los folletines de Montépin le indicaban que en Monterrey era factible el desenvolvimiento de un mercado literario independiente a la prensa.

No obstante, la colección económica de Lagrange se estancó en un solo número. Los motivos de este hecho son inciertos ¿La novela de Feuillet no tuvo la recepción esperada? ¿El editor francés prefirió dedicar su tiempo a otras actividades? No existen respuestas precisas. Lo cierto, es que este proyecto fue el primer antecedente de las colecciones baratas regiomontanas y la primera novela publicada (en forma de libro) en Monterrey.

Es evidente la predilección de Lagrange por los autores galos. Tal cuestión no es de extrañarse, puesto que la Francia de la segunda mitad del siglo xix se consideraba la capital del mundo moderno y un referente a seguir, era de esperarse que su literatura influyera hondamente en México. Publicar o leer obras francesas otorgaba prestigio, evidenciaba que un editor o lector caminaba a la par del mundo civilizado.

mostrar A modo de conclusión: apuntes para el estudio de la recepción de la literatura impresa en Monterrey

A lo largo de este artículo se analizó el desarrollo de la literatura impresa regiomontana en el siglo xix a través de la trayectoria editorial de Desiderio Lagrange. Todo aquel que opte por estudiar el ámbito de la edición literaria decimonónica (ya sean fenómenos de producción, divulgación o consumo) seguramente terminará aludiendo a tal personaje, ya que casi la totalidad de los proyectos literarios de los años setenta y ochenta estuvieron relacionados con su taller. Conviene recordar que en esas décadas se consolidó el mercado literario en Monterrey, gracias al papel de la imprenta de Lagrange.[13]

A pesar de la importancia que tuvo la Tipografía del Comercio en el último cuarto del siglo xix, el impacto de los impresos de Desiderio en Nuevo León es poco conocido. Hombre de iniciativa y consciente del terreno donde pisaba, el editor francés contribuyó a afianzar la presencia de la literatura en la vida cotidiana de los regiomontanos. Aunque en 1926 fue reconocido por el diario El Porvenir como uno de los exponentes más firmes del Monterrey industrioso y una de las figuras que se destacan con mayor firmeza a través de la historia del desenvolvimiento de las artes gráficas, su faceta como impresor-editor había sido ignorada hasta hace un par de años. Las escasas historias locales que lo nombran apenas aportan sucintos datos biográficos, en ocasiones contradictorios, aunque reconocen que fue un fotógrafo importante y el tipógrafo que publicó el primer diario de la entidad. Para la historiografía nacional es todavía un personaje desconocido.

Estudiar la trayectoria editorial de Lagrange fue la opción más adecuada que se me presentó para explicar el panorama literario de Monterrey en el siglo xix, pero no es la única manera de analizar ese ámbito. La historia de publicaciones específicas puede aportar conocimiento valioso sobre las formas de producción, distribución y lectura de la literatura impresa.

La historia de la edición se ha posicionado como un campo de estudio relevante dentro de la historiografía nacional. Sin embargo, se ha privilegiado el análisis de la zona centro del país, cuyas características económicas, sociales y culturales eran muy diferentes a las de los estados fronterizos. Por otro lado, son escasos los académicos norteños que han mostrado inclinación por indagar el desarrollo editorial del noreste mexicano, a pesar de que uno de los problemas actuales de la región es la pobre repercusión de las industrias culturales (sobre todo la industria del libro) en la estructura de la vida pública.

Hay que señalar que Algunos apuntes acerca de las letras y la cultura de Nuevo León en la centuria de 1810 a 1910, Siglo y medio de cultura nuevoleonesa e Historia de la cultura nuevoleonesa, de Rafael Garza Cantú, Héctor González y Genaro Salinas Quiroga respectivamente, son algunas pesquisas de cariz recopilatorio publicadas a lo largo del siglo xx que cuentan con el gran mérito de incluir crónicas sobre los libros y folletos que han circulado en Nuevo León. Todas ellas se caracterizan por ser catálogos hasta cierto punto completos (pero inacabados) de obras, periódicos y autores, que pueden servir como base para emprender investigaciones sobre el desarrollo de la literatura impresa regiomontana, ya que permiten observar quién y qué se imprimía en los siglos xix y xx. Mis indagaciones sobre Lagrange tuvieron como punto de partida el catálogo de González, pues permitió observar la presencia que tuvo el taller tipográfico del editor galo en el último cuarto del siglo xix.

Desafortunadamente, la mayor parte de los impresos identificados en los libros de Garza Cantú, González y Salinas se han perdido, o bien, se encuentran resguardados en colecciones particulares. Por tal motivo, la historia de las ediciones impresas regiomontanas debe realizarse mediante el análisis de los pocos periódicos decimonónicos resguardados en los diversos repositorios de la ciudad de México y la capital nuevoleonesa.

Es justo mencionar que existen algunos trabajos sobre bibliotecas públicas y privadas a través de los cuales es posible examinar la circulación de literatura en Monterrey. Estos son La biblioteca pública, Nuevo León, 1882-1950, sueños y tragedias, de Celso Garza Guajardo, Bibliotecas antiguas de Nuevo León, de Gerardo Zapata Aguilar, así como los artículos publicados por Israel Cavazos Garza en Vida Universitaria durante 1953. Aunque estos títulos no exhiben la producción meramente local, sí muestran los inventarios de las bibliotecas de algunas instituciones e importantes personajes de la vida política y religiosa de Nuevo León, por ejemplo, el Hospicio de San Pedro del Real de Boca de Leones, el Colegio San Francisco, la Biblioteca Pública de Nuevo León, los gobernadores Martín de Zavala y Vicente González de Santianez, los comandantes Juan de Ugalde y Joaquín Arredondo, y los obispos Antonio de Jesús Sacedón, Rafael José Verger, Andrés Ambrosio de Llanos y Valdés, Primo Feliciano Marín de Porras e Ignacio de Arancibia.

Problematizando el contenido de las bibliotecas que ingresaron a Monterrey es factible conocer qué libros circularon, las condiciones económicas de los lectores, los gustos literarios de las élites locales y los intereses intelectuales de las instituciones que tuvieron injerencia en la vida pública, entre otras cuestiones. Cuando se consulta directamente las obras de las bibliotecas antiguas las posibilidades de análisis aumentan, toda vez que puede reconocerse qué países tenían presencia editorial, así como la cultura material del libro; por ejemplo, la Colección Digital uanl custodia el fondo de origen de la Biblioteca Pública de Nuevo León, fundada en 1882, allí puede observarse el tipo de encuadernaciones de algunos títulos de la época, asimismo, mediante el examen de grabados o litografías es posible estudiar la estética visual del momento.

Otra vía de análisis de la circulación y recepción de la literatura impresa en Monterrey la brinda la publicidad. En este punto hay que volver a La Revista de Monterrey. El diario de Desiderio ayudó a incrementar la oferta de literatura a través de espacios publicitarios. Entre 1883-1886, por lo menos seis negocios de librería y de otra naturaleza vendieron libros mediante el cotidiano del editor francés, a saber, La Fronteriza, la Tipografía del Comercio, El Libro Mayor, la Agencia de publicaciones de Reinaldo Lozano, la Mercería de La Fuente del Sr. David Rios y Cia. y La Reinera. El caso de La Fronteriza es de llamar la atención. Esta agencia de libros y publicaciones con sede en Nuevo Laredo (Tamaulipas), presentó diariamente un catálogo con un amplio reportorio que oscilaba entre los 80 y 90 volúmenes, casi todos literarios. Vendió sobre todo novelas extranjeras, principalmente de autores españoles exitosos, como Manuel Fernández y González, Ramón Ortega y Frías y Antonio de San Martín, personajes que habían triunfado en Europa escribiendo novelas por entrega.

Resultaría útil investigar los negocios que vendieron libros a través de la prensa, porque revelaría diversos aspectos del mercado literario, principalmente relacionados con la oferta, aunque también evidencia algunas características del consumo. Retomando el caso de La Revista de Monterrey, en un anuncio publicado en noviembre de 1883 se avisó a las personas que no pudieron adquirir la edición suntuosa del Almanaque Caballero que se habían mandado fabricar a Nueva York cinco mil pastas de lujo sueltas, con las cuales podían encuadernar versiones en formato rústico. Este hecho advierte cómo existieron numerosos lectores que, más allá del contenido, se preocuparon por el soporte de los textos. Otro anuncio ofrecía biblias con grabados en acero, 500 ilustraciones en madera y hojas bellamente adornadas para escribir en ellas los matrimonios, bautismos y defunciones familiares; tal publicidad exhibe la existencia de un público dispuesto a pagar el precio de un ejemplar suntuoso, ya sea porque valoraba sus criterios estéticos, o bien, porque portar un título elegante le daba distinción. Cabe señalar que La Fronteriza también vendió volúmenes en presentaciones diversas, cuyo precio iba desde los dos hasta los seis reales, con cromolitografías, con muchos grabados o elegantemente empastados.[14] De este modo, aunque la producción de libros en la capital nuevoleonesa fue precaria, es posible estudiar el consumo de los regiomontanos, quienes accedieron a las obras elaboradas con las técnicas más avanzadas del siglo xix.

En suma, aunque la mayor parte de la literatura impresa en Monterrey en el siglo xix se ha perdido, existen posibilidades para reconstruir el panorama literario regiomontano. En este artículo, a través de la imprenta de Desiderio Lagrange se mostró que es factible conocer las dinámicas internas de producción, distribución y consumo de novelas. Ahora bien, aunque la trayectoria del editor galo permite entender los factores que propiciaron la consolidación de la edición literaria, el tema merece ser explotado de manera más profunda, desde otros enfoques y explorando nuevas fuentes.

 

mostrar Bibliografía

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Clark de Lara, Belem, “Generaciones o constelaciones”, en La república de las letras, asomos a la cultura escrita del México decimonónico, Ambientes, asociaciones y grupos, movimientos, temas y géneros literarios, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2005, vol. 1, pp. 11-46.

González, Héctor, Siglo y medio de cultura nuevoleonesa, Monterrey, Nuevo León, La Biblioteca de Nuevo León, 1993.

Suárez de la Torre, Laura, “La producción de libros, revistas, periódicos y folletos en el siglo XIX”, en La república de las letras, asomos a la cultura escrita del México decimonónico, Publicaciones periódicas y otros impresos, México, Universidad Nacional Autónoma de México (Ida y regreso al siglo xix), 2005, vol. 2, pp. 9-25.


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