Enciclopedia de la Literatura en México

Los Estridentistas y El Café de Nadie

Marco Antonio Campos
2001 / 05 ene 2018 15:27

1) El establecimiento de la imaginación: En el número 100 de avenida Jalisco (hoy Álvaro Obregón), en el barrio de la Roma, se reunían y formulaban planes en los años veinte el que fue quizás el grupo de vanguardistas por excelencia en México: los Estridentistas. El grupo lo formaban varios poetas: el veracruzano Manuel Maples Arce (sin duda el más dotado), el poblano Germán List Arzubide, el aguascalentense Salvador Gallardo, Miguel Aguillón Guzmán, el tlaxcalteca Miguel N. Lira, el novelista Arqueles Vela, el grabador Leopoldo Méndez y el infinito proyectista Germán Cueto. En torno a ellos giraban músicos como Manuel M. Ponce, quien aun musicalizó un poema de Maples Arce, el joven Silvestre Revueltas, considerado junto con Carlos Chávez, como el mejor compositor mexicano del siglo, y pintores como Diego Rivera, quien acabaría creando su propio mito, Fermín Revueltas, de la gran dinastía familiar, y Ramón Alva de la Canal, autor de varias imágenes gráficas del grupo. Si algo distingue a los Estridentistas son tres palabras: imaginación, humor y quehacer vital. Venían del futurismo marinettiano. El estridentismo había nacido en 1921 y el periódico El Universal Ilustrado fue, como se ha dicho, “su agencia propagandística”. La capital del movimiento se trasladó poco después a Xalapa, Veracruz, que se llamó, entre 1925 y 1927, gracias a ellos o tal vez sólo para ellos, “Estridentópolis”.

Sobre el café escribieron magníficamente algunos de sus miembros: Germán List Arzubide (1898-1998) en su libro El movimiento estridentista (1929), en dinámicos y fosforescentes fragmentos; Manuel Maples Arce (1900-1981), cabeza de grupo, en sus memorias (Soberana juventud,1967), y Arqueles Vela (1899-1977), cuya novela o cuento largo lleva el nombre del negocio (El Café de Nadie), y es única en su género.

Según List Arzubide fue Maples Arce quien descubrió el café una noche de llovizna. En el establecimiento no había nadie. Pasó a otra pieza, donde sólo halló una cafetera que hervía. Se sirvió, regresó a su mesa y se tomó el café. Como nadie vino a cobrar le pagó a nadie y dejó una propina a una camarera que nunca vio. Y así fue y así regresó otras noches al café donde nunca encontró a nadie.

En su libro de memorias, Maples Arce relata una versión más realista y más fiel a la verdad pero mucho menos bella. Cuenta que en esa época él y Arqueles Vela paseaban por las calles del barrio de la Roma y entraron al Café Europa, “que Arqueles bautizó con el nombre de Café de Nadie, tema de uno de sus libros”.

En el café asimismo surgió la idea de poner a andar en 1925 la revista del grupo (Irradiador) y un manifiesto con lemas quemantes, donde nadie salía indemne. El final del primer Manifiesto definía su posición y probaba como única la verdad estridentista: “Defender el estridentismo es defender nuestra vergüenza intelectual. A los que no están con nosotros se los comerán los zopilotes. El estridentismo es el almacén donde se surte todo el mundo. Ser estridentista es ser hombre. Sólo los eunucos no estarían con nosotros. Apagaremos el sol con un sombrerazo”.

Al café de Tacuba y a la Flor de México, ya citados por Novo, Maples Arce añade otros dos cafés a los que asistían en el centro histórico durante los “alegres veintes”: El Principal y Las Olas Altas. Éste era “un café pintado de azul claro”. Poco después abrió el españolísimo Tupinamba pero los amigos no soportaron “el ambiente de toreros y de gente flamenca”. ¿Qué mexicano aguanta la conversación estruendosa de los españoles aun cuando formen un grupo llamado estridentista?

 

2) Una bella nouvelle: La novela corta El Café de Nadie, de Arqueles Vela, es una curiosidad preciosa. Se publicó en 1926. Que yo sepa es la única en México que tiene como motivo y escenario un café. En la novela se cuenta una rara historia de amor entre Mabelina y uno o dos, o quizá, todos los parroquianos.

La anécdota, si es dable resumirla, es la siguiente:

Dos clientes llegan siempre juntos al café pero no se sabe quién entra primero. La elegancia de ambos es su igual diferencia. La primera impresión que tienen al entrar es que en el laberinto de espejos se refleja un laberinto de miradas femeninas. Una y otra vez uno y los dos llaman a un mesero hipotético, el cual, día tras día, se vuelve más extraño. El mesero sólo sirve a estos dos clientes “que sostienen el establecimiento con no pedir nada”. Apenas de vez en cuando en otro piso se oye una ahogada carcajada de mujer. El café cambia de dueño a diario pero aun así se ignora siempre quién es el dueño en turno.

Los dos clientes conversan, miran, sonríen, fuman. Los relojes se eternizan en una hora quieta.

Un día Mabelina aparece por el café. El mundo cambia, o más bien, el café y el mundo, o el café que es el mundo, cambian. Mabelina tiene vivaces, “perversátiles ojos, llenos de los holgorios de las tardes de verano”. Con uno de los parroquianos –¿cuál?– Mabelina busca un gabinete o reservado donde sentarse pero los números de éstos son insípidos o demasiado escogidos.

Deciden salir. Es de noche. La avenida está llena de luces. Las calles se abren y se extienden. Él la sigue.

Vuelven al café. Aunque el establecimiento está vacío, ella tiene fija la mirada en “la difusidad del gabinete que hubiera querido ocupar”. Sintiéndose sin amparo, separada de todo, huye del sitio.

Pero Mabelina vuelve y se hace cliente de la casa. Comprende pronto que el parroquiano no tiene intención de inmiscuirse “en ninguna labor tan complicada y molesta como la de hacer el amor a una mujer”. Mabelina sale con otros hombres verdaderos, figurados o de carácter hipotético. Con alguno de ellos va a un baile. (Mabelina es una bailarina de asombro), de donde al salir, se dirigen al café, en el que aún se hallan (si se hallan) los dos parroquianos habituales. Mabelina se deja tocar las piernas por el hombre, él comienza a besárselas, pero…

Mabelina regresa al café donde se encuentra con un periodista, que tal vez sea uno o los dos parroquianos de siempre. Al periodista lo prefiere sobre otros con los que suele salir porque él y ella se poseen “en la perennidad de lo improbable”.

Al final, cuando Mabelina lee y relee en el café una lista de 53 nombres y algunos etcéteras, nos damos cuenta quiénes son los otros: los Estridentistas y sus amigos: desde poetas y escritores como Germán List Arzubide (su nombre se repite tres veces), Salvador Gallardo, Rafael López, Ramón Gómez de la Serna y Rafael F. Muñoz, hasta artistas como Leopoldo Méndez y Ramón Alva de la Canal. Mabelina comprende que había sido un poco de todos y todos le habían arrancado algo. Con cada uno se había sentido distinta pero de tanto sentir se había vuelto insensible. Al leer la lista vemos la luz de la señal soterrada que nos envía el autor: dos Estridentistas faltan: Manuel Maples Arce y Arqueles Vela: podemos suponer que se trata de los dos clientes que son de una diferencia igual y de una igualdad distinta.

Mabelina se siente exhausta y derrotada: “Después de ser todas las mujeres ya no era nadie. Acaso por esa inconsistencia se encontraba agradablemente en el rincón de este café, sin nadie, con nadie, como nadie, expuesta a que la tomaran, la canjearan por cualquiera de las mujeres que nadie toma”. Aun su nombre se va haciendo ilegible y su mirada y su voz y su risa se van secando.

Se levanta y sale.

Luego de leer el texto sólo nos queda el resplandor triste del recuerdo y la imagen de Mabelina y un mundo como de figuras fragmentadas picassianamente con un fondo de sombra. Más allá de estas síntesis, más allá de cualquier imposible síntesis, mucho de la belleza de esta nouvelle, radica en el desintegrado y a la vez exacto lenguaje, y en la velocidad, o mejor, en las varias velocidades del texto. Es una de las narraciones sugerentes y hermosas de la vanguardia mexicana. El Café de Nadie es ante todo una pasmosa historia de amor imposible en un café que es un mundo, y donde no se sabe dónde empiezan las imágenes reales y las imágenes del sueño, dónde el secreto de la ficción y dónde las sombras de los hipotético.