2001 / 05 ene 2018 15:32
Los cafés de chinos, desperdigados por la ciudad desde los años veinte y desde entonces ya pletóricos de cucarachas, eran, como ya dijo Juan Rejano, frecuentadísimos. A fines de los cuarenta, en un pequeño local de la calle de Dolores, se hallaba La Nueva China. En el local se reunía un grupo de jóvenes escritores y poetas en torno del cuentista Efrén Hernández para formar la revista América. Hernández (1904-1958) era no sólo el director de la revista, sino el alma del grupo. Hernández se hizo famoso, sobre todo por un cuento perfecto, “Tachas”, construido de levedades e insignificancias a las que él dio resplandor estético. Salvador Novo lo aplaudió mucho. Sus amigos lo recuerdan como un conversador maravilloso. Su mano derecha en la revista era Marco Antonio Millán.
Entre los jóvenes que asistían estaban Juan Rulfo (1917-1986), autor de dos libros llenos de violencia, horror y magia; el gran poeta Jaime Sabines (1926-1999), que en ese periodo escribía Horal, La señal y Adán y Eva, y un grupo de mujeres que harían historia en la poesía mexicana: Margarita Michelena (1917-1998), cuya lírica parece de piedra cristalina, Rosario Castellanos (1925-1974), poeta de concentrada intensidad y uno de nuestros mitos femeninos, Dolores Castro (1923), acompañada siempre por la dulzura y la luz, y Guadalupe Amor (1920-2000), a quien se le veía entonces como una fulgurante revelación. Llegaban otros no tan jóvenes, como Rubén Salazar Mallén (1905-1986), en cuya alma convivían Dimitri y Aliosha Karamazov, y quien decía no a todo.
En la Nueva China se hacía acopio del material para la revista que llegaba de distintas partes del país. La publicación era patrocinada por la Secretaría de Educación Pública.
Dolores Castro recuerda a una Rosario Castellanos contando chiste y medio y haciendo diablura y media; a Jaime Sabines conversando con sencillez de Chiapas y de la familia, de las cosas menudas y diarias, de las desveladas por las idas al cabaret, “pero sobre todo escuchaba”; a Juan Rulfo muy silencioso, pero quien cambió enormemente cuando se casó y se puso a viajar por el país, al grado que, cuando volvía, hablaba en el café de un “país maravilloso”.
Rulfo y Efrén fueron íntimos amigos desde que trabajaron en el archivo del ministerio de Gobernación. En su libro aún inédito Juan Rulfo: Una biografía, Juan Antonio Ascencio escribe cómo Rulfo le contó que en esas reuniones en La Nueva China no leía nada de sus cosas porque era muy tímido. “Yo al único que le leía, cuando se iban los demás, era a Efrén Hernández.”
Ni Rulfo ni Sabines ni Rosario imaginaron quizás en aquellas reuniones la fama y el mito solar que con lo años las generaciones les crearían.