Yolanda Eunice Odio Infante (1919-1974) fue una poetiza, ensayista, prosista y traductora costarricense. A lo largo de su vida, publicó tres poemarios: Los elementos terrestres (1948), Zona en territorio del alba (1953) y El tránsito de fuego (1959); el primero de ellos galardonado en Guatemala, por el Certamen Permanente Centroamericano 15 de septiembre. Su obra fue un testimonio de su peregrinaje sobre esta tierra, que culminaría en el altar de su autosacrificio un 23 de marzo de 1974. Al igual que las plumas excepcionales del mundo literario, como J. L. Borges o W. Faulkner, Eunice Odio fue una autodidacta y una ciudadana del mundo; su búsqueda raigal trascendió las fronteras territoriales, las formalidades políticas o estéticas. Se nutrió del torrente de la literatura universal, para cultivar su identidad en sí misma, en la poesía que manaba de su propio ser. Odio se caracterizó por su ausente identificación con una nacionalidad, grupo literario o facción política. Alienó su ser en el poder del arte: en la poiesis misma; razón que justifica la poca atención – e, incluso, la exclusión– ante los poetas y prosistas de talante subversivo de la primera mitad de siglo xx.
Opuesto a la mirada crítica de autores comprometidos con los movimientos armados de mediados del siglo, Odio volcó su atención a las revueltas del espíritu humano. En vez de emplear el artificio literario para exhibir las injusticias sociales y aspiraciones políticas de los pueblos, ella se valió de la creación literaria para desentrañar la complejidad del ser y la lengua. Su obra se concentra en el acto de autoconciencia del lenguaje: del acto libre, vivo, sensual, y desprovisto de toda sombra científica que cosifica el idioma.[1] “De ahí su denodado afán en liberar a la palabra de todo tipo de vasallaje y promoverla en su autonomía”.[2] O como bien lo apunta José Ricardo Chaves, la trascendencia de la escritura odiana radica en la renovación de la lengua, en la recreación del lenguaje poético:
Es todo un proceso de renovación lingüística. De hecho, ella empieza a escribir en toda esta etapa posterior al modernismo, inicio de las vanguardias. Y entonces, puede uno encontrar en ella toda una serie de elementos propios de época, de los [años] veintes, treintas, pero al mismo tiempo, Eunice no se reduce a una escritura vanguardista […] sino que posee también una percepción visionaria enorme, que le da un nivel metafísico […] en este sentido logra crear una mitología poética, semejante a la de William Blake.[3]
Eunice Odio nació el 18 de octubre de 1919, en San José, Costa Rica. Fue hija de Aniceto Odio Escalante y de Graciela Infante Álvarez. Los primeros quince años de su vida, Eunice detentó únicamente los apellidos de su madre, pues sus padres nunca se casaron ni compartieron techo. Como lo relata en sus cartas a Juan Liscano, la ausencia de un hogar constituido siempre le transmitió la sensación de no tener un suelo, de “estar en un avión […] de carecer de asidero físico”.[4] Esa falta de arraigo se percibe en la predominante melancolía de Zona en territorio del alba. Su infancia se permeó de ausencias: carencia de padre, la muerte de su madre, el rechazo de su familia paterna y la carencia de apoyo de su círculo sociocultural.
En 1934, pocos meses después de que su madre muriera, Aniceto Odio decide reconocerla como hija. No obstante, él jamás vivió con su hija y preservó su vida de soltería; delegó la responsabilidad de la joven en sus hermanos. A partir de esa época, ella peregrinó en las casas de sus tíos paternos: Rogelio Odio (1934) y Eladio Odio (1937), hasta que en 1939 se embarcó en un primer matrimonio con Enrique Coto Conde. No obstante, la poetisa costarricense calificó su vida conyugal como la cohabitación con un “perfecto desconocido, que veía todos los días, creyendo que lo conocía”.[5] Dos años después de aquel enlace, Odio decidió divorciarse y, ya libre, enfocarse en su instrucción literaria. Ambas decisiones fueron igualmente reprobadas por su familia paterna:
el disgusto de mi familia, tan estirada como desde hace siglos. ¡Qué va a decir tu tío, que es tan enemigo de esas exhibiciones de mal gusto y de los matrimonios desiguales! ¡Esta niña nunca ha tenido fundamento! (quiere decir que no tengo juicio –bueno ni malo–, que soy una insensata delirante). ¡Qué va a decir tu abuelo Ismael! ¡Que va a pensar tu abuela Dolores Boix y Grave de Peralta! [...] Entonces, la rana y yo nos iríamos en un barquito holandés, para huir de la familia que no entiende mis poemas…[6]
En 1941, Eunice comenzó a participar en las tertulias que organizaba Ninfa Cabeza de Mas, una maestra retirada de San José. Buscó cultivarse con lecturas de otras latitudes y con relaciones afines a sus aspiraciones creativas. Por aquellos años entabló amistad con literatos del talante de Max Jiménez, Francisco Amighetti, Emilia Prieto y Yolanda Oreamuno, quien terminó siendo una compañera íntima de la poetisa. Aquellas relaciones la pusieron en contacto con las estéticas de vanguardia y las novedades de medio literario.
No obstante, el fervor de Odio por la literatura universal provocó que un segmento su propio grupo la repudiara. Según el estudio biográfico de Alicia Miranda Hevia, en Las silabas azules (1990), el gusto de la poetisa costarricense por autores que los conservadores consideraban como disolutos y licenciosos –como Máximo Gorki– generó un sentimiento de aversión en la maestra Cabeza de Mas. En 1945, posterior a la muerte de la maestra de San José, su hija continuó las tertulias, pero Odio no quiso volver a frecuentar aquel círculo literario.
Poco después del año cuarenta y cinco, dos eventos trascendieron en la vida de Eunice Odio. El primero de ellos, la revista Repertorio Americano publicó sus primeros poemas; suceso que afirmaría su lugar y amistades en el campo de las letras. Y el segundo de ellos, el desencuentro con parte del círculo literario de su país, impulsaría a Odio a explorar otros horizontes culturales en Centroamérica. En 1946 comenzaría la travesía de su vida: desde Costa Rica hasta la ciudad de México en 1954, donde permanecería hasta su muerte. Siguiendo el espíritu modernista y el ambiente cosmopolita del mundo literario, Odio haría de su vida un viaje: una permanente contemplación y un continuo sacrificio para dar a luz su obra.
Amén de su espíritu nómada, Miranda Hevia rebautizó a la poetisa como “La apátrida celeste”. Por una parte, destacando su ausencia de arraigo a un solo lugar o patria, pero por otra, destacando el carácter universal de su poesía: “si hay una obra que rescata a la poesía centroamericana de su provincianidad, de su estrechez y de su aislamiento, es El tránsito de fuego”.[7] Odio a lo largo de su vida ostentó tres nacionalidades, que dibujan parte del mapa que siguió en su peregrinaje en América: costarricense, guatemalteca y mexicana. Y, aunado a sus estancias en los países que la naturalizaron, se sumaron breves estadías en Nicaragua (1946, 47, 63), Cuba (1952-53) y Estados Unidos (1959-1962).
Eunice Odio contraería segundas nupcias en 1966 con el artista plástico Rodolfo Zanabria (México, 1927-2004). Esta segunda unión lamentablemente no hizo justicia a la primera, pues el artista mexicano y la poetisa costarricense se distanciarían paulatinamente hasta un inevitable quiebre emocional. El testimonio de esta relación –o ruptura– quedó plasmado en las cartas que Odio envió a Zanabria de 1964 hasta principios de la década de los años setenta; en 2017 la Editorial de la Universidad de Costa Rica compiló y publicó la relación epistolar con el título Del amor hacia el desamor: Cartas de Eunice Odio a Rodolfo.[8] Zanabria dejaría en suelo mexicano a su esposa, para estudiar en París y luego en Londres: en 1967 en el Atelier 17, París, y en 1975 en la Slade School, Londres.
En sus cartas, Odio describe el deterioro de su relación y el eventual desamparo en el que la dejó Zanabria. Bien lo resume Chen Sham que
los primeros años de la década de los 70, [es] donde se manifiesta ya una ruptura con Zanabria y el tono afectivo ha cambiado en relación con la preocupación constante de que al pintor le esté yendo bien por tierras europeas y no le falte nada para su sustento...[9]
Y prosigue el distanciamiento y la indiferencia del artista plástico hacia su esposa hasta el
enfriamiento de la relación, en la medida en que Zanabria obtiene lo que desea –el reconocimiento y las becas que le permitirán una vida decente y holgada en Europa–, mientras que Eunice se enfrenta a la soledad y a las penurias económicas.[10]
Este suceso en definitiva trascendió en la vida de la poetisa. En sus epístolas se aprecia la transformación del afecto y amor que Odio profesaba a su esposo: de la idealización al desencanto absoluto; de la honesta preocupación por el bienestar del ser amado, al desprecio y el reproche.[11] La entrega absoluta de Odio al apoyar la vocación de su compañero se vio mal correspondida y arrollada, justo como lo anota en sus últimas cartas a Zanabria:
Tú pediste la beca como hombre casado y tuviste que decir con quién lo estabas [… Y] lo cierto es que, como hombre casado, te dieron una cantidad extra “para mantener a tu esposa”. De modo que ahora no me estarías dando —si me lo dieras— tu dinero porque me quieres. La cosa es distinta: me tienes que dar un dinero que “me pertenece”, aunque no me quieras, como nunca me has querido, cosa que ahora me importa muchísimo más es la milésima parte de un comino.[12]
Ante el desamparo y las penurias, Odio adoptó una postura esotérica para conciliar su soledad. La poetisa quiso creer que el Arcángel Miguel preservaría, en un intento de hallar salvaguarda en alguna imagen protectora, tal y como lo apunta Pleites Vela: “Evidentemente la extrema soledad de sus últimos años la hicieron añorar una mano protectora y dulce, quizá cansada de tanto andar, de tanta fuga, de tanto dolor”.[13]
No obstante, el menoscabo progresivo de la imagen del hombre, y del asidero que representaba, contribuyó a la reclusión –o autoexilio, confeso en su poema “Declinaciones del monólogo”– que vivió Eunice Odio los últimos años de su vida. La figura idealizada del padre,[14] la desilusión amorosa de sus consortes e, incluso, el estereotipo al que jamás correspondió como mujer de bien, frustró la búsqueda raigal de la poetisa. Esto terminó por quebrar su noción de origen, su pertenencia a un hogar idealizado.
Eunice Odio, intencionada o proféticamente, declaró en una carta a Rodolfo Zanabria que ella moriría sola, sin más testigos que sus obras: “En medio de toda mi tristeza, tengo una alegría que me hace llorar: no haber vendido tus cuadros, que valdrá la pena estar viendo a la hora de morir; que ayudarán a bien morir a esta pobre criatura”.[15] Y en efecto, Odio fue hallada sin vida en su apartamento el 23 de marzo de 1974. Elena Poniatowska, que conoció a la escritora costarricense, detalló que la encontraron en su tina de baño y con rastros de haber fallecido varios días atrás.[16]
En su correspondencia con Juan Liscano, Eunice Odio plasmó unos episodios de su infancia. Ella tenía una pasión por las excursiones, en las que “le tomé un gusto fantástico al asunto de la libertad y la soledad al aire libre. […] no se me ocurría invitar a ninguno de los niños y nunca lo hice, por la sencilla razón de que lo que yo quería era andar sola”.[17] Y de forma concluyente, su muerte relata que su fervor por las deambulaciones y la soledad la llevó afuera, lejos de la tierra de los vivientes para nunca regresar.
En la primera mitad del siglo xx, Centroamérica se plagó de cambios abruptos; tanto en el campo de las letras como en el ambiente político. Las llamadas Guerras bananeras (1912-1933) encenderían en Nicaragua los ánimos de insurgencia que culminarían en la Revolución sandinista de 1979. El levantamiento campesino de El Salvador de 1932 sembraría en la consciencia salvadoreña la sedición que, casi medio siglo después fructificaría en la Guerra civil salvadoreña de 1980. Aunado a ello, las dos guerras civiles de Honduras (1919, 1924) y la Revolución Cubana (1953-1959) mantuvieron el hervor bélico y criticismo político que encauzaría la pluma de una gran cantidad de escritores.
El tránsito de Eunice Odio por América
Justo en el hito de la crisis política, Eunice Odio abandona Costa Rica en 1946. Dos años después de su partida, se produciría el cambio sociocultural más trascendente en del siglo xx en suelo costarricense. Posterior al proceso elección presidencial entre Otilio Ulate y Calderón Guardia, se suscitó una fricción entre los partidarios de cada candidato. El proceso electoral se declaró anulado, por lo que la confrontación entre ambos bandos se hizo inevitable. Aunque las escaramuzas y choques se extendieron por sólo algunas semanas (entre marzo y abril de 1948), éstas marcaron profundamente al país. Al salir airoso el frente de Otilio Ulate, encabezado por José Figueres, se estableció una Junta Militar. Este gobierno marcial estuvo en poder durante un año y medio, hasta que en 1949 se estableció una nueva Constitución y, junto con ella, un nuevo periodo republicano. Dos sucesos cambiaron la historia de Costa Rica en aquellos dos años: José Figueres regresó el poder a Ulate y declaró abolido el cuerpo militar costarricense.
Estos sucesos trascendieron en el ámbito literario: zanjaron las corrientes del discurso literario. Por una parte, el discurso modernista –nutrido por las ciencias que comenzaron a proliferar a finales del siglo xix e inicios del xx: la politología, las ciencias naturales y la antropología– sirvió para la causa de numerosos autores latinoamericanos. Estos emplearon el método y ensayo narrativo para criticar los gobiernos, las estructuras sociales y el fragmentarismo cultural. Casos ejemplares como los de Alcides Arguedas (La raza de bronce, 1919), Jorge Icaza (Huasipungo, 1934), Miguel Ángel Asturias (El señor presidente, 1946), por mencionar algunos, hablan de la multiplicidad fines que los intelectuales hallaron para el discurso literario. Algunos de ellos escribieron sobre las dictaduras militares, otros de la relegación de los pueblos indígenas o del colonialismo económico en suelo centroamericano.
Por otra parte, los movimientos de vanguardia (iniciados a finales del siglo xix) comenzaron a penetrar, aunque tardíamente, en los grupos literarios de Centroamérica. Para Nicaragua, Guatemala y, en poca medida, Costa Rica estas corrientes de renovación representaron tan sólo una ojeada al resto del mundo. No obstante, estos países hallaron en la renovación artística una herramienta más para protestar en contra de los gobiernos y de las injusticias sociales. De ahí se explica la aparición de una Generación Comprometida, la cual, como su nombre lo siguiere, se compuso de poetas y prosistas que adoptaron una marcada postura política en sus obras.
En este contexto surge Eunice Odio, no como una extensión de estas tendencias, sino como un apéndice de todas ellas. Fue marcado el deslinde que marcó ella respecto a su generación e, inclusive, respecto a su país. Su evolución estética, así como su filosofía personal ante el entorno al que vivía discrepó por completo de los estereotipos o concepciones propias de su país de residencia o época.
Herrera Ávila concuerda con la crítica al llamarla “poeta de transición entre el realismo y el vanguardismo”.[18] Odio no se ciñó a una sola estética o corriente literaria, sino que tomó de ellas lo que necesitó para su propio proyecto literario. Ya se mencionó que Odio abandonó Costa Rica en 1948, pero es necesario acentuar que el motor de su partida no sólo fue el repudio que sintió ante el medio cultural de su patria, sino su deseo por un “profundo conocimiento de la poesía, descubrir la riqueza metafórica, una precisión de lenguaje que le diera forma a las texturas que su mirada inquieta veía en aquellas capas intermedias de la vida, de los recuerdos, del dolor y, sobre todo, del silencio”.[19] En ese sentir, sus residencias en Guatemala y Nicaragua fueron fructíferas para Odio, conforme a los anhelos y aspiraciones de la poetisa.
En los meses subsecuentes a su partida, Eunice Odio visitó Managua. Durante su estancia hizo del Círculo de Letras (fundado en 1940 por María Teresa Sánchez) su estancia. Ahí entabló relación con los escritores nicaragüenses de vanguardia más representativos de Nicaragua: José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos y Carlos Martínez Rivas. Posteriormente en 1947, Odio se desplaza a Guatemala con motivo del Premio Centroamericano 15 de septiembre, que recibió por su poemario Los elementos terrestres.[20]
El panorama político y cultural de Guatemala contrastó con el de Costa Rica. A diferencia de su tierra natal, halló en los aires del quetzal el lugar idóneo para la creación e innovación literaria. La Revolución de 1944 dejó como legado un proceso de democratización y educación del país, y una marcada revaloración del proletario. El ambiente y las relaciones se acoplaron a su forma de pensamiento.
Por una parte, la filosofía personal de la poetisa costarricense siempre dualizó la existencia entre el ser y estar: lo primero era una manifestación del espíritu, en tanto que lo segundo era un mero accidente físico. Por lo mismo, ella no se conformaba al estar; a ser parte de un lugar por el simple hecho de nacer ahí. Eunice era puro ser: “Conforme a ello, los nacionalismos parecían irracionales, pues el hecho de nacer en alguna parte no dependía de nuestra voluntad”.[21] Odio no limitaba su concepción literaria a paredes o bordes territoriales, y en Guatemala los círculos literarios se mostraban abiertos a las corrientes literarias. De entre todas las tendencias, el surrealismo se fincó más amablemente en la producción literaria. Obras como Leyendas de Guatemala, de Miguel Ángel Asturias, dan evidencias del porqué aquella vanguardia se arraigó con más solidez en las raíces precolombinas guatemaltecas.
Por otra, Eunice Odio estableció fuertes lazos intelectuales durante su estadía en Guatemala. En parte, sus vínculos se debieron al reconocimiento público que le concedió el certamen. Su personalidad impactó en figuras influyentes del medio literario guatemalteco, como el novelista Miguel Ángel Asturias o los poetas Víctor Villagrán Amaya y Argentina Díaz Lozano, quienes la conocieron y leyeron con miramiento. Y en parte, también se debió a su participación en la prensa y círculos literarios; trayectoria que se puede hallar en Eunice Odio en Guatemala de Mario Esquivel, publicado por el Ministerio de Cultura de Costa Rica de 1983. Asimismo, ahí también conoció al pintor surrealista Eugenio Fernández Granell y, por aquella misma época, a Clementina Suárez y Claudia Lars. Estas dos razones persuadieron a Odio a solicitar la ciudadanía guatemalteca.
No obstante, pese a su convicción personal de residir en Guatemala, la poetiza debió marcharse del país en 1954. Su carácter veraz y desbocado se confrontó con el desarrollo político del país, que en un inicio ella consideró cabal y favorable. Este enfrentamiento se suscitó entre al artista plástico, y compañero de Odio, Eugenio Fernández Granell, y los grupos intelectuales de izquierda: Asociación guatemalteca de estudiantes y artistas revolucionarios (agear) y Saker-Ti. Ambos discrepaban del papel que debía adoptar artista en la sociedad y su participación en el marco político del país. Granell comulgaba con la libertad y autonomía del arte y disentía de las misturas estéticas: de combinar el arte y la política; en tanto que agear y Saker-Ti “estaban intensamente comprometidos con la lucha y el realismo socialista.” Estos últimos se habían casado con las reformas más radicales de los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz. Y, como bien lo apunta V. Vargas, “la amenaza no era el partido comunista, sino los opositores nacionales e internacionales a la experiencia reformista que encabezaba Arévalo”.[22]
Odio tomó partido por el pintor surrealista. En 1949 la poetiza costarricense escribió para El Imparcial un artículo donde defendía la postura de Granell y exponía las razones por las cuales se proclamaban en contra de las intenciones de ambos grupos izquierdistas. Dicha publicación sólo sería una manifestación externa de lo que internamente se había roto entre Odio y el gobierno de Guatemala; ruptura que se agravaría con la futura elección de Jacobo Arbenz. La poetiza finalmente abandonó el suelo guatemalteco en 1954, después del derrocamiento del presidente Arbenz Guzmán, el 27 de mayo.
Es importante haber ahondado en este hecho trascendental de la vida de Eunice Odio. Su actitud osada, incluso temeraria, fue el motor de su expresión dura y vertical. Tal como lo llegó a apuntar M. Amoretti, esa alma de poeta que poseía le generó problemas en numerosas ocasiones y en cada círculo intelectual en el que se instaló:
La palabra alada de Eunice se convirtió en palabra armada y, levantándose contra la palabra pervertida, combatió todo tipo de despotismo, incluido ahí el mediático, ejerciendo un periodismo sabio, responsable y honesto.
Tuvo que terminar escribiendo con seudónimo, para no morirse de hambre. Nunca traicionó el principio de excelencia ni se dejó afectar por esos “mitos tropicales” que camuflan la triste realidad de la envidia en nuestro medio…[23]
Para la primavera de 1954, Eunice se tuvo que trasladar –o huir– a suelo mexicano. La historia de su salida puede completarse, en cierta forma, a través de la novela de Sergio Ramírez, La fugitiva (2011).[24] Narración protagonizada por la íntima de Eunice Odio, Yolanda Oreamuno, quien establece relación con Edith (heterónimo de Eunice). Arrastrada y finalmente expulsada, Edith es exiliada de Guatemala por sus constantes ataques al gobierno; mismos que no cedieron desde su expatriación en México.
Eunice Odio determinaría por voluntad concluir sus días en las arcaicas tierras del azteca y del maya. Aunque hizo una pausa entre 1959 y 1962 en eeuu, la poetiza costarricense continuaría su travesía lírica y personal siendo leal a su propia voz y postura: “Hablo fuerte. Así soy y no tengo remedio. Digo la verdad, aunque no les guste.”[25]
Cronología de la obra de Eunice Odio
La obra de Eunice Odio, aunque fue sucinta, se diversificó en varios géneros. En vida ella dio a conocer tres poemarios, un par de cuentos, algunos ensayos y numerosos artículos periodísticos y traducciones. No obstante, la historia de la literatura con el discurrir de los años ha reconocido y consagrado únicamente su obra lírica.
En 1948 se publicó Los elementos terrestres. Obra con la que Odio recibió el premio centroamericano 15 de septiembre de 1947, posteriormente la editaría la editorial El libro de Guatemala. Esta obra la poetiza prepara el espacio para las imágenes que determinaran su percepción del mundo, una clase de “inventario” donde codificará el ser, el cuerpo y la tierra. Cada elemento de estas entidades posee una unidad inquebrantable, una conexión mística, que abren paso al amor, la pasión, el erotismo y el sueño.
Posteriormente, en 1953 salió a la luz Zona en territorio del alba. Por petición de Rafael Mauleón Castillo, se comenzó a recopilar las voces contemporáneas más representativas de Centroamérica para la colección Brigadas Líricas. Este poemario en un inicio se acompañó de un extenso y efusivo prólogo de Alberto Baeza Flores; quien sería uno de sus primeros estudiosos. La obra sería una compilación de poemas dedicados a sus travesías: al viaje espiritual que Odio realizaría en sus años mosos. O como bien lo apunta Pleites Vela sobre dicho poemario: “el libro de alguna forma es un pequeño tributo a sus orígenes, a sus años en aquella tierra de la infancia”.
Finalmente, cuatro años después de Zona…, se publicaría El tránsito de fuego. Esta obra, sin duda, fue la que atrajo la atención de la crítica: por su extensión, pero sobre todo por su madurez. Las semejanzas que trazó este poemario con obras excelsas, de poetas que crearon su propia mitología y redes de significaciones, le ganaron comparaciones con autores como Blake, John Perse o Ezra Pound.[26]
En este poemario se cifran los elementos para interrogar la esencia de la poesía. Se percibe en sus más de cuatrocientas páginas un proceso de poiesis que mana de un proceso de autoconciencia del lenguaje:
Deberíamos leer la lírica odiana como un tratado de estética, o bien un breviario de poética, de “arte poética” en el sentido borgeano. Más que una poesía propiamente dicha, se trata de una filosofía del arte, de una meta-poesía o bien de una poética estricta. Como en un compendio de lingüística científica, la actividad poética por excelencia la define una operación metalingüística: la lengua habla de sí misma.[27]
Cabe mencionar, que al final de su vida Eunice Odio continuó derramando su ser en versos pese a los testimonios de su tristeza y ostracismo postrero. Parte de su testimonio reveló que era un ser que “Respiraba poesía, toda ella misma rezumaba poesía”.[28] Por lo mismo se consideran también sus últimas creaciones que ella seleccionó y, poco después de su muerte, publicó educa. Pasto de sueños y Últimos poemas aparecieron póstumamente en 1974 en la compilación Territorio del alba y otros poemas. De igual forma, es importante señalar que su obra en prosa fue rescatada, en gran manera, a los estudios y esfuerzos de Rima Vallbona, que se halla en La obra en prosa de Eunice Odio (1980).
La obra de Eunice Odio no vio un horizonte prometedor mientras ella vivió, sino años después de su muerte. De manera casi profética, Octavio Paz llegó a decirle a la poetiza “Tú, querida, eres de la línea de poetas que inventan una mitología propia, como Blake, como Saint-John Perse, como Ezra Pound […] nadie los entiende hasta que tienen años o aun siglos de muertos”.[29] No pasaron siglos ni fue sepultado su nombre, pero el mundo de las letras sí tuvo que sufrir su ausencia para ser leída con el miramiento adecuado.
Por una parte, se puede considerar la postura de la propia poetiza ante su propia escritura. En una conversación que tuvo con Juan Aburto Díaz, ella expresó un sentir ambivalente sobre su obra: su falta de preocupación por publicar y la convicción de que estos verían la luz por sí mismos: “Tengo obra como para tres […] y no dispongo de un centavo para editarlos. Pero no me preocupa. Si ellos no valen, se perderán; si valen, se publicarán solos”.[30] Y este juicio fue válido para sus tres poemarios. El primero (Los elementos terrestres) fue publicado como consecuencia de ser la ganadora del Certamen 15 de septiembre; el segundo como resultado del deseo de Rafael Mauleón Castillo y Alberto Baeza Díaz para incluirla en la colección Brigadas Líricas; y el tercero llegó a estantes por un reconocimiento especial del Certamen de Cultura de El Salvador.[31] Y también cabe mencionar Eunice Odio formó parte de la Antología de la poesía Hispanoamericana (1959), compilada por Baeza Díaz y publicada en Buenos Aires. Aparte de la convicción personal de la poetisa, queda como testimonio que su obra se abrió paso por propios méritos.
Quienes leyeron y conocieron a Eunice Odio, comprendieron dos cosas sobre ella: su singularidad y complejidad. Como se ha mencionado antes, su poesía llamó la atención de algunos escritores (los menos) por ser única y representativa, justo como expresó Baeza que ella era “la mejor voz lírica centroamericana, la más original”.[32] Pero, al mismo tiempo, su poesía produjo un extrañamiento –uno muy reverente– en quienes la leyeron y que no pudieron penetrar –y en cierta forma, romper– el marco de su propio tiempo.
Ejemplo de ello fueron las escasas palabras de misma persona que la ayudó a darse a conocer, Miguel Ángel Asturias: “Poesía vaga y concreta… versos que son casi nube, casi un cuento de hadas, o como dice aquella leyenda indígena, de una nube que encerraba piedras preciosas”. O bien, como profirió para El Imparcial Héctor Benigno Cordón:
Quienes no hemos tenido tiempo de ser hombres, y que a fuer de campesinos somos profanos en achaques de arte, no tenemos ningún derecho para hablar de Eunice Odio en función de poetisa, mas, acaso osadamente, nos auto concedemos el derecho de admirarla como mujer y de aquilatar sus gestos y ademanes tras de los cuales creemos adivinar un gran espíritu que a cada instante se diluye en excelsa belleza.[33]
E incluso, como testimonio escrito se puede apreciar, la publicación de Guion literario en julio de 1958 tras la publicación de El tránsito de fuego. En dicha publicación se reconoce el logro para las letras centroamericanas la publicación de un poema con la extensión, profundidad y tono de El tránsito… No obstante, aquel temprana reseña rayó en las generalidades y no logró penetrar en la complejidad del poemario hasta la esencia del poemario: un ars poetica, un tratado de estética, un canto a la lengua viva y consciente.
De forma general, se podría decir que el tiempo de Eunice Odio eclipsó su alma lírica. El triunfo de la revolución cubana, el estallido de las guerras revolucionarias en Centroamérica y la penetración del comunismo en la literatura (y sus consecuencias de las estéticas realistas) motivarán el olvido al cual consignó la crítica de los primeros años de la segunda mitad siglo xx. Escritores consagrados a las causas sociales, a ejercicio crítico de las políticas gubernamentales y a las corrientes de vanguardia predispusieron el ojo crítico con el que se observó la escritura odiana. Peggy von Meyer Chaves, autora de sus Obras Completas (1996) halló un gran vacío de reseñas en los periódicos nacionales. El silencio del campo de las literarias de centro de América da pistas del desdén por la poeta costarricense.[34]
De forma particular, se puede decir que la poesía, así como su cuentística, correspondían más a las transformaciones internas del ser humano, que de las revoluciones externas de la sociedad. Su poética estaba más en contacto con la alquimia o, como lo acuña el término Iván Segarra-Báez, con la gramática del espíritu.
Desde su juventud, Odio tuvo contacto con poetas románticos (como Baudelaire, Rimbaud y Nerval); poetas que comenzaban a adoptar la imagen del alquimista, del sabio transmutador de la materia, y su oficio en una especie de “alquimia lírica”. Esta imagen y práctica, más desarrollada como una técnica simbólica y estética, llamó la atención a Eunice Odio en sus lecturas. De éstas se destaca a Gustav Meyrnik (El rostro verde, 1916) y a Elinor H. Wylie (El sobrino de cristal veneciano, 1925).[35] Ambos hablaron sobre el oficio del alquimista, de su búsqueda del conocimiento para crear la vida a través de la transmutación de los elementos; en ambas obras, se narra la creación del homúnculo por medio de la alquimia.
Aquella fascinación por la alquimia, e incluso por la teosofía, dejó marcas en su obra poética y narrativa. Entre 1965 y 1968, Odio publicó dos cuentos de sumo interés para este punto: “Había una vez un hombre” y “El rastro de la mariposa”. Su fascinación por este antiguo saber se manifiesta en su deseo de ver transformados a sus personajes: de hombres a mariposas, símbolo y emblema de la alquimia.
De igual forma, el deseo de otorgar a la palabra –a la expresión pura– el poder de crear se puede apreciar en Los elementos terrestres y en El tránsito de fuego. La transmutación del cuerpo por su vínculo con la naturaleza, del ser por medio del ser amado y del alma por medio de la expresión expresa su creencia personal en el pensamiento primigenio de que poseer la palabra, el nombre real de cada cosa, es la finalidad intrínseca del lenguaje. Y justo como concluye J. R. Chávez, su obra poética es el inicio y la culminación de este arcano saber:
En su obra poética, Eunice pasa del elemento denso, la tierra erótica y fecunda de su primer libro Los elementos terrestres, al cambio ígneo de su último título, El tránsito de fuego, en el que el erotismo convencional se sublima en visión metafísica. […] El carácter alquímico, transfigurador, de este proceso se señala en sus versos con el objetivo de “alzar la materia para llevarla sin tropiezo a su celeste origen” o conducir “la piedra hacia otros estados de sí misma”, cuando “un salto extático levantará su peso para darlo al espacio”, y lograr así “la piedra transfigurada”.[36]
Al ver la profundidad y trascendencia de su expresión y, por lo mismo, de su postura estética es fácil determinar el por qué no fue tomada en serio en su tiempo. Opuesto al pensamiento moderno que vemos en Kafka, en su novela La metamorfosis, Odio no planteaba la transformación del individuo como una consecuencia de los males sociales. La poetiza costarricense, planteaba la mutación del ser como una consecuencia de la poiesis: del poder creativo de la expresión en armonía con su entorno.
Crítica y estudios panorámicos
Fue de buena ventura que el nombre de Eunice Odio haya tardado poco en relucir en el mundo de la crítica después de su muerte. Entre 1980 y 2000, numerosos críticos rescataron la obra de la escritora costarricense. Sus poemarios, sus cuentos y sus epístolas fueron retomados por investigadores en numerosos artículos. No obstante, este apartado se dedicará a enlistar por orden de publicación a los críticos que se empeñaron en profundizar en la escritura odiana.
Mientras vivió Eunice Odio, recibió cierta atención debido a su personalidad y belleza peculiar. Sin embargo, el primer intelectual que dedicó páginas de genuina profundidad acerca de su obra fue Alberto Baeza Flores. El dedicó un extenso prólogo en 1953, para la publicación del poemario Zona en territorio del alba (Poesía 1946-1948). También dedicó un par de ensayos que fueron publicados en revistas y suplementos culturales: “Un retrato de Eunice Odio con sus caídas y sus grandezas” en 1974 y en 1984 “Carta sin sobre a Eunice Odio”. No obstante, su más grande aportación fue darla a conocer en su Antología de la poesía hispanoamericana, de 1959.
La década de los ochentas fue el momento prolífico para el estudio de la poetisa costarricense. En 1981 la escritora y compatriota de Eunice Odio, Rima de Vallbona, comenzó la labor titánica de recuperar sus escritos en prosa. En La obra en prosa de Eunice Odio se reúnen ensayos, reseñas de libros, relatos y algunas cartas que Eunice le escribió a su amigo, el editor venezolano Juan Lizcano. Una de las mayores conquistas de este texto fue precisar datos concretos y veraces sobre su nacimiento, vida y personalidad. Pues mientras vivió, su imagen como mujer y poeta no fue del todo celebrada por ser catalogada como una mujer ligera o bohemia.
Posteriormente, el diplomático Mario Esquivel Tovar dedicó su tiempo y recursos para reunir testimonios sobre una de las etapas más fructíferas de Eunice Odio. Este conjunto de escritos fue publicado en 1983 con el título Eunice Odio en Guatemala. Luego de éste, Rima Vallbona publicó Los elementos terrestres de Eunice Odio en 1984.
Otra personalidad de gran contribución a la crítica fue Peggy Von Mayer, investigadora de la Universidad de Costa Rica. En 1987 adquirió el título de maestra con su tesis El tránsito de fuego: Hacia una decodificación biisotópica; trabajo que abriría la brecha para estudiar y editar la obra de Eunice Odio. Nueve años después de su investigación, Von Mayer escribiría el prólogo y cuidaría la edición de las Obras completas, editadas por la Editorial de la Universidad de Costa Rica y Editorial de la Universidad Nacional.
Finalmente, hacia el fin del siglo xx se darían a conocer nuevos causes de investigación. En 1990, Diana Martín dedicaría una sección en su compilación Escritoras de Hispanoamericanas: una guía bio-bibliográfica. Y un año después Alicia Miranda publicaría Las sílabas azules (ensayo literario); obra en la que habló de literatos de gran talla, pero que fueron demeritados o eclipsados. En este libro, Miranda dedicaría sustanciosas páginas para Eunice Odio, que tituló como “La apatrida celeste”.
Iniciado ya el siglo xxi, dos de las autoridades en la escritura odiana colaboraron para publicar La palabra innumerable: Eunice Odio ante la crítica (2001). En esta obra, Jorge Chen Sham y Rima Villabona buscan ubicar la producción literaria de Eunice Odio entre las figuras más representativas del siglo xx. Y, ya cercano a nuestros días, en el 2017 el investigador Chem Sham vuelve a encausar sus efuerzos por a dar a conocer una obra de gran utilidad para conocer a vida personal de la poetisa costarricense: Cartas de Eunice a Roberto (2017).
Amoreti, María, “Eunice Odio: una poeta sin concesiones”, Áncora: Suplemento de cultura, octubre del 2019. En línea (27-02-20).
Asencio, Carlos, “Eunice Odio, la apátrida celeste”, Poémame: revista abierta de poesía, junio del 2018. En línea (consultado el 29-02-20).
Bada, Ricardo, “Eunice Odio: una historia de amor”, Nexos, octubre 2019. En línea (consultado el 27-02-20).
Baeza Flores, Alberto, “Un retrato de Eunice Odio con sus caídas y grandezas”, La Nación, 3 de junio de 1974. En línea (consultado el 01-03-20).
Chávez, José Ricardo, “La transfiguración alquímica de Eunice Odio” Áncora: Suplemento de cultura, octubre del 2019. En línea (14-03-20).
Chen Sham, Jorge, Cartas de Eunice a Roberto, San José, Editorial Universidad de Costa Rica, 2017.
Herrera Ávila, Tania, “Del amor hacia el desamor: Cartas de Eunice Odio a Rodolfo”, Revista humanidades, no. 1, vol. 8, enero-junio del 2018. En línea (consultado el 26-03-20).
Lara-Martínez Rafael, “El tránsito de fuego de Eunice Odio”, class, New Mexico Tech, s.f. En línea (consultado el 28-02-20).
Miranda, Alicia, Las silabas azules: Proposición de lecturas, Costa Rica, Ediciones Guayacán, 1991.
Pleites Vela, Tania, “Arraigo onírico. Tras la pista de la joven Eunice Odio”, Cuadernos intercambio, no. 10, año 9, 2010.
Vargas, Vania, “El tránsito guatemalteco de Eunice Odio”, Plaza Pública, 18 de octubre de 2019. En línea (consultado en línea 17-03-20).
Enlaces externos
Chaves, José Ricardo, “Eunice Odio: ‘La gran escritora de Costa Rica en el siglo XX”, en La Nación (Costa Rica), 8 de junio 2018. En línea (consultado el 02-03-20).
Poeta, ensayista y narradora costarricense. Nació en San José en 1922 y murió en México el 23 de marzo de 1974. Recibió el Premio Centroamericano de Poesía "15 de Septiembre" por su libro Los elementos terrestres en 1947. Residió en México a partir de 1955, donde publicó El rastro de la mariposa, Los trabajos de la catedral, En defensa del castellano y ejerció la tarea de periodista con colaboraciones en El Diario de Hoy y la revista Kena.
En la década de los cuarenta, durante su estancia en Guatemala, obtuvo esta ciudadanía; participó en la revista Repertorio Americano. En 1955 llegó a México, donde se estableció de manera definitiva y obtuvo la nacionalidad mexicana en 1962. Colaboró en El Diario de Hoy, a veces compartiendo el seudónimo “Eulogio Cervantes” con Margarita Michelena, y en el suplemento “Diorama de la Cultura”; hizo traducciones del inglés sobre temas diversos. Colaboró en prestigiosas revistas latinoamericanas como Cultura, de El Salvador, y Zona Franca, de Venezuela.
Eunice Odio Boix y Grave Peralta ha sido considerada una de las poetisas más importantes de Costa Rica. Para la autora, la poesía es un fenómeno estético y religioso, ya que el poeta es una suerte de creador. La poesía es un medio para expresar la esencia del mundo y del hombre; por eso, el lenguaje debe ser claro, esencial, se debe elegir el vocablo justo, significativo, o inventar el neologismo, porque el poema debe “resplandecir”. Los elementos terrestres, su primer libro, revela una fuerte presencia de la Biblia, especialmente de El Cantar de los Cantares: en ocho composiciones, en las que resalta la sensualidad y el erotismo, busca al amado, al compañero, al camarada de carne y hueso. El tránsito del fuego es un ambicioso poema metafísico de más de cuatrocientas páginas en el que emprende la búsqueda del sentido último de la naturaleza humana. Al darle un sentido universal, anula la presencia del yo poético a través de la intervención de diversas voces –de la tradición mítica, unas; de su propia invención, las demás–, lo que le da un carácter dramático, de tragedia griega; incluso, una de sus secciones fue representada en la catedral de Cuernavaca. Parte de su obra en prosa (un par de cuentos, reseñas literarias y crítica de arte) fue reunida por Rima Vallbona en La prosa de Eunice Odio, mientras que permanecen dispersas otras colaboraciones suyas en publicaciones periódicas. La Antología, preparada póstumamente por su amigo Juan Liscano, resulta particularmente interesante por la colección de cartas, en las que manifiesta sus ideas sobre la poesía y su interés por el esoterismo.
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