Las mujeres han habitado el mundo de la cultura escrita desde hace siglos y de muchas formas. Sus rastros en las imprentas novohispanas son ineludibles.[1] Además de ser impresoras y tipógrafas, también participaron en la cultura escrita como editoras, lectoras, escritoras, escuchas, observadoras y, por extraño que parezca, como diseñadoras, bordadoras, confeccionistas y cortadoras. Pero estamos tan habituados a pensar como ciudadanos de ese mundo sólo a quienes saben leer o escribir, o leer y escribir, que es difícil identificar esas otras formas de vinculación con lo escrito.
Para comprender a cabalidad la incursión de las mujeres en las publicaciones periódicas, hay que partir de esta noción más amplia (y negada) de la cultura escrita. En otras palabras, es necesario tener presente que quienes saben leer y escribir ocupan posiciones dominantes en el mundo de lo escrito y, al mismo tiempo, que junto a ellos hay otros que se vinculan con lo escrito desde distintos horizontes y con otras habilidades. Las mujeres han estado entre estos otros: son parte de los de abajo en la cultura impresa.
A pesar de que la historia de la participación femenina en la cultura impresa se ha escrito desde la trinchera de la historia feminista –que denunció la ausencia de las mujeres en el relato histórico y buscó explicar los mecanismos que las han mantenido en posiciones subordinadas– todavía permanecen en el olvido la gran mayoría de las actividades realizadas por mujeres en este mundo. La razón principal es que esta participación se ha interpretado con claves que sólo dan cuenta de las prácticas de lectura y escritura dominantes. Aún más: estas claves, como veremos, están atravesadas por clasificaciones que jerarquizan lo femenino por debajo de lo masculino y, por eso, aquellos otros vínculos con la cultura escrita han permanecido en el olvido o han sido (des)calificados como prácticas banales o resultado de la opresión sobre las mujeres.
Breve balance historiográfico sobre la historia de las editoras de publicaciones periódicas
La historia de las mujeres y de género en México comenzó a publicarse en la academia de manera constante y continua a partir de la década de 1980. Su escritura, tal como ocurrió en otras partes del mundo, buscaba incluir a las mujeres en el relato histórico, rescatarlas del olvido y hacerlas visibles con la promesa de cuestionar con su presencia la narrativa de toda la historia. Pero lejos de lo que podría suponerse, ni la empresa ni los propósitos eran nuevos en estas tierras.
Casi un siglo antes de aquel entusiasmo académico, Laureana Wright de Kleinhans, editora y escritora mexicana, había publicado La emancipación de la mujer por medio del estudio (1891), cuyas primeras líneas sentencian contundentes que, “Desde los primeros días del mundo pesó sobre la mujer la más dolorosa, la más terrible de las maldiciones: la opresión”.[2] Pocos años antes de lanzar este libro –de diciembre de 1887 a enero de 1889– Wright había editado el semanario Violetas del Anáhuac, donde publicó una serie de biografías de mujeres.
La semblanza de mujeres era una práctica de escritura añeja y común.[3] Contemporáneo de Wright, José María Vigil publicó Poetisas mexicanas. Siglos xvi, xvii, xviii y xix en 1893.[4] Pero lo novedoso en el recuento de esta editora fue la selección de personajes contemporáneos que hizo: figuras dedicadas al cultivo de las letras o profesionistas. No obstante, Wright no fue rara avis en la cultura impresa mexicana.
La participación de las mujeres en los procesos de creación editorial en México comenzó en 1870. Cristina Farfán, Rita Cetina, Gertrudis Tenorio Zavala, Concepción Gimeno de Flacquer, Mateana Murguía de Aveleyra, Guadalupe Fuentes viuda de Gómez Vergara, Isabel M. viuda de Gamboa, Juana Belén Guitérrez de Mendoza, Dolores Correa Zapata, Laura Méndez de Cuenca y María Luisa Ross son algunos nombres de mujeres que incursionaron como editoras o directoras de alguna publicación en el mundo de los impresos tan solo entre 1870 y 1907.
Los recuentos de mujeres célebres, por su parte, siguieron realizándose. En la primera mitad del siglo xx, revistas editadas por mujeres como La Mujer Mexicana (1904-1907), El Hogar (1913-1942) o Mujer (1926-1929) publicaron semblanzas de personajes femeninos y notas sobre los logros académicos de varias mujeres. En 1934, Fortino Ibarra de Anda escribió Las mexicanas en el periodismo. En 1944, salió de la Imprenta Gallarda el libro Mujeres de México de Consuelo Colón. En 1946 circuló Mujeres de América, libro de Natalia Gámiz cuyo afán era “reunir, para que no se pierda, la obra dispersa de muchas escritoras”.[5] En 1956, la Revista de Filosofía y Letras incluyó el artículo “La mujer mexicana en el periodismo” de la historiadora María del Carmen Ruiz Castañeda. Unos años más tarde, en 1961, la periodista Rosalía D’Chumacero publicó el primero de tres volúmenes de Perfil y pensamiento de la mujer mexicana.[6]
El movimiento feminista de la década de 1970 renovó este ejercicio de memoria, pues provocó una efervescencia por denunciar la ausencia de las mujeres en los relatos. Propuso hacerlas visibles y demostrar cómo la dominación masculina producía y reproducía su posición subordinada. Este trabajo se hizo desde varios frentes disciplinares en México y en los departamentos de estudios latinoamericanos en universidades de Estados Unidos, sin una coordinación explícita.
Cuando literatas, historiadoras, periodistas y comunicólogas de finales de siglo xx comenzaron a escribir la historia de las mujeres en México no pasaron sus dedos sobre estanterías vacías. Era cuestión de tiempo para que emergieran los rastros de sus antecesoras, esas mujeres que habían participado en la cultura escrita a través de los impresos. Estos textos, contenidos en distintas publicaciones periódicas, estaban resguardados en hemerotecas, bibliotecas y colecciones privadas. Entonces, los escritos sobre las publicaciones periódicas y las mujeres comenzaron a divulgarse.
En 1978 se publicó en Estados Unidos Latin American Women. Historical Perspectives, compilado por Asunción Lavrin, que incluye el capítulo “La prensa femenina: la opinión de las mujeres en los periódicos de la colonia en la América Española: 1790-1810” de Johanna S. R. Mendelson. Este trabajo es una comparación entre artículos publicados en periódicos de México, Perú y Argentina donde, a la luz de las ideas ilustradas, se debatió sobre la situación de las mujeres. En particular, Mendelson analizó las diferentes opiniones que hubo sobre el tipo de educación femenina más adecuado para el fortalecimiento del imperio español.[7]
La historiadora Anna Macías escribió en 1979 un artículo para la revista fem –surgida al calor de la segunda ola del feminismo en México– sobre María Ríos Cárdenas y su empresa Mujer, ubicándola como uno de los antecedentes del feminismo en México.[8] En 1980, la misma Macías publicó el artículo “Women and the Mexican Revolution, 1910-1920” que apareció en la revista académica The Americas, donde realizó unos cuantos trazos sobre sobre el trabajo de edición de Juana Belén Guitérrez de Mendoza en Vésper y de Hermila Galindo en La Mujer Moderna.[9]
En 1980 Ediciones El Caballito publicó Revistas femeninas. La mujer como objeto de consumo, de la comunicóloga Carola García, cuya meta principal fue demostrar que las revistas para mujeres publicadas en México hasta 1970 eran difusoras de una ideología imperialista que las explotaba como consumidoras y que, por eso, contribuían a su enajenación. Desafortunadamente, el afán de denuncia de este trabajo –defendido en 1978 como tesis de licenciatura en Ciencias de la Comunicación– rebasó el análisis y el cuidado de las fuentes utilizadas para abordar las publicaciones femeninas de la primera mitad del siglo xx.[10]
Desde la trinchera de los estudios literarios, en 1986 Nora Pasternac y Graciela Monges Nicolau se encontraron con Laureana Wright y Violetas del Anáhuac mientras participaban en el Taller de Narrativa Femenina Mexicana del entonces Programa de Estudios sobre la Mujer de El Colegio de México cuya labor era “rescatar del olvido el nombre y la obra de nuestras ‘abuelas’ y ‘madres’ escritoras”.[11] Pasternac dijo sobre Laureana Wright que si bien su talento literario no era excepcional “sí era una precursora notable del feminismo”.[12]
Ese mismo año (1986), Elvira Hernández Carballido –quien se integraría al cuerpo de redacción de fem al poco tiempo– se tituló como periodista de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam con la tesis La prensa en México durante el siglo xix. En ella estudió cuatro publicaciones dirigidas por mujeres para mujeres: Las Hijas del Anáhuac (1873) dirigida por Concepción García y Ontiveros, El Álbum de la Mujer (1883-1890) de Concepción Gimeno de Fláquer, El Correo de las Señoras (1883-1894), administrada por su propietaria, la viuda Mariana Jiménez y, por supuesto, Violetas del Anáhuac editada por Wright y Mateana Murguía de Aveleyra.[13]
Un par de años más tarde (1988 y 1989), la historiadora Gabriela Cano escribió también para fem sobre Galindo y La Mujer Moderna. Cano señaló que la relevancia de esta publicación radicaba en que, además de movilizar a las mujeres a favor del constitucionalismo, había fungido como espacio de manifestación del feminismo de un grupo de mujeres en las primeras décadas del siglo xx.[14]
En la década de 1990 comenzaron a defenderse tesis académicas que, con el impulso de la nueva historia, tomaban a las publicaciones periódicas como fuentes de información y/o como objetos de estudio. El empeño en esta labor rindió frutos. Hoy existe literatura que permite pensar el proceso de incursión de las mujeres en la cultura impresa y saber en qué circunstancias surgieron las primeras editoras de publicaciones periódicas.
La diversidad de los trabajos es grande. Hay biografías detalladas de mujeres que se desempeñaron como editoras en algún momento de sus vidas, catálogos de revistas que facilitan la búsqueda de los temas que se abordaron en ellas, incluso, una investigación que analiza desde la perspectiva de largo aliento la incursión femenina en la cultura impresa. Esta investigación de larga duración, elaborada por Lucrecia Infante, se ha convertido en un referente ineludible dentro de la historiografía de las editoras.[15]
Infante interpretó la participación femenina en la cultura impresa desde la metáfora de la separación de las esferas pública y privada, es decir, su trabajo sostiene que la escritura femenina transitó de la práctica privada a la pública a lo largo del siglo xix. Esta investigación muestra cómo la presencia femenina en las páginas impresas fue de los márgenes al centro, es decir, comenzaron enviando cartas, publicadas en la sección de remitidos a inicios de aquella centuria y hacia 1870 algunas de ellas comenzaron a dirigir empresas editoriales. El romanticismo, según Infante, fue crucial en esta transformación, pues promovió la experiencia subjetiva como creadora de la expresión artística y a la pasión como forma de conocimiento válido. En resumen, el romanticismo legitimó formas de escritura privadas que las mujeres practicaban desde siglos atrás.
Esta ampliación de los criterios fue decisiva para la escritura femenina. Por un lado, abrió las puertas de las publicaciones periódicas a prácticas de escritura desarrolladas por las mujeres como la traducción de novelas, la escritura de poemas, la redacción de cartas o de recetas de cocina. Por otro lado, las mujeres se apropiaron de la escritura y se reconocieron así mismas como individuos capaces de transmitir ideas y emociones. Desde esta óptica, las revistas para mujeres de la primera mitad de siglo xix fueron el espacio donde se hizo pública esta escritura femenina, pues fue ahí donde algunas mujeres comenzaron a participar publicando poemas o haciendo traducciones.
Hacia la década de 1850, la presencia de mujeres en las páginas impresas ya era habitual. No sólo traducían o escribían poesía, crónica (social y teatral) o cuentos, también redactaban ensayos de opinión y crónicas culturales. Un par de décadas más tarde, hacia 1870, las mujeres comenzaron a dirigir y conformar equipos de redacción. La formación de estos equipos de redacción puede leerse como un momento cumbre en los procesos de integración de las mujeres a la cultura escrita e impresa.
Aunque la duración de estas empresas fue breve, a través de ellas se tejieron lazos entre escritoras, profesionistas y lectoras que compartieron sus experiencias (anhelos, decepciones, etc.) y, eventualmente se organizaron en grupos que exigieron espacios para las mujeres.[16] En particular, las primeras empresas editoriales lideradas por mujeres fueron cuarteles desde donde se luchó por desvanecer uno de los pesos más fuertes en la desequilibrada balanza de poder entre los sexos: la igualdad intelectual.
Repito, este corpus no es poca cosa. Conocemos los nombres de algunas de esas mujeres que se dedicaron al mundo de la edición desde hace más de un siglo. Sabemos que su presencia ha imperado en las publicaciones femeninas –es decir, dedicadas a las mujeres– y que, junto a algunos de estos impresos, se lanzaron proyectos para transformar el equilibrio de poder entre los sexos. Por ejemplo, La Siempreviva, revista que se imprimió en Mérida entre 1870 y 1872 por Cetina, Farfán y Tenorio Zavala, era la parte impresa de un proyecto que incluyó la administración de una escuela donde se ofrecieron clases de piano, letras y pintura para las mujeres, pero que también incluyó una escuela de primeras letras donde se enseñaría a leer y a escribir a niñas de las clases menesterosas, como se llamaba a los pobres en aquellos años.[17]
Pero aún falta. Los trabajos de rescate de las editoras del siglo xx están fragmentados. Además, los resultados más ambiciosos, esos que prometían reescribir toda la historia, no son tan visibles todavía. Esto se debe, en gran medida, a que el conocimiento histórico sobre las editoras y las lectoras creció en la trinchera del feminismo y del periodismo.
Por una historia de las editoras de publicaciones periódicas desde los usos de lo escrito
La historiografía sobre la participación de las mujeres en la cultura escrita está atravesada por la tensión que distingue entre femenino y feminista. Por un lado, los primeros recuentos sobre mujeres en la cultura escrita que realizaron algunas de las primeras editoras de publicaciones periódicas sirvieron como faros para orientar las exploraciones realizadas por las académicas feministas; sin embargo, esos recuentos también marcaron líneas interpretativas que arrojaron luz sobre ciertos procesos, pero oscurecieron otros. Por otro lado, la mirada de denuncia con la que se realizaron varias investigaciones impidió comprender la labor de algunas empresas editoriales dirigidas por mujeres o para mujeres en la cultura escrita, así como la variedad de usos que este grupo ha dado a los impresos. En resumidas cuentas, el afán de denuncia ha provocado una inercia interpretativa en el corpus de escritos sobre las editoras que han habitado el mundo de los impresos.
Acorde a las ideas de la época que veían en la educación un camino para el progreso humano, las primeras editoras de las publicaciones periódicas señalaron como la causa principal de la caída en desgracia de cientos de mujeres –encarnada ya como pobreza material o “moral”, es decir, su ingreso al ingreso al comercio sexual– a la poca oferta educativa que había para ellas, provocada por la falsa creencia que prohibía su ingreso a la instrucción más allá de las primeras letras.
Esto explica por qué estas editoras pensaron sus empresas como vehículos que darían a las mujeres herramientas que las sacarían de la ignorancia y las integrarían a la marcha del progreso de la humanidad. Prueba de este deseo son las declaraciones que hicieron en editoriales o en los subtítulos de sus publicaciones. Por ejemplo, el subtítulo de La Mujer Mexicana (1904) indica que es una Revista mensual científico-literaria consagrada al progreso y perfeccionamiento de la mujer mexicana;[18] en el primer editorial de La Mujer Moderna (1915) se indicó que deseaban: “levantar el espíritu femenino a la altura de su deber y su derecho”;[19] el título completo de Mujer (1926) es Periódico independiente para la elevación moral e intelectual de la mujer.[20]
Ahora bien, el diagnóstico de estas primeras editoras se convirtió en uno de esos supuestos no cuestionados por la historiografía. De ahí que hoy se sostenga que:
- Como no había oferta educativa para las mujeres más allá de las primeras letras y la enseñanza para mujeres y hombres era desigual, las publicaciones periódicas dirigidas a mujeres, sobre todo las de la primera mitad del siglo xix, funcionaron como espacios de educación informal.
- Las mujeres que sabían leer y escribir, entre quienes destacan las primeras editoras de publicaciones periódicas, formaban parte de una élite cultural que podía pagar profesores privados para aprender tales habilidades.
- La mayor oferta de educación para mujeres y la profesionalización del magisterio influyeron en el aumento de la participación femenina en el mundo de las publicaciones periódicas. Los indicios en los que se fincan estas interpretaciones son la inauguración de la Escuela Secundaria para Señoritas en 1869, que se convirtió en Escuela Normal de Profesoras hacia 1890; y el hecho de que la mayoría de las primeras editoras se dedicaron al magisterio.
Estos argumentos sobre las relaciones entre las publicaciones periódicas y las mujeres lucen sólidos; sin embargo, deben matizarse pues están sustentados en suposiciones no cuestionadas. Por ejemplo, dan por sentada la relación entre alfabetización y escolarización, por un lado, y la existencia de una desigual oferta educativa para mujeres y hombres, por otro.
En un estudio reciente, Kenya Bello ha demostrado que la oferta educativa de primeras letras brindada por las autoridades municipales de la Ciudad de México entre 1771 y 1867, no era tan distinta entre niños y niñas. Bello sostiene lo anterior porque analizó las prácticas de escritura y lectura en las aulas, es decir, se concentró en los métodos de enseñanza de lectura y escritura, y en los textos que se usaban en las aulas. Ambos, métodos y textos, eran muy similares en escuelas de unas y otros.
Además, tras estudiar la asistencia y ubicación de las escuelas municipales de la Ciudad de México, Bello apunta la probable asistencia a estos espacios de niñas y niños de todas las clases sociales. Para rematar, en su indagación encontró un dato revelador: fue una escuela de niñas la única que siguió funcionando en la Ciudad de México cuando Estados Unidos invadió México (en 1847).[21] En resumen, los hallazgos de Bello permiten suponer que la historiografía ha subvalorado la presencia de las niñas en las escuelas de primeras letras durante la primera mitad del siglo xix y quizás eso ha contribuido a diluir más su presencia en el mundo de la cultura escrita.
Ahora bien, es cierto que las primeras editoras eran parte de una élite porque tenían las habilidades de leer y escribir, las cuales eran poco comunes en aquellos años. Sin embargo, las adquirieron a través de distintas trayectorias. ¿Eso pudo influir en el uso que hicieron de los impresos como editoras? Wright (1846-1898) era hija del dueño de una mina y aprendió a leer y a escribir con profesores privados.[22] Dolores Jiménez y Muro (1848-1925), hija de un abogado que trabajó como empleado de gobierno, también aprendió a escribir en casa. Pero Juana Belén Gutiérrez de Mendoza (1875-1942) rompe este esquema: fue hija de un campesino jornalero y asistió un breve tiempo a la escuela en el pueblo de San Pedro del Gallo, en Durango.[23]
Más allá de la escuela, es interesante notar cómo la vida cotidiana de estas primeras editoras estaba vinculada a la cultura escrita. Leer y escribir eran actividades cotidianas, sobre todo porque ellas, o con quienes convivían, las realizaban en su día a día. Incluso, varias tenían familiares que participaban en sociedades literarias o científicas. Por ejemplo, el escritor Lorenzo Zavala era tío abuelo de Dolores Correa Zapata (1853-1924) y sus primas, más grandes que ella, eran Tenorio Zavala y Farfán, editoras de La Siempreviva.[24] El padre de Laura Méndez de Cuenca (1853-1928) era administrador de una hacienda y su abuelo materno era un francés repostero y restaurantero, es decir, es muy probable que, por sus labores, echaran mano de la lectura y la cultura.[25] Probablemente, el caso más claro sea el de Emilia Enríquez de Rivera (1883-1963), editora de El Hogar, quien declaró en varias ocasiones que su amor por las letras lo había heredado de su padre, profesor, editor y miembro de la Sociedad de Geografía y Estadística.[26]
Así, agrupadas bajo su identidad sexual –como mujeres–, el conocimiento sobre las editoras no ha logrado traspasar los anaqueles que contienen los volúmenes de la historia de las mujeres para reescribir la historia de la cultura escrita e impresa, pues aún son poco claros los vínculos de las empresas editoriales dirigidas por mujeres con el resto de las publicaciones periódicas. Dicho de otra forma, todavía no sabemos cómo la actividad de las editoras y las lectoras, más allá de la denuncia feminista, ha impactado el mundo de la cultura escrita ni hemos comprendido cabalmente su presencia en ese mundo. Para lograr esto, hace falta echar mano de las herramientas desarrolladas desde la historia de la lectura y la escrita, pues hubo mujeres que irrumpieron en territorios de esta cultura que todavía no han sido explorados.
Con el afán de combatir estas inercias interpretativas, primero haré un recorrido sobre los distintos territorios en donde han trabajado las editoras de las publicaciones periódicas. Este recorrido sigue una línea más o menos cronológica, y busca resaltar los usos que esas editoras han dado a los impresos. Después esbozaré algunos trazos sobre esos territorios poco conocidos donde irrumpieron las editoras de las publicaciones periódicas.
Las primeras editoras de las publicaciones periódicas en México, 1870-1907
Las publicaciones periódicas se convirtieron en un nuevo soporte material para los textos y significaron un uso distinto de lo escrito en el contexto de la revolución de independencia, pues se usaron como tribuna para expresar opiniones sobre cuestiones de la más diversa índole. Una de esas cuestiones fue la educación femenina, discusión candente que atravesó todo el siglo xix. Algunas mujeres participaron en este debate y tomaron una postura.
Entre 1870 y 1908 la oferta editorial dirigida a las mujeres fue arrolladora. Varias de las publicaciones que circularon en aquellos años fueron dirigidas por mujeres o había algunas de ellas en sus equipos de redacción. Las revistas de las que hoy tenemos registro son: La Siempreviva (1870-1872) dirigida por Cristina Farfán, Rita Cetina y Gertrudis Tenorio Zavala; Hijas del Anáhuac, (1873-1874) cuya redactora en jefe fue Concepción García y Ontiveros; El Recreo del Hogar (1879) a cargo de Rita Cetina y Gertrudis Tenorio; El Álbum de la Mujer (1883-1890) de Concepción Gimeno Flacquer; La República Literaria (1886-1890) encabezado por José López Portillo y Rojas y Esther Tapia de Castellanos; Violetas del Anáhuac (1887-1889), editada por Wright y Murguía de Aveleyra; La Palmera del Valle (1887) de Refugio Barragán de Toscano; El Periódico de las Señoras dirigido por Guadalupe Fuentes viuda de Gómez Vergara e Isabel M., viuda de Gamboa; La Mujer Intelectual Mexicana (1906) de Lucila Rodríguez; La Mujer Mexicana (1904-1907) proyecto de Dolores Correa Zapata, Victoria Sandoval de Zarco, Laura Méndez de Cuenca y Luz Fernández, viuda de Herrera.
Los contenidos de estas publicaciones fueron diversos. Ofrecían artículos sobre modas, recetas de cocina, eventos sociales y poesía junto a consejos de economía doméstica, higiene y artículos de historia, física, geografía, literatura. El objetivo de estas editoras era que las mujeres adquirieran conocimientos útiles, pues ellas eran las formadoras de los futuros ciudadanos.[27] De hecho, en aquella época se creía que los hogares ordenados eran la base para el progreso de las naciones y que sin armonía en ellos no habría un buen funcionamiento del Estado y, por lo tanto, México no lograría insertarse al concierto de las naciones civilizadas.
A tono con las ideas dominantes de su época que veía en la educación el camino hacia el progreso, esta primera generación de editoras pujó por la admisión de las mujeres a la educación profesional, seleccionó textos que dieran cuenta de la igualdad intelectual entre los sexos e incluyó lecciones de economía doméstica e higiene para ayudar a las lectoras a tener un hogar armonioso. Con estas lecciones, las editoras buscaban ayudar a sus lectoras a transformar sus conductas, a distribuir eficazmente su tiempo y a que entendieran lógicamente lo que más les convenía para tener una casa ordenada y relaciones gratas con sus maridos. Es decir, ofrecieron contenidos con la intención de racionalizar los vínculos emocionales, si por esto se entiende control, previsión, e información.
El siglo XX. Entre la denuncia social, la militancia feminista y el negocio editorial
Junto a estas editoras que abrazaron un proyecto editorial con afanes educativos, hubo otras que empuñaron la pluma y se embarcaron en el negocio de la edición para manifestar su oposición al gobierno de Porfirio Díaz, sus posturas anticlericales o sus apoyos a distintas corrientes políticas. Entre ellas destacan Dolores Jiménez y Muro (1848-1925), Gutiérrez de Mendoza y Elisa Acuña (1887-1946), quienes además de ejercer el oficio de edición también fueron integrantes de clubes políticos como: El Club Liberal Ponciano Arriaga, El Club Liberal Mexicano, el Club de Mujeres Antirreeleccionistas Las Hijas de Cuauhtémoc, Amigas del Pueblo, y la organización de mujeres Las Hijas del Anáhuac, entre otras.
En 1901, Gutiérrez de Mendoza publicó el primer número de Vésper, semanario donde realizó agudas críticas al gobierno de Porfirio Díaz que le valieron unos años en la cárcel. Gutiérrez de Mendoza publicó Vésper de manera intermitente hasta 1935, por ejemplo, en 1910 lo imprimió para mostrar su apoyo a la candidatura Francisco I. Madero.[28] Jiménez y Muro colaboró en Vésper y dirigió la Revista Potosina (1902), y quedó al frente de La Voz de Juárez, tras ser encarcelado su director, Paulino Martínez. Además de editar estas publicaciones, Dolores y Muro prologó el Plan de Ayala.
Acuña Rosetti no sólo aprendió a leer y a escribir desde pequeña, sino que a los 13 años ya sabía taquigrafía y era profesora. Acuña apoyó a Francisco I. Madero, se manifestó contra la dictadura de Victoriano Huerta y se sumó a los zapatistas. Al calor de la trinchera, editó con Gutiérrez de Mendoza varios periódicos. Entre ellos Fiat Lux, que en 1908 se convirtió en el órgano de difusión de la Sociedad Mutualista de Mujeres. En 1910 publicó La Guillotina. En 1914 editó, también con Gutiérrez de Mendoza, La Reforma. Pasada la fase armada de la Revolución mexicana, Acuña siguió vinculada a la cultura escrita, pues trabajó en el Departamento de Prensa de la Biblioteca Nacional a partir de la década de 1920.
La revolución mexicana modificó temporalmente la estructura de propiedad de los medios impresos. Entre las mujeres que lanzaron proyectos en las décadas de 1910 y 1920 destacan Emilia Enríquez de Rivera Hauville, Hermila Galindo y María Ríos Cárdenas. Las tres se asumían como feministas. Aunque sus apuestas solían estar enfrentadas, con sus proyectos buscaron modificar la balanza de poder entre los sexos desde distintos frentes.
La Mujer Moderna, revista editada por Galindo, María de Jesús y Salomé Carranza entre 1915 y 1919, comparte el uso militante de los proyectos impulsados por Gutiérrez de Mendoza, Dolores y Muro y Acuña Rosetti, pero a diferencia de éstos, el semanario de Galindo fue subsidiado por el gobierno de Venustiano Carranza. Las editoras de La Mujer Moderna ofrecieron por igual recetas de cocina, consejos de belleza y notas de espectáculos que artículos sobre la situación política por la que atravesaba el país. Una singularidad de este proyecto es su postura ante la participación femenina en la vida política: sostenían que las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres de participar y decidir en las decisiones que trazarían el destino del país. Galindo, además, tenía posturas vanguardistas en las corrientes feministas de su época; sus ponencias sobre sexualidad femenina y amor libre presentadas en los Congresos Feministas de Yucatán en 1916, escandalizaron a muchos.[29]
Ríos Cárdenas editó Mujer de 1926 a 1929. Su revista buscaba, como todas sus antecesoras y contemporáneas, instruir a la mujer para ayudarla en su liberación. Se ha dicho que Mujer fue una revista feminista porque ofreció artículos donde condenaba la violencia sexual de la que eran objeto las mujeres al andar por la calle. También subrayó la relevancia de que hubiera guarderías donde las madres solteras pudieran llevar a sus hijos y manifestó su convicción de que las mujeres debían obtener todos sus derechos.[30]
Enríquez de Rivera y su revista El Hogar (1913-1942) formaron parte de la nueva generación de empresas y editores que irrumpieron en el contexto revolucionario y dominaron el mundo de las publicaciones periódicas varias décadas después de aquella revolución social. Hija del editor Santiago Enríquez de Rivera, la directora de El Hogar no era ninguna improvisada.[31] Bajo el seudónimo de “Obdulia”, esta mujer incursionó por primera vez en el mundo de los impresos publicando unos cuentos en El Educador Moderno, donde su padre también colaboraba. Al poco tiempo, cuando el señor Enríquez de Rivera murió, Obdulia trabajó como editora de las secciones de moda de la revista Novedades y de Revista de Revistas, donde coincidió con Raúl Mille, experto del negocio editorial. Enríquez de Rivera y Mille planearon el lanzamiento de El Hogar al poco tiempo de su ingreso como editora de la sección femenina del semanario.
Quizá por los bandazos de la revolución, unos meses después de que saliera el primer número de El Hogar, Mille vendió Revista de Revistas, pero dejó en manos de Enríquez de Rivera la revista para mujeres. Así fue como la joven editora de moda se convirtió en dueña y directora de esta revista. Contra todo pronóstico, ella logró con El Hogar lo que ninguna otra mujer había hecho antes en México: tuvo una empresa editorial con edificio e imprenta propias que circuló durante 29 años continuos.
El éxito de El Hogar puede explicarse a partir del encadenamiento de varias circunstancias, pero aquí resaltaré la agudeza de su editora para explotar los vínculos que las mujeres habían establecido con la cultura impresa desde varios siglos atrás. En primera instancia, dio espacio al intercambio epistolar entre las lectoras en una sección que se publicó durante casi 20 años, aunque con nombres distintos. En segundo lugar, ofreció un suplemento que ofrecía patrones para confeccionar ropa y realizar labores de costura de todo tipo. En tercer lugar, su página de modas ofreció figurines de empresas estadounidenses que se dedicaban a vender patrones para confeccionar ropa; de hecho, en la década de 1920 El Hogar comercializó los patrones McCall, que entonces eran los únicos que estaban impresos.[32] Finalmente, las páginas de esta revista fueron un espacio de encuentro entre mujeres que buscaron modificar el equilibrio de poder entre los sexos.
En 1938, en plena efervescencia provocada por las declaraciones y eventual propuesta de ley sobre el sufragio femenino elaborada por Lázaro Cárdenas, El Hogar publicó “Tribuna de la Mujer”, columna escrita por varias plumas femeninas sobre cuestiones de interés para las mujeres, por ejemplo, el voto femenino, el divorcio, el trabajo. En esta columna colaboraron mujeres con posturas políticas distintas, por ejemplo, la comunista Refugio García, Adelina Zendejas, María de la Luz Grovas y la doctora Mathilde Rodríguez Cabo, una de las primeras mujeres que hablaría públicamente sobre el derecho al aborto.
De hecho, desde la década de 1920 se forjaron en El Hogar vínculos entre mujeres que unos años más tarde crearían el Ateneo Mexicano de Mujeres. Varias de las integrantes de esta agrupación literaria publicaron cuentos en El Hogar, escribieron sobre distintos temas o participaron en los buzones de correspondencia con las lectoras. Luego de una huelga de trabajadores, Enríquez de Rivera dejó la dirección de El Hogar en manos de la política y cabeza del Ateneo, Amalia de Castillo Ledón.[33]
La propuesta editorial de El Hogar transformó el mundo de las publicaciones periódicas. Hacia la década de 1930 otros comenzaron a explotarla. En Puebla, María Teresa Castañeda de Pérez editó la revista Negro y Blanco, que circuló de 1931 a 1951 y ofreció a sus lectores labores de bordado, tejido y manualidades. En la ciudad de México el español Francisco Sayrols compró La Familia en 1933, que estuvo bajo su administración hasta 1965 (aunque circuló hasta inicios de la década de 1970) y fue la base del financiamiento de la compañía Libros y Revistas S.A. –luego Grupo Editorial Sayrols– que se dedicó a elaborar otras publicaciones, como Sucesos para todos, Mecánica Ilustrada y Cine Historietas entre otras.[34] La Familia también ofreció labores, contenidos de moda, patrones para confeccionar ropa y secciones donde se publicaban cartas de los lectores. La Familia fue dirigida por varias personas a lo largo de las décadas en las que se imprimió, entre ellas destacan la poeta Rosario Sansores, el novelista Gabriel García Márquez y la periodista Cristina Pacheco.
La edición y las literatas. Rueca e Ideas
Otro tipo de publicaciones lanzadas por mujeres durante el siglo xx fueron las que buscaron impulsar las obras y carreras de escritoras. Entre ellas se encuentran Rueca (1941-1945) e Ideas (1944-1947). Rueca fue un proyecto impulsado por estudiantes de la carrera de letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam: Carmen Toscano, María Ramona Rey, Emma Saro –dueña de una imprenta–, Pina Juárez Frausto, Ernestina de Champourcin y Emma Sánchez Montealvo. Su afán era demostrar que las mujeres también podían confeccionar una revista literaria y que tenían capacidades literarias. Pero la empresa fue breve pues, como dijo Fabienne Bradu, murió de una epidemia de matrimonio.
Toscano buscó que otro grupo de jóvenes digiera la revista poco años más tarde. En esta nueva camada estaban Lucero Lozano, Martha Medrano y Helena Beristáin. Pero tuvieron poca suerte: sólo publicaron dos números más, uno en 1948 y otro a finales de 1951 e inicios de 1952.[35]
Ideas. Revista Mensual literaria-científica de las mujeres de México –que en 1946 cambió su subtítulo a Revista de las Mujeres de América– difundió los textos de las integrantes del Ateneo Mexicano de Mujeres, organización fundada en 1934 por Castillo Ledón con mujeres como Adela Formoso de Obregón Santacilia, Esperanza Zambrano, Matilde Gómez, Emmy Ibáñez, Matilde Gómez, Leonor y Guillermina Llach, Enríquez de Rivera, entre otras. La apuesta del Ateneo era dar a conocer el trabajo intelectual de las mujeres a partir del apoyo mutuo, es decir, buscaba que el prestigio de las mujeres que ya eran reconocidas en el ámbito público impulsara la carrera de recién llegadas. Parte de las labores del Ateneo consistía en organizar charlas dictadas por las mujeres más preparadas a las que podían asistir otras mujeres.
Entre las colaboradoras de Ideas hubo abogadas, escritoras, periodistas, arqueólogas, maestras, etc. Graciana Álvarez del Castillo Chacón, su editora, y Leonor Llach, activa colaboradora, eligieron contenidos clásicos como poemas y reseñas biográficas de mujeres, pero también insertaron textos que brindaran orientación legal a las mujeres.[36]
Hubo otras revistas editadas durante las décadas de 1940 y 1950 por mujeres de las que sabemos poco, pero podemos consignar algunos datos. Las católicas Stella Casas A. y Luz González Escárcega estuvieron al frente de Nosotras. Revista para empleadas, entre 1944 y 1947. Otro grupo de publicaciones de estas décadas acusan un aire de familia en sus nombres: Fémina (1946-1948) dirigida por el matrimonio Luz de Araoz de Jiménez y Joaquín Jiménez Lábora, Mujer (1947-1948) donde trabajaron Ofelia Ramírez, Teresa de Cepeda y Olga Vázquez; y Femenil (1949-1952) donde participó la ateneísta Matilde Gómez junto a Antonio de Tavira y Alfredo Vázquez Ladrido. De 1957 a 1968 se publicó Crinolina. Revista para nosotras y ellos, donde Pacheco dio sus primeros pasos en el mundo del periodismo.
La edición como negocio. Mujeres: expresión femenina, Kena y Publicaciones Continentales de México
En los últimos meses de 1958 se publicó el primer número de Mujeres: expresión femenina al mando de Marcelina Galindo Arce (1920-2008). La historia de esta revista, que circuló durante 24 años (1958-1982), y la de su directora están muy unidas al Partido Revolucionario Institucional. Galindo Arce nació en Chiapas, pero creció en Tabasco, donde estudió para maestra normalista. Como muchos otros mexicanos que vivieron en esos años, Galindo Arce migró a la ciudad de México en busca de empleo, pues de ella dependían su madre y una hija.
Galindo Arce no encontró trabajo como maestra en la ciudad de México, pero sí como redactora de sociales en la revista Así. Este trabajo marcó la pauta de su trayectoria en el mercado laboral. Por ejemplo, al cubrir la nota sobre una reunión del general Jorge Grajales, Galindo Arce consiguió trabajo como espía del gobierno, pero lo dejó pronto y regresó a la pluma. Trabajó para Regino Hernández Llergo en la revista Mañana cubriendo los eventos presidenciales y también como jefa de información de Impacto. Gracias a su trabajo en Mañana, la editora conoció a los presidentes Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines. Mujeres: expresión femenina tuvo subsidios del gobierno y su editora ocupó una curul como diputada federal del estado de Chiapas (1955 a 1958) durante el sexenio de Ruiz Cortines.
A inicios de la década de 1960 entraron al mercado mexicano publicaciones periódicas que pertenecían a corporaciones internacionales como Hearst Corporation. La edición y distribución de estas revistas en América Latina se realizaba mediante el Bloque Dearmas, grupo de casa editoras y distribuidoras de la región. El representante de este grupo en México era Publicaciones Continentales de México, donde se editaban revistas como Vanidades, Buenhogar y Cosmopolitan. Algunas de estas publicaciones eran administradas desde Miami por latinas; por ejemplo, la colombiana Elvira Mendoza estuvo al frente de Vanidades durante un tiempo.
Varias mujeres que participaron activamente en el mundo de las publicaciones periódicas en la segunda mitad del siglo xx trabajaron para empresas financiadas con capital extranjero. Por ejemplo, La Mujer de Hoy (1960-1973) publicada por Editorial Géminis e impresa por Hurley Press Inc. en Arkansas, Estados Unidos, tuvo como directoras a María Eugenia Moreno, quien al poco tiempo echaría a andar Kena, una de las publicaciones periódicas más exitosas en México. En La Mujer de Hoy también trabajó Cristina Pacheco, quien sería galardonada con el Premio Nacional de Periodismo en 1985.
En 1963, Moreno publicó el primer número de Kena, empresa editorial que en 1990 fue pionera al editar de revistas de clientes para empresas como Wal-Mart y American Express y hoy se publica de manera digital. Sabemos que antes de formar su propia empresa, Moreno trabajó como editora en La Mujer de Hoy, pero esa no fue su primera incursión como editora. Según comentó en una entrevista, a los 17 años el periodista Gregorio Ortega la invitó a editar Lupita.[37]
Para publicar Kena, Moreno hizo tratos con distintas empresas. Los primeros números de Kena fueron elaborados por la Editorial Femenina, empresa donde Moreno compartía acciones con la Compañía Litográfica Juventud. En 1965, la editora se asoció a Editorial Ferro, cuya principal accionista era Josefina González Uribe. A finales de los años 70, Kena Moreno dejó la dirección en manos de su hermana, Liliana Moreno, y al poco tiempo se sumaron a la dirección editorial Gina Ureta, hija de la fundadora, e Ileana Ramírez, cuñada de las hermanas Moreno. Esta empresa familiar formó el Grupo Editorial Armonía.
Es interesante anotar que Moreno incursionó en el servicio público y en la política, tal como hizo Galindo Arce. En 1979, Moreno dirigió los Centros de Educación Juvenil A.C., que ella misma fundó. Fue titular de la Jefatura de Servicios y Prestaciones Sociales del Instituto Mexicano del Seguro Social, y a inicios de la década de 1980 fue diputada federal y delegada en Benito Juárez, del entonces Distrito Federal.
Según palabras de su fundadora, Kena deseaba ofrecer algo más que manualidades a las lectoras: buscaba estimularlas para estudiar y combinar estos estudios con el trabajo fuera de casa, la vida en el hogar y el matrimonio. Entre las colaboradoras de Kena en esos años podemos nombrar a las escritoras Rosario Castellanos, Emma Godoy y Griselda Álvarez. Sin embargo, el éxito editorial de Kena, como el de El Hogar, está asociado a la explotación de los vínculos más viejos de las mujeres con la cultura escrita.
El continuo intercambio epistolar con sus lectoras, la organización de cursos de manualidades, cocina, superación personal y de conferencias dictadas por las colaboradoras de la revista, les permitió conocer los temas de interés para sus lectoras. Entre estos intereses estaban las manualidades y la moda. En 1973, Kena lanzó un número especial de manualidades navideñas cuyo tiraje fue de 200 mil ejemplares. En esos años también tuvo tratos con fabricantes de ropa y cosméticos, pues en sus páginas se anunciaban las faldas Kena y las pelucas Kena-Pixie, que en aquellos años estaban muy de moda.
Entre los temas que comenzaron a tratarse de manera diferente en las páginas de Kena y de otras revistas similares como Claudia, está la sexualidad. El tono de los artículos sobre sexualidad de estas revistas se alejaba más del juicio moral e intentaba informar sobre las experiencias concretas de las lectoras. En este sentido, las revistas de esta época son una rica fuente para observar el proceso de transformación de las pautas de conducta, provocadas tanto por el desarrollo del capitalismo como por la mayor participación femenina en el espacio público.[38]
Entre las nuevas editoras herederas de esta línea editorial que explota los temas clasificados como “femeninos” –por ejemplo, el cuidado de los hijos, la salud, las relaciones de pareja– podemos nombrar a Fernanda Familiar y Martha Debayle. Ambas nacieron en 1967 y antes de embarcarse en el negocio de las revistas, incursionaron –y lo siguen haciendo– en radio, televisión y plataformas digitales. Familiar formó parte del programa deportivo de televisión Los Protagonistas y editó Fernanda de 2003 a 2018. Debayle, por su parte, comenzó su carrera en medios como locutora de radio a finales de la década de 1980. En 2005 lanzó bbmundo, revista mensual y en 2014 Revista moi. Hoy dirige la empresa Media Marketing Knowledge Group, dedicada a producir contenidos para medios.
La edición como proyecto emancipador: revistas feministas, 1970-2014
El movimiento feminista de la década de los 70 transformó el horizonte de las publicaciones periódicas. A mediados de 1970 circularon una serie de publicaciones dirigidas por mujeres, cuyo objetivo principal era difundir las ideas del feminismo, denunciar el orden patriarcal que sometía a las mujeres y contribuir a su liberación con las ideas del feminismo. La empresa más relevante de esta camada es fem.[39]
La revista fem circuló de 1976 a 2002 en papel y hasta 2005 en formato digital. Fue creada por un grupo de mujeres profesionistas cuyas vidas gravitaban en torno a la unam. Alaíde Foppa (1914-1980), señalada como madre intelectual de esta publicación, conducía el programa Foro de la Mujer en Radio unam y atendía la librería feminista de la Casa del Lago junto a Margarita García Flores (1922-2009), Fanny Rabel (1922-2008) y Carmen Lugo. Todas ellas, además, participaban en un grupo de discusión llamado Tribuna y Acción para la Mujer. Este estilo de vida cercano a la cultura escrita forjó el anhelo de lanzar una revista.
Por las páginas de fem desfilaron muchas plumas, pero las que dieron forma a los números publicados entre 1976 y 1986 fueron: García Flores, Foppa, Lugo, Elena Poniatowska (1932), Marta Lamas (1947), Lourdes Arizpe (1945), Alba Guzmán, Elena Urrutia (1932-2015), Margarita Peña (1937-2018) y Beth Miller. Durante estos años, el tono de los contenidos de fem fue académico, se publicaron ensayos y artículos de opinión. En sus páginas se anunciaban las editoriales Fondo de Cultura Económica, Joaquín Mortiz, Siglo xxi y Grijalbo.
Fem estuvo bajo la dirección de García Flores y Foppa durante su primera año de vida; luego experimentaron una dirección colectiva con una coordinadora de número que menguó luego de que Foppa fuera secuestrada y asesinada en Guatemala. En 1982, iniciaron una nueva época, con Elena Urrutia como editora administrativa encargándose más de cuestiones administrativas, pues cada número estaba a cargo de una coordinadora y había un consejo editorial. En estos años se sumaron a fem Sara Sefchovich, Tununa Mercado, Teresita de Barbieri, Marta Acevedo, María Antonieta Rascón, Josefina Aranda, Bertha Hiriart, entre otras.
El tiempo y ritmo de trabajo que demanda la elaboración de una revista comenzó a provocar estragos entre las integrantes del comité editorial. Las disputas en las juntas del consejo editorial se fueron formando, poco a poco, en torno a Urrutia y Lamas. Luego de fuertes tensiones y de la salida de algunas integrantes del equipo editorial, se decidió buscar a una editora que pudiera dedicarse por completo a la revista.
En 1987, Bertha Hiriart, militante feminista, dramaturga y narradora que tenía experiencia editorial por haber dirigido La Revuelta, se convirtió en la editora de fem. Con el arribo de Hiriart, los contenidos de fem tuvieron un cariz mucho más periodístico, pues su deseo era tener información fresca y relevante sobre el movimiento feminista y los movimientos donde participaran mujeres. Pero Hiriart dejó la dirección al año siguiente.
Esperanza Brito de Martí, hija de la periodista Esperanza Moreno de Brito y del ex rector de la unam, Rodolfo Brito Foucher, fue la nueva y última directora de fem (1988-2005). Con Brito de Martí se mantuvo el tono periodístico propuesto por Hiriart, pero también comenzaron a escribirse columnas como “Querido Diario” de Marcela Guijosa o la sección “Bitácora de la Mujer”, a cargo de Guadalupe López García. Es decir, bajo la edición de Brito de Martí los textos publicados tenían un tono más íntimo que buscaba rescatar la experiencia de quien escribía o a quien se entrevistaba.
Este tono podría explicarse porque Brito de Martí se forjó como editora trabajando para Publicaciones Continentales de México en las revistas Vanidades, Cosmopolitan y Buenhogar. Además de esta experiencia, entre los contactos que apoyaron el financiamiento de fem bajo su dirección, estuvieron las priístas María de los Ángeles Moreno, Dulce María Sauri y Beatriz Paredes, aunque esto no significó un cambio de tono en la revista. Fem informó, por ejemplo, sobre los movimientos donde participaban mujeres como las militantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln).
Contemporáneas de fem, aunque con una vida más corta, fueron los órganos informativos La Revuelta y Cihuatl, de los grupos feministas que tenían el mismo nombre. La Revuelta (1976-1978) era una hoja tamaño cartel impresa por ambos lados, editada por Martín Casillas Editores sin periodicidad fija. En ella colaboraron Hiriart, Eli Bartra, María Brumm, Chela Cervantes, Bea Faith, Ángeles Necoechea, Dominique Guillemet y Lucero González.
Cihuatl. Voz de la Coalición de Mujeres (1976-1978) fue un periódico formado por la coalición de agrupaciones feministas como el Movimiento Nacional de Mujeres, el Movimiento Feminista Mexicano, Colectivo de Mujeres y Colectivo La Revuelta. Estaba encaminada a informar y difundir la lucha por el aborto libre y gratuito, la educación sexual en la primaria, el uso de anticonceptivos y el proyecto de Ley de Maternidad Voluntaria. En sus páginas el movimiento de lesbianas apareció con toda claridad como nunca antes había ocurrido en un medio impreso.
La Boletina (1982-1986) fue otro esfuerzo editorial que sirvió para coordinar algunos encuentros entre varios colectivos feministas durante el primer lustro de la década de 1980. Estos grupos formaron la Red de Nacional de Mujeres Feministas y se distinguieron de otros esfuerzos por incluir en sus filas a colectivos que luchaban por el derecho a la diversidad sexual como Grupo lambda (1978-1984) y Oikabeth (1978-1982).
De 1991 a 1998 circularon 18 números de La Correa Feminista, editada por Ximena Begregal con el apoyo de Rosa Rojas, Marie France Porta y Úrsula Zoeller. Todas ellas trabajaban en el Centro de Investigación y Apoyo a la Mujer (cicam). El fin de esta publicación era forjar lazos entre grupos feministas de los estados de la República mexicana con las organizaciones de la ciudad de México. Entre sus colaboradoras estuvieron Francesca Gargallo, Margarita Pisano, Norma Mogrovejo, Marta Fontanela y Milagros Rivera. Los temas más recurrentes en La Correa Feminista fueron el feminismo, el movimiento feminista, los derechos y la organización de las mujeres, el patriarcado, los derechos humanos y la violencia contra las mujeres.
La efervescencia del movimiento feminista de la segunda ola tuvo importantes repercusiones en el mundo de la cultura impresa en México. Sara Lovera, quien fungió como jefa de prensa durante el Año Internacional de la Mujer (1975), colaboró en fem desde 1981 hasta los primeros años del siglo xxi y fue fundadora, junto a otras colaboradoras de fem como Elvira Hernández Carballido, de la asociación civil Comunicación e Información de la Mujer (cimac). Lovera dirigió el suplemento feminista La Doble Jornada del diario La Jornada durante once años (1986-1998). El suplemento tuvo una segunda etapa, bajo el nombre Triple Jornada (1998-2006) coordinado por Rojas y editado por Begregal, integrantes del equipo de La Correa Feminista.
Urrutia y Lamas, fundadoras de fem, también impulsaron los programas universitarios de estudios sobre las mujeres y de género. Urrutia fue pieza clave en la formación del Programa Interdisciplinario de Estudios sobre la Mujer –hoy estudios de género– de El Colegio de México. Con la consolidación de este espacio académico comenzaron a publicarse libros que dan cuenta de la presencia de las mujeres en la literatura y en la historia de México, por ejemplo, Presencia y Transparencia. La mujer en la historia de México, coordinado por Carmen Ramos y publicado en 1987.
Lamas, adscrita al Centro de Investigaciones y Estudios de Género (hoy cieg) de la unam, editó la primera época de Debate Feminista (1990 a 2014). Durante estos años, la revista buscó tender un puente entre las reflexiones académicas del feminismo y la práctica política. En ella colaboraron académicas y antiguas colaboradoras de fem como De Barbieri, Acevedo y Cano, quienes escribieron ensayos y artículos para reflexionar y analizar cuestiones teóricas y procesos históricos desde una perspectiva feminista.
El sueño de vincular el trabajo académico y la práctica política para forjar un programa político feminista no logró consolidarse del todo. En 2015 se inició la segunda etapa de Debate Feminista como publicación editada por el cieg, con Hortensia Moreno como editora. Una de las labores importantes de esta publicación, ha sido la traducción de artículos de destacadas feministas como Joan W. Scott, Nancy Fraser, Judith Butler y Naomi Wolf, por mencionar sólo algunas.
Género y edición: los caminos por explorar
La imagen de la pluma que sustituye a la aguja se ha utilizado para explicar la incursión de las mujeres en el mundo de los impresos. Aunque esa representación orienta un poco para comprender el proceso de integración de las mujeres a la cultura escrita, también disocia la experiencia de las editoras, la oculta y la desvanece: durante décadas, las mujeres escribieron y usaron la aguja por igual.
Las mujeres han poblado el mundo de las publicaciones periódicas desde formas variadas. Junto a los proyectos editoriales que han buscado modificar la balanza de poder entre los sexos, circulan otros que exploran los usos de la escritura y la lectura nacidos de las diferencias culturales entre hombres y mujeres; ejemplo de ello son algunas de las empresas más exitosas dirigidas por mujeres como El Hogar, Kena y bbmundo. Sabemos poco de estas prácticas y de su relevancia para el mundo editorial porque han sido desdeñadas por el simple hecho de ser femeninas. Explicaré esto un poco más.
A lo largo del siglo xix se cristalizó una división sexual de los textos y de las prácticas en la cultura escrita. Esta división forjó un espacio femenino donde el vínculo con la cultura escrita se dio a través del hilo, la aguja, la moda y la redacción de cartas, y al mismo tiempo posibilitó la incursión femenina en el negocio de las publicaciones periódicas. Pero como esa clasificación sexual de lo escrito es jerárquica, es decir, como lo femenino ocupa en ella un lugar subordinado, las prácticas realizadas por mujeres o aquellas que son reconocidas como femeninas se han considerado como experiencias de poco valor. Para resquebrajar esta valoración, esbozaré algunos caminos para rescatar esa experiencia y ubicarla en el mundo de la cultura escrita.
Moda y buzones de correspondencia
Los buzones de correspondencia comenzaron a publicarse en las secciones femeninas de las publicaciones periódicas de finales del siglo xix. En estas secciones se ofrecían contenidos sobre moda, crónicas sociales, recetas de cocina o consejos de economía doméstica, pero no siempre fueron escritos por mujeres; se convirtieron en asunto femenino al pasar el siglo xix.
Los primeros contenidos de moda de las publicaciones, por ejemplo, estaban a cargo de hombres. Por eso es probable que cuando las lectoras comenzaron a enviar cartas para hacer consultas sobre el tema, los dueños consideraran contratar a una mujer, pues la costumbre dictaba que las modistas, no los sastres, vistieran a las mujeres. Así, los buzones se convirtieron en una puerta de entrada al oficio de la edición para las mujeres. Antes de ser la dueña de una revista, Enríquez de Rivera fue encargada de las secciones femeninas y del buzón de correspondencia de Revista de Revistas y Novedades.
Por su parte, La Familia tenía una sección llamada “Carta extraviada” donde se publicaban misivas que los lectores enviaban a la revista. Consuelo Ponce Lagos, estudiante de periodismo de la Universidad de la Mujer –dirigida por la ateneísta Formoso de Obregón– ganó varias veces este concurso y por eso la contrataron en la empresa de Sayrols, donde trabajó 20 años. Además de dirigir las secciones “Carta premiada” y “Cuénteme su problema”, Ponce Lagos se encargó de escribir los editoriales de La Familia; seleccionó las novelas que ofrecían a los lectores y también llegó a escribirlas; eligió las cartas ganadoras y las corrigió para que se publicaran en la sección “Cartas que se extraviaron”. En resumen, Ponce Lagos entró a La Familia echando mano de una práctica de escritura profundamente asociada con las mujeres, pero esa habilidad era central para la empresa, pues la llevó escribir editoriales y elegir novelas y a dictar las normas de escritura de las lectoras que enviaban sus misivas a La Familia.[40]
Las secciones de moda y los buzones de correspondencia también se convirtieron en secciones atractivas para vender espacios publicitarios. Las revistas garantizaban a los anunciantes que sus mercancías estarían frente a los ojos de las lectoras que revisaban las respuestas que se daban en los buzones de correspondencia. Es decir, los contenidos femeninos fueron fuentes de financiamiento importantes para las publicaciones periódicas.
Bordados
No existe una contradicción entre la pluma y la aguja. Farfán (1846-1880) editora de La Siempreviva junto con Cetina y Tenorio, colaboró en otros impresos y editó El Recreo del Hogar (1879) en Tabasco, poco tiempo antes de morir. Farfán es una de las figuras rescatadas por las académicas feministas, quienes la han identificado como una de sus antecesoras. Pero Farfán no sólo sabía escribir poemas, también era una bordadora experta. En mayo de 1871, La Razón del Pueblo publicó la lista de ganadores de la primera Exposición Pública del estado de Yucatán: Farfán triunfó en el ramo de bellas artes con un cuadro bordado con pelo.[41]
De hecho, los bordados son uno de los usos “femeninos” de lo escrito. Muchas mujeres han participado en la cultura escrita a partir de la aguja. Editoras como Enríquez de Rivera y la poblana Castañeda de Pérez ofrecieron a sus lectoras anagramas para que bordaran iniciales en la ropa blanca de la familia, pero también incluyeron en sus revistas dibujos de diversas formas para que ellas, usando alfileres, los calcaran sobre telas que luego adornarían sus casas.
También los diseños de esas labores eran realizados por mujeres. Durante algún tiempo, María Tello Buquet dibujó las labores que El Hogar ofreció a sus lectoras. María Dolores Posadas Olayo (1898-1982) diseñó, por dos décadas, los patrones de bordado, de confección y de manualidades que La Familia ofreció a sus lectoras. Posadas Olayo no sólo trazaba patrones para esta revista. Esta editora inventó su propio sistema de corte y confección –el sistema Posadas Olayo– y abrió una academia de corte y confección de ropa en Tetela de Ocampo, Puebla, lugar donde nació. Seguramente, en esa academia también dio clases de tejido, pues Posadas Olayo publicó manuales de tejido y de bordado.
No sabemos cuándo ni quién editó su sistema de corte y confección y manuales de tejido, aunque, por ejemplo, todavía hoy hay personas que aprenden a hacer ropa con el sistema que inventó esta mujer. Además de ser muy ágil con las manos, Posadas Olayo era poeta y publicó algunos libros; dos de ellos son Joyel de estrellas y Voz Peregrinante, editado por Federación Editorial Mexicana. Su compañera de redacción en La Familia, Ponce Lagos, aseguraba que era nieta del famoso grabador José Guadalupe Posada.
La dimensión emocional del trabajo de edición
La historiografía se ha ocupado poco de la dimensión emocional del trabajo de edición. Poco se ha investigado sobre las tensiones emocionales que provoca el trabajo de edición en distintos tiempos y o si existen diferencias de esas emociones según clasificaciones sociales de sexo o clase social.
Quienes han trabajado en una oficina de redacción saben que el tiempo se pasa volando porque planear los números te hace vivir en el futuro. Que elegir el tema y los autores puede desencadenar enconados desencuentros o profundos entusiasmos durante las juntas de planeación. Que la congruencia de un número nace de la selección cuidadosa de los textos y que esa selección significa horas de trabajo. Que luego de proponerlos, debes buscar y platicar con los autores para, después, perseguirlos con sus entregas. Que leer y escribir ocupan toda tu vida porque revisando los escritos de otros (y también los propios). Que los cierres de edición no distinguen horarios porque hay que improvisar textos, recortarlos o agrandarlos para que quepan en el espacio de cada página. Que el trabajo no termina hasta que se va el número a la imprenta o se sube a la red, aunque siempre ocurren imprevistos. Que por furtiva que sea la cacería, siempre se va alguna errata. En fin, los editores saben que su oficio provoca muchas satisfacciones, pero también mucho estrés.
Sabemos poco sobre cómo cambió la experiencia del trabajo de edición tras su organización en un sistema capitalista. Pero algunas editoras de publicaciones periódicas dejaron evidencia sobre el significado emocional de su labor.
Wright de Kleinhans dirigió Violetas del Anáhuac poco más de un año. Durante ese tiempo, los problemas de financiamiento no faltaron pese a que el gobierno de Porfirio Díaz subsidiaba la publicación. Pero más allá del dinero, es interesante resaltar que en diferentes ocasiones se dio aviso de que el estado de salud de Wright le imposibilitaba dedicarse a escribir y editar, y que los doctores le habían recomendado alejarse de aquello que le causaba “cambios de temperamento”. Wright no fue la única que pasó por esta situación.
Enríquez de Rivera, directora de El Hogar, trabajó como editora gran parte de su vida. Decía que algunas noches no podía conciliar el sueño por estar pensando en su revista y hasta cuando viajaba por placer, hacía negocios para conseguir contenidos que después integraba a su publicación. Este ritmo de trabajo repercutió en su vida: Enríquez de Rivera dejó constancia de síntomas que hoy podríamos identificar como manifestaciones de estrés.
En 1923, Enríquez de Rivera escribió cómo el cansancio físico la hacía sufrir, por momentos, “un terrible decaimiento moral”, y aunque sabía que los médicos tenían razón al mandarle reposo, ella no sabía cómo alejarse del hábito del trabajo intelectual que, escribió, la envolvía “de tal modo que a veces me parece que estoy sujeta por los poderosos tentáculos de un enorme pulpo de cuyo poder no puedo sustraerme, aunque a veces sienta asfixiarme”.[42] Años más tarde, en 1936, Enríquez de Rivera avisó a sus lectores que dejaría de trabajar un tiempo por recomendación de su psiquiatra, pero que le parecía una verdadera tortura pasar días “sin pensar”.[43]
La experiencia del tiempo en el oficio de edición es particularmente agobiante porque es inclemente: no puedes olvidarte del calendario. Cuando la gente está leyendo el último libro, los editores ya están haciendo el próximo número y planeando el que le sigue. Sabemos que este ritmo de trabajo quebró la salud Wright y Enríquez, pero es muy probable que no hayan sido las únicas que sufrieron este tipo de estragos.
Oficinas de redacción, talleres de escritura
Es cierto que la jerarquía social entre los sexos fomentó experiencias peculiares de edición y usos de lo impreso que pueden identificarse como “femeninas”. Pero estos usos femeninos de lo impreso permitieron el crecimiento y expansión de las empresas en el negocio de los impresos en México cuyas oficinas de redacción han funcionado como espacios de formación de escritores.
En 1976, Bona Campillo, coordinadora de modas de la revista Claudia, declaró que las secciones en esa revista no se vendían a los anunciantes, pero que más o menos la mitad de los reportajes de moda eran “apoyos” para las empresas que compraban sus páginas para anunciarse durante todo el año.[44] La cifra no es despreciable, pues la moda ocupaba varias páginas de la revista. Pero más allá del negocio, una consecuencia inesperada de este negocio ha sido la función de las oficinas de redacción como talleres de escritores.
Regreso a Claudia. Vicente Leñero, novelista y periodista, fue jefe de redacción de esta publicación entre 1965 y 1972. Durante su gestión, también trabajaron en esta empresa el narrador y dramaturgo Ignacio Solares, el novelista Gustavo Sainz, y el ensayista y dramaturgo José Agustín. Mientras redactaban los textos para Claudia, estos escritores también elaboraban sus proyectos literarios, se leían unos a otros y comentaban sus textos literarios con sus compañeros en las oficinas de esta revista de moda. Para José Agustín ser redactor de Claudia no fue un martirio, más bien lo contrario; recordó hace unos años que ahí reinaba “un ambiente suave”.[45]
Al resaltar este tipo de trabajo editorial se comprende mejor cómo contribuyeron las mujeres, en tanto mujeres –es decir, en tanto ocuparon una posición asignada por una clasificación de género– en la formación de la cultura impresa. Desde esta postura se abren nuevos caminos para reescribir esta historia de la cultura escrita e impresa.
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