Enciclopedia de la Literatura en México

Silvayn

Marco Antonio Campos
2001 / 08 ene 2018 09:28

“(Ignacio Manuel) Altamirano había fundado el Liceo Mexicano, que a su vez había sido sucesor del Liceo Hidalgo, y (Joaquín) Casasús, deseoso de honrar al maestro y de restaurar una vieja tradición mexicana, fundó el Liceo Altamirano, en que nos reunía a todos los jóvenes de entonces con afición a las letras”, evoca Victoriano Salado Álvarez.[20] Las reuniones para almorzar se llevaban a cabo cada dos semanas en el lujoso restorán Silvayn, en Chapultepec, y por la lista de invitados ocurriría probablemente a mediados de la primera década del siglo xx. Salado Álvarez (1867-1931) reconoce que las reuniones pudieron haber sido consideradas con un perfil científico y derechista, “pero la verdad no me acuerdo que jamás se hablara en ellas de política”.

De los muchos asistentes que Salado Álvarez enlista, el único comensal de importancia nos resulta ahora Ángel de Campo, “el gran Micrós”, de quien traza, además, un retrato precioso, henchido de simpatía y ternura. Por desgracia, para enaltecer a Micrós, rebaja y desdeña a José T. de Cuéllar, Facundo (1830-1894), autor de novelas costumbristas que se ven como fotografías de una época (Ensalada de pollos, Historia de Chucho el Ninfo y Baile y cochino), a quien acusa de tener “un arte inferior, primitivo y cursi”.

Mucho más interesante es la lista de los invitados especiales: José López Portillo y Rojas (1850-1923), cuya fama se sustenta ante todo en una novela, La parcela, de 1898, en la que, como observa Emmanuel Carballo en su Historia de las letras mexicanas en el siglo xix, “el autor recrea, situándola en suelo mexicano, una difundida historia de amor: la de Romeo y Julieta”; Rafael Delgado (1853-1914), cuyas novelas La calandria, Angelina y Los parientes ricos, tienen como fondo y escenario la región veracruzana que abarca Orizaba, Córdoba y Xalapa; Justo Sierra (1848-1912), gran humanista y uno de los escasos personajes políticos (fue ministro de Instrucción Pública) que dieron decoro y luz a la dictadura porfirista, y Manuel José Othón, quien quizá contaría algunas de sus apetitosas historias y picantes anécdotas.