Los misioneros españoles tenían que habérselas con el obstáculo de las lenguas indígenas y con los hábitos de las poblaciones gentiles a quienes debían reducir a la fe católica. Como advirtiesen que entre los indios había ciertas larvas dramáticas, ceremonias y danzas que podían servir de vehículo a pequeñas representaciones de teatro religioso, se dieron a componer y aun a representar muchas veces escenas y pasajes de la Historia Sagrada, que hábilmente mezclaban con los festejos públicos a que eran dados sus catecúmenos, y así iban deslizando entre ellos las doctrinas y las enseñanzas elementales de la Iglesia. Como obra de aficionados y gente de más piedad que imaginación, este Teatro Misionario —que conocemos sólo en despojos y referencias— no podía aspirar a un alto valor literario, y pronto lo dominará el Teatro Criollo, al desaparecer las urgencias catequísticas del primer instante. Los nombres de estas piezas teatrales son tan dudosos como la posible atribución a autores determinados. Unas piezas se representaron en español, otras en lenguas indígenas. A veces estos autos y representaciones acababan en bautismos en masa de los espectadores indígenas. Los simulacros militares incorporados en estas piezas teatrales —como observa nuestro dramaturgo Usigli— anunciaban una manera de teatro “unanimista”, de muchedumbres, que no pudo prosperar por desgracia.