2001 / 05 ene 2018 15:39
Se hallaba en la esquina de Arcos de Belén y San Juan de Letrán, frente al Salto del Agua, donde terminaba el antiguo acueducto. “Tenía el aspecto de café de chinos”, dice Elsa Cross. “Sí, pero grandote”, apostilla José Agustín. “No tenía nada especial”, subraya Elsa. “Era un local desangelado pero el café que servían no acababa de ser malo”, añade José Agustín. “Ni siquiera recuerdo cómo era. Nunca me sentí integrado a él”, tercia Gerardo de la Torre.
Tenía dos pisos y en el local de arriba se realizaban las reuniones. El principal impulsor del grupo era César Horacio Espinosa, que se firmaba Horacio Juván. En broma se comentaba en el grupo que Juván quería decir juventud vanguardista. “Espinosa era ‘grillo’, un escritor malísimo, un protector en otros lugares del arte underground, pero tuvo el mérito de agruparnos”, refiere Avilés Fabila.
Desde 1961 se reunían aquí, entre otros, José Agustín (1944), quien llegaba con sus vívidos y muy bien vividos 18 años, René Avilés Fabila (1940), que dejaba a su paso una estela de buen humor, Gerardo de la Torre (1938), un narrador que merece ser mucho mejor leído, el cuentista tabasqueño Andrés González Pagés (1940), el hombre de teatro Eduardo Rodríguez Solís, que empezó escribiendo cuento, y el cineasta Alberto Bojórquez Patrón, que hacía por esos días crítica de cine. José Agustín acostumbraba llegar a las reuniones con varios miembros de la familia: sus hermanos, el pintor Augusto y el actor Alejandro, su hermana Hilda y su esposa Margarita.
Con subsidio del Instituto Nacional de la Juventud, conseguido por Espinosa, publicaban Búsqueda, una suerte de pequeño periódico, una “hoja literaria de la juventud”, que dirigía el propio Espinosa, de la que era secretario José Agustín, y que fue en ese periodo el órgano del grupo. En el primer número, para realzar su condición de generación de ruptura apareció en un recuadro: “Algo se rompe”. Y todos coincidían, que lo que debía romperse era el periódico.
“En la selección de textos era casi nulo el criterio de calidad. Publicábamos lo que queríamos”, dice Avilés Fabila, quien publicó allí sus primeros cuentos.[40] Gerardo de la Torre recuerda una broma: el poeta ruso Evtushenko estuvo por esa época en México, y supuestamente le entregó un poema manuscrito, que el propio de la Torre tradujo y publicó en la hoja. En verdad era un poema a la manera de Evtushenko que de la Torre escribió y que terminaba: “No soy, no seré un renegado”. “Yo no escribía aún narrativa. Era poeta combatiente, con muchas más horas de militancia que de lectura”, dice de la Torre. “Hacia 1965 abandoné la poesía, o mejor, me abandonó la poesía”.
En el segundo piso del San José, donde habría unas quince mesas, se realizaban los jueves por la tarde los llamados Cafés Literarios. Miembros del grupo se leían sus textos y los leían a la vez al público: una combinación de taller, lectura y conferencia: “Eran shows culturales”, ríe José Agustín. Momentos de esa época están contados de manera escueta por Agustín en pasajes de su libro autobiográfico El rock de la cárcel. Avilés Fabila recuerda que allí dio su primera conferencia: “La literatura moderna mexicana”.
Aparecieron poco después Alejandro Aura (1944) y Elsa Cross (1946). Aura leía entonces a Maiacovski, a Neruda y a Vallejo y escribía poemas que tenían buena recepción. Elsa llegó por invitación de un amigo de un novio que iba también a leer sus poemas ante el grupo. Con una timidez extrema, Elsa preguntó si podía presentarles algo para publicar. Le dijeron que sí. Esa semana Elsa escribió una prosa, “La niña del paseo”, y la leyó en la siguiente sesión del café. Les gustó y la publicaron en la hoja literaria. Fue la primera vez que publicó en su vida. Por ese tiempo y por un tiempo Elsa sólo escribió cuentos. Cuando hacia 1969 decidió dedicarse en serio a la poesía dejaba atrás tres novelas iniciadas, varias obras teatrales y cuentos.
En diciembre de 1963, José Agustín, que era secretario cultural de la preparatoria siete, visitó a Juan José Arreola para proponerle ser jurado del concurso de declamación; de inmediato la respuesta fue negativa. Sin embargo Arreola había leído por esos días un cuento de José Agustín publicado en “México en la Cultura” del diario Novedades. “Me gustó”, dijo, y lo invitó a su taller. A su vez José Agustín invitó a todo el grupo. Fue un golpe de suerte. Se cerraba para siempre el ciclo del café San José. Desde entonces su lugar de encuentro estuvo en Río de la Plata 8, departamento 3, en la colonia Cuauhtémoc, es decir, la casa de Arreola. Varios de los jóvenes sanjosesianos empezaron a frecuentar desde 1964 cafés de la Zona Rosa. Casi todos preferían el Carmel pero también asistían al Lautrec.
Por cierto: en 1964 varios miembros del grupo participaron en los ciclos de lecturas y charlas que organizaba con mano abierta Jacobo Glantz en su café. El ciclo se anunciaba en volantes que decían en su cabeza:
Cafés Literarios de la Juventud
En Génova 70
Salones del Carmel
(Galerías Glantz)
Jueves a las 21hrs.
Asistir a la casa de Arreola resultó un privilegio para aquellos jóvenes, quienes leían en el taller lo mismo cuento que novela, poesía, teatro y varia invención. Arreola no llevaba a cabo un análisis riguroso de cada texto, pero hacía observaciones excepcionales y buscaba crear un gusto por el lenguaje. Tenía un oído único para la poesía y sabía apreciar el lenguaje coloquial y el lenguaje refinado. “La expresión redonda la captaba enseguida”, dice Elsa Cross. “Respetaba la individualidad de cada uno”. Por ejemplo, José Agustín, cuya prosa y contenidos en nada se parecen a los del maestro, leyó en 1964 La tumba, la novela que abrió los cauces a una nueva escritura entre los jóvenes, y el mismo Arreola la publicó ese año, con un tiraje de 500 ejemplares, en sus ediciones de Los Presentes. Una curiosidad: el personaje femenino de la novela se llamaba doblemente Elsa: Elsa Elsa. Arreola recomendó que le cambiara de nombre: “No vayan a creer que se trata de esta niña”, y señalaba a Elsa Cross. Por supuesto Agustín no hizo ningún caso y nadie creyó que Elsa Elsa era Elsa Cross.
La personalidad creativa de Arreola terminó por absorber al grupo, llegaron nuevos miembros, el taller se consolidó, fundaron una revista que sería importante para la divulgación de sus trabajos (Mester)[41] y el café San José pasó a formar parte de la historia de la anécdota, del “Te acuerdas cuando publicábamos en Búsqueda y discutíamos nuestros textos en…”