Enciclopedia de la Literatura en México

Casa de misericordias. Imprenta del Hospicio Cabañas

mostrar Introducción

La Imprenta del Hospicio Cabañas fue un establecimiento tipográfico que surgió en Guadalajara en el año de 1828 y que estuvo en funcionamiento hasta principios del siglo xx, prácticamente hasta el estallido de la revolución mexicana y cuando los nuevos avances tipográficos que venían de fuera, se impusieron en el mundo de artes gráficas. Su objetivo inicial fue defender los intereses de la jerarquía eclesiástica de Jalisco ante los embates surgidos por el proceso de secularización abierto con la promulgación de la Constitución política del Estado en 1824. Se trató de un establecimiento tipográfico que aportó importantes elementos para el estudio del desarrollo de la imprenta en Guadalajara a lo largo del siglo xix.

Sus primeros impresos manifiestan la importancia que tuvo para la diócesis de Guadalajara contar en las primeras décadas del siglo xix –cuando la religión se vio obligada a replegarse del espacio público– con el beneficio de una imprenta; este establecimiento tipográfico nació adscrito a la institución benéfica fundada por el obispo Cabañas en 1805, La Casa de Caridad y Misericordia (después llamada Hospicio Cabañas) concebida para atender a niños expósitos, mujeres desvalidas e instruir a jóvenes de escasos recursos y formarles en un oficio; de ahí que se pensara en emplear los beneficios de las impresiones a este objetivo y se concibiera como un taller dirigido a la educación tipográfica.

La producción de esta imprenta fue muy diversa a lo largo de los casi cien años que estuvo operativa. Estampó numerosas obras religiosas, escapularios, imágenes de vírgenes, santos y cristos, así como novenas y otros impresos dirigidos a orientar las prácticas religiosas para resignificar la piedad de los tapatíos frente a la laicidad impuesta por el estado mexicano del siglo xix. También participó en el proceso educativo del estado de Jalisco dirigido a formar ciudadanos donde se incorporó a la mujer; en este sentido atendió la demanda de textos escolares para los diferentes proyectos educativos emprendidos en el siglo xix. También realizó trabajos orientados a reforzar la identidad de las instituciones educativas y la sociabilidad de la población, como las conclusiones de tesis para la obtención de grados que requerían los alumnos de la universidad, los convites para las funciones del Coliseo o la toma de hábito de alguna novicia así como arengas, certámenes, vejámenes, exámenes escolares y otros muchos “impresos humildes”, retomando la expresión de Clive Griffin.[1]

No tenemos noticia de la procedencia del papel utilizado por la imprenta para la realización de sus productos, pero es muy probable se abasteciera de las fábricas de La Constancia (en Tapalpa) y El Batán (en Zapopan) fundadas entre 1840 y 1845 y que, junto con otras industrias mecanizadas, marcaron el arranque de la industrialización en Jalisco. Una nueva realidad que pasa por la ampliación de la naturaleza de los trabajos ahora requeridos a la imprenta, como fueron etiquetas para mercancías, volantes o carteles que anunciaban la apertura de nuevos giros comerciales o la llegada y venta de nuevos productos.

En sus primeros años, esta imprenta desempeñó un papel destacado en la construcción de una esfera pública moderna en Jalisco por atender la demanda de letra impresa de la Iglesia e imprimir el periódico El Defensor de la Religión, medio de expresión del beligerante clero jalisciense. Otras contribuciones a la cultura regional llegaron más tarde con la publicación de algunos de los periódicos y revistas producidas en el marco de las sociedades científicas y literarias de la Guadalajara decimonónica; y la impresión en 1836 de la novela El Misterioso, obra de gran relevancia para las letras en Jalisco siendo la segunda de este género que se publica en el México independiente. Cabe señalar que al igual que otros talleres que operaban por estos años, una parte importante de su producción estaba conformada por invitaciones, convites, boletas, cédulas, recibos, y otros impresos llamados “menores”, que por su naturaleza efímera hoy no se conservan. De esta producción tenemos referencias por las anotaciones hechas en los libros de imprenta conservados para algunos años –documentación que se encuentra en el Archivo del Hospicio Cabañas–, y por escasos testimonios que hemos localizado en los repositorios consultados.

Vemos pues, que la imprenta del Hospicio Cabañas fue una imprenta con una amplia y variada producción que operó a lo largo del siglo xix, cuyos impresos permiten construir la historia de este taller, así como el desarrollo de la imprenta en Guadalajara. Por otro lado, se trata de un taller que aporta información sobre la capacitación tipográfica en el momento del surgimiento de los establecimientos tipográficos, característica que añade un elemento más de singularidad a esta imprenta en el contexto del abordaje de las artes gráficas en México.

Los testimonios señalan que la imprenta abrió sus puertas como taller adscrito a la Casa de Caridad y Misericordia por destinarse a este fin sus beneficios. Sin embargo, en un principio se ubicó en el número 1 de la Plazuela de Santo Domingo, un lugar céntrico cerca de los poderes civiles y eclesiásticos locales y del pulso citadino. En ese momento, el edificio neoclásico diseñado por el arquitecto Manuel Tolsá –director de la Academia de San Carlos– a solicitud del obispo Cabañas cuya construcción “al otro lado del río San Juan de Dios” se inició en 1805, a pesar de situarse sobre un promontorio, alejado de las inmundicias vertidas por las fábricas manufactureras, y quedar alejado de las aguas residuales de los baños públicos, lavaderos, curtidurías y mataderos de ganado que estaban sobre el río, quedaba fuera de la ciudad.

En 1883, con el proyecto de creación de la Escuela de Artes y Oficios, encontramos testimonios de la apertura de cátedras y enseñanza de materias de artes gráficas en el Hospicio Cabañas. En 1892 en la Escuela de Artes y Oficios para mujeres establecida en las instalaciones del Hospicio Cabañas, 26 niñas de escasos recursos asistieron a los talleres de imprenta, encuadernación y litografía y se formaban en uno de estos oficios.

Es con el cambio de siglo que la imprenta perdió dinamismo y fueron pocos los impresos localizados para la primera década del siglo xx. Para estas fechas nos encontramos con un taller que sigue operando bajo los modelos tipográficos tradicionales que sobrevive con el trabajo de artículos de papelería y escritorio; es alrededor de 1910 que desaparece todo vestigio documental de actividad.

mostrar Perfil de la Imprenta del Hospicio Cabañas

La información recabada sobre los impresores de la imprenta del Hospicio Cabañas no es muy abundante. La principal fuente utilizada para identificar los nombres y reconstruir su producción han sido los propios impresos, aunque también se cuenta para algunos años con los libros de caja donde se registran los gastos e impresiones realizados. En total hemos localizado 400 impresos para casi los 100 años que estuvo operativa esta imprenta e identificado 14 impresores que estuvieron al frente de este taller. En relación con la producción y proyecto editorial podemos establecer varios periodos con características propias en cuanto a tipología de las publicaciones, proyectos editoriales y objetivos perseguidos.

Un primer periodo inicia en 1828 y termina hacia mediados de los años cincuenta. Durante estos años el taller de la Casa de Misericordia fue propiedad de la Iglesia y respondió ideológicamente a los intereses del clero jalisciense frente a los embates del gobierno civil. Las luchas y efervescencia políticas vividas durante estos años entre ambos poderes locales, fueron el acicate para la publicación del periódico El Defensor de la Religión y la gran mayoría de los folletos locales de ese momento. Es así que la tensión de estos años entre la Iglesia y el Estado mexicano puede seguirse a través de los impresos que salen de este taller. El punto de cierre se sitúa hacia 1859 con el fin de la Guerra de los Tres Años o Guerra de Reforma, cuando la Iglesia es castigada y el gobierno liberal de Benito Juárez decreta la separación de la Iglesia y el Estado y la nacionalización de los bienes eclesiásticos.

A partir de este momento, el taller de imprenta entra en una segunda etapa que se abre con el arribo de las hijas de la Caridad a Guadalajara, en 1853, y su posterior entrada al Hospicio (1855) para hacerse cargo de esta institución benéfica; esta etapa termina en 1874 cuando Lerdo de Tejada eleva a rango constitucional las Leyes de Reforma y las hijas de la Caridad fueron expulsadas del país. Es un periodo marcado por la presencia de Dionisio Rodríguez, miembro destacado de la Sociedad Católica, y como señalan las fuentes “el impresor más sobresaliente del siglo xix” en Jalisco, quien se desempeñó como administrador del Hospicio para estos años. No cabe duda que su gestión supervisando el trabajo de las religiosas –ya fuera en su faceta educativa frente al colegio que fundan para atender a las hijas de las familias más prominentes de Guadalajara o en su labor asistencial hacia los más necesitados–, también se extendió al taller de imprenta marcando las directrices a seguir. Es así porque fueron años en los que el taller –establecido en las instalaciones del hospicio–, se dedicó primordialmente a atender los trabajos de las religiosas en su demanda de letra impresa y fueron pocos los encargos llegados de fuera.

Un tercer periodo fue el que se extiende de 1875 hasta la desaparición del taller, pocos años antes del estallido de la Revolución, cuando desaparece el rastro documental y bibliográfico que hemos estado siguiendo. Fueron estos años un momento de repunte y mayor dinamismo generado por la creación de la Escuela de Artes y Oficios de mujeres de Jalisco fundada por el gobernador Tolentino dentro del plan general desarrollado por el gobierno del general Porfirio Díaz. Con el apoyo de este gobernador de Jalisco quien lo dotó de nueva maquinaria e implementos tipográficos, el taller bajo la dirección del maestro tipógrafo Aureliano Román, realizó un gran número de trabajos oficiales por encargo y mostró a la sociedad tapatía los adelantos que Jalisco podía ofrecer en materia de artes gráficas.

mostrar Caracterización de la imprenta

El primer encargado al frente del taller de imprenta de la Casa de Caridad y Misericordia de Guadalajara fue el impresor José Orosio Santos (1828-1831), quien a instancias del Dr. Diego Aranda y Carpinteiro, en calidad de gobernador de la mitra, compró la maquinaria y enseres necesarios para echar a andar un nuevo establecimiento tipográfico en la ciudad.

Existe una fuerte relación entre la apertura de esta imprenta y el proyecto editorial de dar continuidad a la publicación del El Defensor de la Religión, periódico bisemanal cuyo primer número salió el 16 de enero de 1827 de la imprenta de Petra Manjarrés, viuda del impresor Fructo Romero, y dejó de publicarse en este taller en noviembre de ese año, cuando se cerró y puso a la venta.[2] Un siguiente número, fechado el 30 de noviembre de ese año, se imprimió en la imprenta de don Mariano Rodríguez que fue el segundo taller instalado en Guadalajara en 1820. La precipitación que tuvo la elaboración de este número dejó ver la necesidad de buscar un taller de imprenta propio para vincularlo al periódico. Esta inquietud llevó a Aranda y Carpinteiro a gestionar la adquisición de una imprenta y dar continuidad al proyecto editorial iniciado en el taller de Petra Manjarrés.

La nueva negociación de imprenta no sólo daría continuidad a la publicación de El Defensor de la Religión, sino que para garantizar su viabilidad, se apuntaló con la promesa de hacer impresiones de misales y biblias para uso de la clerecía diocesana. Dado que el inmueble de la Casa de Misericordia se encontraba ocupado por tropas militares y sus corredores funcionaban como cuartel de artillería, se alquilaron unas casas en la Plazuela de Santo Domingo donde quedó instalado en un primer momento este taller de imprenta a cargo de José Orosio y Santos, tal y como aparece en los pies de imprenta de este impresor: “Imprenta a cargo de José Orosio Santos. Plazuela de Santo Domingo”.

El arranque de esta imprenta no fue fácil. Al parecer José Orosio y Santos no obtuvo los resultados esperados y al cabo de tres años abandonó el proyecto, y regresó a México donde siguió trabajando en la imprenta de Ignacio Cumplido. Ahí estaría en 1852, aquejado de una severa enfermedad en los ojos que lo dejará ciego.

Tal vez lo más significativo de estos años fue la buena acogida de los primeros números del periódico El Defensor de la Religión (8 marzo 1828-9 marzo 1830). Puede que este inicial éxito animara al primer impresor de la imprenta del Hospicio Cabañas a extender los alcances del periódico a un nuevo proyecto editorial. Éste consistiría en sacar un mayor partido a los artículos ya publicados, pero ahora clasificados por materias y organizados en cuatro tomos temáticos. El anuncio de la publicación de este nuevo proyecto causó una gran expectación y fue respaldado por un gran número de lectores. Fueron 120 los suscriptores que acogieron el nuevo proyecto editorial, la mayor parte miembros de la jerarquía eclesiástica de la iglesia mexicana. Comprometidos con los ideales del periódico, los suscriptores marcaron un amplio radio de influencia que se extendía más allá de los límites del Estado de Jalisco y llegaba a México, Oaxaca, Guanajuato, Monterrey, Chiapas, Querétaro, Zacatecas, San Luis Potosí, Durango y Sombrerete. Es interesante señalar que de la diócesis de Guadalajara los lectores suscritos provenían de Degollado, Tlatenango, Ocotlán y Arandas, parroquias que un siglo más tarde tendrían gran protagonismo en la Guerra Cristera (1926-1929).

Según rezaba la edición, la obra estuvo siempre bien cuidada “para enmendar y poner con algún método, lo que antes habíamos escrito con bastante precipitación”. El nuevo proyecto editorial abandonó la impresión en doble columna y el formato en doble folio. La propuesta fue una publicación en formato de libro y empastada. En el diseño, la portada conservó el título –El Defensor de la Religión– y se añadió ahora un subtítulo: el que se publicó en la ciudad de Guadalajara, capital del Estado de Jalisco para impugnar los errores de los últimos siglos. Un guiño editorial para señalar la continuidad del nuevo producto que ahora salía mejorado.

Se buscó una portada bien construida que jugaba con distintos tamaños de letras y agregaba mayúsculas. Abajo el pie de imprenta y algunos realces ornamentaban la página. Sin duda, una edición esmerada que mostraba el dominio del oficio de este primer impresor del taller.

Cabe señalar que el esfuerzo editorial realizado por José Orosio Santos no tuvo la misma respuesta en todas las entregas. Tras la buena acogida del primer tomo, los siguientes tuvieron una media de 10 suscriptores lo cual supuso un verdadero descalabro económico. A este fracaso editorial se sumó el nombramiento, en agosto de 1831, de José Gordoa y Barrios como primer obispo mexicano de la diócesis de Guadalajara y su negativa a respaldar el proyecto inicial del vicario Aranda y Carpinteiro de imprimir biblias y misales para el uso del clero jalisciense. Con estos fundamentos, José Orosio Santos renunció a seguir al frente de esta imprenta, pues los hechos pusieron de manifiesto que la negociación no podía mantenerse con los ingresos proporcionados por el periódico El Defensor de la Religión. Los días de esta publicación llegaban a su fin y Orosio Santos no veía la forma de sacar a flote la imprenta si también se cancelaba la impresión de las biblias y misales. En 1833 se hizo evidente la falta de fondos para sacar un nuevo número del periódico y se tuvo que acudir a la clerecía en busca de ayuda para no interrumpir la publicación. Para entonces José Orosio Santos, el primer impresor de la imprenta del Hospicio Cabañas, hacía dos años que se había trasladado a México y trabajaba como tipógrafo en un taller de mayor solvencia económica.

Sabemos que el impresor Hermión Obregón se postuló para suceder a Orosio Santos al frente de este taller. En su solicitud expuso que contaba con “los conocimientos necesarios, y las demás circunstancias que se requieren a efecto” para asumir “la dirección facultativa de la imprenta del Hospicio”, lo que además deja ver que para entonces este establecimiento tipográfico era popularmente conocido con este nombre.

Es evidente que esta propuesta no prosperó, ya que para estos años fue Jesús Portillo quien aparece en los pies de imprenta de las publicaciones de la imprenta del Hospicio Cabañas (1832-1833). Nos inclinamos a pensar que Jesús Portillo tuvo la encomienda de encargarse de este taller de imprenta sin conocer mucho del oficio ni del negocio. Eran años de gran incertidumbre en el seno de la Iglesia jalisciense por la repentina muerte del recién nombrado obispo de la diócesis de Guadalajara, José Gordoa –el 12 de abril de 1832– apenas un año después de su nombramiento. No importaba tanto entender cómo funcionaba una imprenta ni conocer el oficio, sino dirigirlo de manera efectiva y contar con la total confianza de la jerarquía eclesiástica. Un capital que, al parecer, Jesús Portillo había adquirido al frente de la administración de la Casa de Misericordia como mayordomo de la misma. Todo nos hace suponer que era miembro de una de las familias de la oligarquía católica y lo relacionamos como familia de José María Portillo y Loza, quien estaría llamado a ocupar destacados cargos dentro de la Iglesia en Jalisco.

Además de dar continuidad a los sermones, pastorales, cartas de cuaresma y otros impresos con los que se atendía la demanda de papel impreso del gobierno de la mitra, el proyecto editorial de la imprenta del Hospicio Cabañas, con Jesús Portillo a la cabeza se dirige, durante estos años, a la publicación de manuales escolares “para uso de los niños de la Casa de Misericordia”. En la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, hemos localizado un buen ejemplo que ilustra la línea editorial de las publicaciones de este taller durante esta etapa. Se trata del libro Elementos de Matemáticas, extractados de los mejores autores. Para el uso de los niños de la Casa de Misericordia, trabajo de impresión de 1833 realizado en formato 8° para un mejor manejo de los estudiantes.

No podemos dejar de mencionar otro trabajo realizado en estos años con el título Breve exposición de los caracteres de la verdadera religión, un libro de 79 páginas también dirigido al “uso de los niños de la Casa de Misericordia”, y “otras personas que no tienen tiempo o capacidad para mayores estudios”.

En 1834 se entregó la imprenta a Teodosio Cruz-Aedo, quien la trabajó entre 1834 y 1839. De su gestión se han conservado los libros de imprenta que se resguardan en el Archivo del Hospicio Cabañas y dejan testimonio de una demanda más precisa de los trabajos de impresión realizados. Los datos a tener en cuenta de esta etapa son que la Casa de Misericordia siguió sin poder albergar su taller de imprenta, pues la mayor parte de su espacio siguió funcionando como cuartel militar. Por esta razón y debido a la “la suma estrechez del local que ocupa”, fue imposible hasta años más tarde “tener en su edificio la imprenta propiedad suya”. En este sentido, cabe señalar la fragilidad de los tipos de plomo utilizados en la imprenta cuyo manejo, almacenamiento y para evitar pérdidas innecesarias, hacia imprescindible que el taller estuviera dotado de un buen espacio.

La actividad de Teodosio Cruz-Aedo al frente de la imprenta estuvo muy marcada por la derrota del federalismo, cuando oficialmente se suprimió en todo el país, en octubre de 1835. En Jalisco las repercusiones fueron mayores, lo que dio lugar a que las imprentas tuvieran una mayor actividad con la publicación de un gran número de folletos donde se daba cuenta de los asuntos clave de la agenda política del momento. Muchos de estos folletos, escritos en tono satírico y burlesco, han sido localizados en la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, en la sección de Misceláneas. Es el caso del folleto titulado Ahí va ese tiro sin puntería: si alguno escalabra no es culpa mía (1834), que comenzaba de la siguiente manera: “Este papel con otro título y otra forma, se había escrito para impugnar el que había salido el jueves santo con el Jaliscienses, no es polar nuestro actual gobernador”. Alimentado por la libertad de imprenta y tolerancia religiosa, la característica de este impreso y otros muchos que salieron de la oficina de Teodosio Cruz-Aedo, es que permiten seguir el discurso ideológico del clero tapatío en la defensa de sus privilegios.[3] Algunos otros títulos fueron: Respuesta del tirador a su chusco anotador (1834); Segunda exposición del gobierno eclesiástico del Guadalajara al supremo del estado sobre ley de fincas pertenecientes a manos muertas (1834); Respuesta del tirador a su chusco anotador. Carta segunda (1834); y Segundo juicio al sermón del padre resignación (1834).

Desde el punto de vista tipográfico, cabe señalar la composición de estos folletos en cuarto mayor, un formato más adecuado para facilitar su lectura en grupo o en voz alta, y permitir que varios lectores siguieran el texto a la vez. Por otro lado, era frecuente encontrar un número considerable de erratas achacables a la premura con la que se imprimieron estos textos, pues su función era seguir alimentando el discurso con nuevos argumentos. Este es el caso del folleto titulado Segundo azote a los embusteros: o sea reimpresión del grito de la verdad, que tuvo que reimprimirse debido “a las muchas erratas que sacó en la primera edición”. Otra característica de los folletos que se imprimieron en esta imprenta es que suelen presentar manchas de impresión, posiblemente debido a la utilización de tipos más gastados y desechados en trabajos de más serena realización.

Con el nombramiento en 1836 de Diego Aranda y Carpinteiro como obispo de Guadalajara, la labor pastoral cobra un nuevo impulso en Jalisco y se refleja en la gran cantidad de impresos de carácter religioso que salen de esta imprenta. El número de novenas que se imprimieron durante la administración de Teodosio Cruz-Aedo es muy significativa, así como los avisos para novenarios, estampas religiosas, aranceles para el cobro de derechos parroquiales, sonetos, avisos de confirmaciones, patentes, biografías de santos, boletas de confesión, cédulas de comunión, alabanzas, oraciones de bienvenida y despedida de las vírgenes peregrinas, trisagios, etcétera. También se imprimieron exámenes y arengas para las escuelas municipales, como la de la Capilla de Jesús con el fin de agradecer al Ayuntamiento el adelanto de los jóvenes; este acto de premiación tuvo lugar en diciembre de 1837. Otros trabajos fueron las listas para la elección de diputados del año de 1834.

También en estos años la imprenta del hospicio a cargo de Teodosio Cruz-Aedo realiza avisos publicitarios que dan cuenta del arranque del proceso de industrialización en Jalisco, caracterizado por la instalación en el estado de industrias mecanizadas y la apertura de nuevos negocios. Desafortunadamente estos trabajos no han llegado a nosotros, pues se trata de impresos efímeros. Sabemos que existieron porque aparecen registrados en el libro contable de la imprenta como trabajos realizados, anotados de la siguiente manera: “marcas para la zapatería El Globo”; “de una fábrica de sombreros que se abrió en la calle de la Municipalidad”; “de la apertura de una fonda”.

De los trabajos que realizó Teodosio Cruz-Aedo hay que reseñar la impresión de la novela El Misterioso, obra de Mariano Meléndez y Muñoz, edición digna de tenerse en cuenta por cuanto supone el mayor esfuerzo editorial acometido por Cruz-Aedo y por esta imprenta. Y ello, no sólo por ser una obra de 317 páginas, que rebasó lo habitualmente impreso en este taller, sino por ser un libro de contenido distinto, destinado a un público lector diferente que hubo que abordar tipográficamente desde otra perspectiva. La impresión de esta obra fue todo un reto para Cruz-Aedo, al tener que encontrar el equilibrio entre los tiempos y recursos de su taller y la edición del texto. Tarea que no fue nada fácil, como se puede leer en una nota introducida al final del libro, cuyo texto transcribimos a continuación:

NOTA

Se había pensado poner aquí las fe de

erratas; pero viendo las muchas y grandes

que há sacado, nos dispensamos de hacerlo,

limitándonos solo á suplicar á los sres. sus-   

criptores nos disimulen esta falta que no fué

culpa de la imprenta, sino de un individuo

á quien encomendó el autor la corrección de

las probas (sic) por no tener él lugar para ha-

cerlo.

En la otra que se piensa imprimir del

mismo autor, se repararán estas faltas, pro-    

curando también que la impresión salga her- 

mosa y de letra más pequeña.

Sabemos que de este libro se realizó una edición de 300 ejemplares, que el cuerpo de letra utilizado fue atanasia[4] y se emplearon en la elaboración 21 pliegos y una cuartilla de papel. El texto se ilustró con un bello grabado, desconociéndose quien fue el grabador, si bien es de señalarse que tiene una gran relevancia para la historia del grabado en Jalisco, un tema de estudio aún pendiente.

No es mucho lo que se ha escrito sobre esta novela escrita por Mariano Meléndez y Muñoz también impresor, quien trabajó como tirador en la imprenta del hospicio, si bien esta obra –de la que se conservan pocos ejemplares- ha sido señalada en la antología de Jalisco como la primera novela de esta entidad y la segunda de México.

Otro de los impresores ligados a esa imprenta fue Octaviano Muñoz quien la tuvo a su cargo de 1839 a 1846. Por los libros contables del taller sabemos que fue responsable de la imprenta, pero no era impresor. Administró este taller al igual que otros bienes vinculados al Hospicio Cabañas, si bien la persona encargada de la producción de los textos fue Rafael Rosas quien aparece registrado como oficial de imprenta.

Devocionarios, sonetos a los santos, oraciones, avisos, recibos, breviarios, convites de entierro, certificados para estafeta, conclusiones, patentes de cofradías, fueron los trabajos que durante estos años salen de la imprenta, al igual que un gran número de estampas de devoción religiosa que, como señalar Chartier, también hay que considerar como una forma de edición.[5][6]

Mencionar también los trabajos que durante estos años realizó la imprenta a particulares como las invitaciones impresas en 1839 para el “convite a disposición de sus amigos como profesor de medicina” del prestigiado médico y naturalista tapatío Leonardo Oliva; los sonetos de “Nuestra Señora de Guadalupe para la parroquia de Bolaños”; los 1,000 ejemplares de las cédulas de “Breviarios para el rosario viviente”; la arenga para la escuela secundaria n° 4, encargo de Ambrosio Aguayo; los 150 impresos de apertura, en 1842, de la Sociedad de la Águila o los 400 escapularios y 400 novenas de nuestra Señora de Talpa.

Cerramos el recorrido por esta primera etapa de la imprenta con el impresor Juan A. Figueroa quien aparece en dos publicaciones: la primera titulada No es pleito de compadres, ya verán si aprieto o no…, se ha localizado en la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco. La segunda, es un reimpresión de 1846 de la obra Piadosisima devocion a Maria Santisima para alcanzar una feliz muerte, Dispuesta por el Ilmo. y Rmo. Sr. D. Juan de Palafox y Mendoza, Obispo de Puebla.

Un segundo periodo se inicia con la entrada de las hermanas de la Caridad en el hospicio para hacerse cargo de la institución benéfica. Dos hechos van a marcar el nuevo rumbo que toma el taller de imprenta. Por un lado el traslado de la maquinaria y enseres del taller a las instalaciones del hospicio donde se abre un espacio educativo para la formación tipográfica dirigida a los ciudadanos con escasos recursos; por otro, la promulgación de la Ley Lares, en abril de 1853, con la intención de poner freno al abuso y proliferación de impresos considerados injuriosos y calumniosos y que ayudaban a caldear el ambiente político.[7] Esta medida ocasionó el cierre de muchos periódicos y en algunas provincias sólo se sustentaron las impresiones oficiales. Esta Ley significó un mayor control sobre las actividades de las imprentas al exigir se levantaran padrones de los impresores y requerir se identificaran todos los establecimientos tipográficos; además había que tener autorización para publicar todo impreso. En consecuencia la producción de las imprentas disminuyó, siendo el caso también de la del hospicio. Otro factor a tener en cuenta en la trayectoria de esta imprenta fue la gestión del impresor Dionisio Rodríguez, desde que en 1858 fue nombrado administrador de la institución de beneficencia.

Fue en 1865 cuando las fuentes dieron cuenta de la actividad del taller de imprenta del hospicio y fueron referencia a su adscripción institucional. Fue un contexto marcado por la importancia dada a la educación como factor de progreso y medio para formar al ciudadano moderno buscando su integración social, fue cuando el taller de imprenta del hospicio cobró vitalidad para atender a los asilados, “esperando que los niños que en él se educan, adelanten en este importante ramo”. Con este nuevo enfoque como un espacio de orientación tipográfica, la imprenta del hospicio incorporó un modelo educativo de asistencia social que buscó encontrar apoyo en los encargos que pudieran venir del gobierno.

En general, los impresos que salen durante este periodo del taller del hospicio fueron manifestaciones celebratorias de la presencia de las religiosas en la cuidad y reflejan la actividad educativa y asistencial que desarrollaron en el hospicio. Algunas de las publicaciones fueron:

  • Collado, Ismael, Sermón que predicó el Presb. D. ___ en la Iglesia de Belén en honor de San Vicente de Paul, el día 24 de julio de 1863. Guadalajara, Tipografía del Hospicio, 1863. [s.i]. [17 p.]; Un ejemplar de este impreso se ha localizado en el Archivo de la Arquidiócesis de Guadalajara.
  • Examenes y premios en el Hospicio. Calificaciones y premios que han merecido los niños y niñas del Hospicio, tanto pensionistas como agraciados, según la aplicación que han tenido y la instruccion que han manifestado en los examenes á que se han sujetado, respectivamente del 13 al 22 del corriente mes, Guadalajara, Tipografía del Hospicio, 1864. [s.i]. [26 p.].
  • Examenes y distribucion de premios en el Hospicio. Guadalajara, Diciembre 1° de 1865. Tipografía del Hospicio. [s.i]. [1 p.]

Durante este periodo encontramos a los siguientes maestros del taller: Antonio de Padua González (1865-1866) quien apareció años antes al frente de la imprenta del gobierno y más tarde trabajando como encargado de un taller situado en la calle del Coliseo número 15. Otro impresor fue José G. Álvarez quien imprimió en 1868 el texto Lecciones de Botánica esplicadas (sic.) en el jardín botánico del Colegio del Hospicio, de la autoría del reconocido médico Reyes García Flores, libro utilizado en la escuela de niñas del hospicio y que tuvo varias ediciones. También en esta imprenta se imprimió en 1868 el texto Catecismo de economía doméstica para el uso de las escuelas de niñas, donde las religiosas enseñaban a las niñas el papel que debían tener en la sociedad y mostraban que niños y niñas no recibían una misma educación.

Una última etapa para el taller del hospicio se abrió con el establecimiento de la Escuela de Artes y Oficios, por disposición del primer gobernador porfirista de Jalisco, Francisco Tolentino. Gracias a los informes rendidos por el director de instrucción y beneficencia pública del Estado al gobernador en turno, sabemos que Aureliano Román fue el impresor a cargo de esta imprenta y maestro del taller de tipografía desde el 1° de febrero de 1875 hasta, al menos, el año 1903.

La Escuela de Artes para mujeres de Jalisco se fundó oficialmente en el año 1883, en las instalaciones del hospicio donde al taller de imprenta que llevaba años establecido, se sumaron los de litografía, encuadernación, medias, hilados, modas, calados, sericultura y costura corriente. Conocemos algunos de los maestros que formaron a las niñas del hospicio en los oficios de las artes gráficas contribuyendo así a su avance en Jalisco: Aureliano Román, tipógrafo, J. Trinidad Diéguez, litógrafo y José Cabrera, encuadernador.

La Escuela de Artes y Oficios para mujeres del Hospicio contó en todo momento con el apoyo del gobernador Tolentino. Gracias a su gestión, el taller de imprenta se vio beneficiado con insumos procedentes de otros establecimientos tipográficos de la ciudad. De ahí que contara con la maquinaria, tipos de letras y suficientes complementos para atender los encargos del gobierno y los solicitados por los clientes particulares. Entre 1883 y 1889, el taller manifestó una gran actividad realizando invitaciones, honras fúnebres, tarjetas de visita, de bautismo, avisos, listas, letreros, boletas de elecciones, triudos, carátulas, esquelas, etiquetas, cartelones, oraciones del Sagrado Corazón de Jesús, reglamentos, etcétera. En fin, toda una variedad de trabajos de impresión y artículos de papelería que suponían una importante entrada económica.

Otros trabajos que salieron de la imprenta de la Escuela de Artes del Hospicio entre 1875 y 1908, fueron textos escolares, opúsculos, tesis, periódicos, informes, invitaciones, etcétera.

No debe pasar por alto el gran impulso propiciado por el taller del hospicio para el avance de la ciencia médica y la educación media superior, lo cual significó un importante proyecto editorial encabezado por Reyes García Flores, quien fue catedrático del Instituto Ciencias, miembro de las más prestigiosas sociedades científicas de Jalisco y médico titular del hospicio; desde 1860 hasta su fallecimiento acaecido en 1894. Gracias a su mediación y al respaldo que siempre otorgó al trabajo realizado por las hermanas de la Caridad, un importante número de colegas y estudiantes de medicina encomendaron sus trabajos de impresión a este establecimiento benéfico. Fue el caso de Aureliano Padilla, alumno de la escuela de medicina de Jalisco y miembro fundador de la Sociedad Ochoa, quien en 1875 llevó para su publicación su trabajo titulado De la Erisipela en sus relaciones con las epidemias observadas en el Hospital de Belén. (1873-1875), tesis que presentó para obtener el título profesional de medicina y cirugía. Otro ejemplo es el del doctor José Abundio Aceves, miembro de la Comisión Municipal de Salubridad, quien en 1886 publicó su trabajo Medicina Social una obra de gran valor para estudiar las transformaciones de la ciencia médica en el siglo xix, por cuanto cuestiona los conocimientos biomédicos y epidémicos e incorpora teorías y metodologías de las ciencias sociales para entender la salud como fenómeno social, obra que por la vigencia de sus contenidos mereció en el 2010 una edición facsimilar.[8] Otros trabajos fueron los que en 1871, realizó la Sociedad Médica de Guadalajara al solicitar la impresión de su reglamento; estas prensas también publicaron el Boletín de Ciencias Médicas, órgano de difusión de la Sociedad Médica La Fraternal, de periodicidad mensual que apareció de 1882 a 1885.

Reyes García Flores también llevó a la imprenta los libros de texto utilizados en sus clases, como las Lecciones de botánicas esplicadas (sic.) en el jardín botánico del Colegio del Hospicio, publicado en 1863 y que tuvo varias reediciones; o las Lecciones de mineralogía medica explicadas en el Instituto de Ciencias del Estado, mandadas publicar en 1874 por los alumnos en este taller.

Bajo la dirección de Aureliano Román, Reyes García Flores publicó en 1888 los resultados de su investigación sobre la modificación del aparato diseñado por el médico francés Bonnet para sanar las fracturas de pierna y muslo, trabajo que se ilustraba con grabados realizados en el taller de litografía. Otro trabajo de su autoría que vio la luz en el taller del hospicio en 1893, fue el Ensayo de tratamiento de la escrófula (tuberculosis) para su presentación internacional en la Exposición de Chicago y que también se ilustró con trabajos del taller de litografía.

No es nuestro interés cansar al lector con la descripción puntual de los trabajos realizados en el taller de imprenta de la Escuela de Artes para mujeres del hospicio. Nos interesa señalar que fue un importante espacio en Jalisco para el aprendizaje de las artes gráficas y que dio respuesta a amplios sectores de la sociedad tapatía en su demanda de letra impresa.

Con el cambio de siglo la Escuela de Artes y Oficios para mujeres de Jalisco dejó de tener el apoyo económico que había tenido en sus inicios. Apenas hemos encontrado impresos para estos años. La mayoría de los trabajos que se realizan fueron encargos de particulares que buscan trabajos menores de impresión como tarjetas de presentación, recetarios, invitaciones, cuadernos contables, etcétera. La última referencia encontrada sobre un trabajo impreso fue de 1909 y el único ejemplar se ha localizado fuera de México.

mostrar El taller de imprenta y el expendio de libros

El establecimiento del primer taller de imprenta para el Hospicio Cabañas requirió una inversión de 10,900 pesos que salieron de las arcas del gobierno eclesiástico. El 13 de octubre de 1823 se firmó un contrato entre el entonces vicario capitular, don Diego Aranda y Carpinteiro, y el impresor José Orosio Santos para garantizar una buena gestión. El documento otorgaba al impresor la dirección del establecimiento tipográfico y el beneficio de “la tercera parte de las utilidades líquidas que hubiera”, una vez deducidos los gastos realizados en la compra del material necesario para su puesta en marcha y los del arrendamiento de las casas de la Plazuela de Santo Domingo donde, en su inicio y de manera provisional, quedó instalado el taller de impresión –en el número 1, según se indicaba en los pies de imprenta de las obras localizadas para estos años–.

El contrato obligaba al impresor a realizar cuantas impresiones requiriera el gobierno eclesiástico del periódico El Defensor de la Religión, durante el tiempo que existiera, y la mitra se comprometía a habilitar al impresor, en caso que le faltare, con todo lo necesario para la impresión de misales y biblias, en calidad de devolución. La sociedad se estableció para un periodo de 5 años, haciendo responsable al impresor “de la buena administración” de la imprenta y le otorgaba libertad al frente de la misma para “hacer cuanto juzgue necesario para su adelanto con el Gobierno de la Mitra”.[9]

Sabemos, por los estudios realizados sobre imprentas en el siglo xix, que conseguir un buen equipamiento para un taller además de costoso, no era una tarea fácil. Elementos esenciales eran la prensa y los tipos o letras de imprenta que eran de plomo y difíciles de conseguir.[10]

Por un inventario del 10 de julio de 1841, levantado por el administrador de la Casa de Misericordia, el presbítero don Agustín Santoscoy, sabemos que en el taller de imprenta existía una partida de “405 ejemplares sin encuadernar” del emblemático periódico insurgente El Despertador Americano, impreso entre 1810 y 1811 en la oficina de José Fructo Romero,[11] con el siguiente registro: “remanente del tiempo que D. José Orosio Santos estuvo al cargo de este taller”. Este interesante dato respalda nuestra tesis sobre el origen del taller de imprenta del hospicio pues, como hemos dicho en otros trabajos, se equipó con el remanente de la imprenta que Petra Manjarrés sacó a la venta en 1828.[12] De este modo la imprenta del hospicio Cabañas fue la heredera directa de los “caxones de moldes de letra y utensilios de ymprenta” que Manuel Antonio Valdés compró en 1792 al impresor madrileño Gabriel Sancha y que por el trabajo que hizo Garone Gravier, hoy sabemos fue para que su hijo Mariano explotase el beneficio de una imprenta en Guadalajara.[13] Este fue el taller que adquirió José Fructo Romero y heredó su viuda Petra Manjarrés.

En cuanto a la maquinaria y por el inventario antes mencionado, sabemos que en 1841 la imprenta del hospicio Cabañas contaba con cinco prensas de tiro, “dos en regular estado y tres maltradas”; dos prensas para papel en buen uso y un tórculo “habilitado y en corriente”, que se empleaba para estampar grabados. En 1844, con motivo del encargo que se recibe de imprimir unas novenas y escapularios de la Virgen de Talpa, se realizaron trabajos de reparación en la imprenta. El encargado de llevarlos a cabo fue el oficial Esteban Rodríguez quien por este trabajo recibió la cantidad de 5 pesos. Los arreglos consistieron en reparar las dos prensas, componer las frasquetas, echar pernos y poner nuevas bisagras, pasadores y puntas a las posturas. Se compró almidón y media vara de brin para forrar los tímpanos, así como tirantes y aceite para engrasar las prensas. En el taller de carpintería del hospicio se fabricaron dos galeras, cuatro reglas y un tímpano nuevo, y se trabajó en el ajuste de otro. En total se gastaron 33 pesos y 6 reales para poner a punto la imprenta y poder emprender el trabajo encomendado.

El taller contaba con 358 arrobas y 183 libras de diferentes tipos de letras de plomo y estaño. La de más uso era la letra atanasia que pesaba 36 arrobas; la de lectura gorda era tildada de "muy usada" con 34 arrobas; la de lecturilla se describía “con menos uso que la anterior” e igual peso; la entredos[14] aparecía en el inventario como "usadísima" y se tenían una existencia de 37 arrobas. Otros tipos de letras inventariadas eran la redonda y cursiva gran cano, petra cano, misal, parangona, texto, breviario y glosilla, propias de las distintas clases de impresos; en mal estado había inventariadas 11 arrobas de guarniciones, viñetas, placas y bigotes utilizadas para componer y airear los textos. También contaba el taller con 219 piezas de escudos de santos y 81 láminas de diversos tamaños: 11 de a un pliego, 10 de a cuarto y 60 de cuarto, octavo y treintaidosavo.

Por el peso y variedad de los tipos de letras y número de grabados podemos afirmar que la póliza tipográfica del Hospicio Cabañas, es decir la proporción de los caracteres con respecto a la frecuencia con que se usan en un texto,[15] era bastante amplia. Esta dotación permitía componer al mismo tiempo hasta 8 pliegos de 4 páginas.

Para los trabajos de composición, el taller de imprenta del hospicio contaba con 34 cajas, copetes donde se iban clasificando los tipos y signos tipográficos y 34 mesas para colocar las cajas. Además de 10 componedores de madera, 23 tablones y 16 galeras para imponer, es decir rellenar con cuadrados u otra cosa los espacios entre las planas para dejar los márgenes.

Otro tipo de material de uso en la imprenta y que asoma en el inventario era el utilizado para realizar la tinta que cada impresor fabricaba en su propio taller. Ésta se obtenía a base de materias grasas vegetales y animales, como pez, aceite de coco o de linaza y se mezclaba con humo de ocote para producir el color negro. La consistencia y el brillo se conseguían incorporando resinas y barnices. Para la elaboración de la tinta se requería grandes calderos –mencionados en el inventario– y un buen fuego mantenido a base de carbón. Para limpiar las formas que se utilizaban en la tirada del día, se requerían grandes cantidades de aguarrás y lejía caliente.

La imprenta también contaba con los utensilios necesarios para encuadernar y grabar. Estos eran: un molde para hacer cartón, en mal uso; una sartén de cobre; dos piedras para moler colores; tres carruchas para dorar pastas; dos bruñidores para pasta en buen estado; un bruñidor para cortes; tres flores para dorar; un martillo grande; dos reglas de hierro; unas tijeras grandes; un rayador; una lezna; un batidor de telar.

También se menciona la documentación la existencia de un diccionario de lengua castellana, "de tercer edición y de mucho uso".

En cuanto al mobiliario, el taller contaba con tres mesas para encuadernar; dos mesas para las dos prensas desarmadas; dos burros y un armazón con seis tablas de mediano uso; otra mesa y otro armazón con cuatro tablas; un tronco con su mesa en buen estado; cuatro mesas de imponer en buen estado y también una cortina de algodón para el expendio, de mucho uso.[16]

La higiene era una condición importantísima en el taller. Al ser los tipos de plomo, no se podía trabajar en mangas de camisa o con el pecho descubierto, siendo conveniente que los operarios utilizaran la ropa bien ajustada al cuello y puños, así como tener las uñas limpias y cortas para evitar la acumulación de plomo. Al finalizar la jornada había que lavarse bien las manos con agua y jabón y cuando la ocasión lo precisaba, también con lejía.

El orden igualmente constituía un factor primordial para que un taller de imprenta funcionara adecuadamente. Al ser de plomo los tipos, eran sumamente frágiles y cualquier golpe por una torpeza o caída podía bastar para que una letra quedara inservible. Para evitar precipitaciones o desatinos, todo tenía que estar en su lugar y ordenado. El orden y cuidado eran esenciales en un taller, por lo que algunos de los mejores impresores mexicanos, llegaron a tener verdadera obsesión por mantener todo en perfecto orden. Estantes, cómodas, alacenas y demás mobiliario de trabajo debían estar marcados con letreros, todo con la finalidad de que ningún objeto estuviera fuera de su lugar. Al terminar el día el administrador “además de revisar que todos los utensilios estuvieran en su sitio, debía comprobar que los cabos de vela sobrantes se recolectaran y se guardaran en su lugar designado para dicho fin, así como que los candeleros estuvieran limpios, forrados y guardados”.[17]

En relación al tiraje de los impresos la información no es muy amplia. Los datos a nuestra disposición señalan que fue variable, dependiendo del tipo de impreso y del alcance buscado. Por ejemplo, los folletos de contenido político que se publicaron en la década de 1830, tenían un tiraje que variaba entre los 300 o 500 ejemplares. Debemos congratularnos porque algunos de estos impresos, pese a su precariedad material, se han conservado y hoy pueden ser consultados en la Biblioteca del Estado de Jalisco, en la sección Misceláneas.

Otros tirajes ayudan a identificar diferentes prácticas culturales y los alcances de algunos otros impresos salidos de este taller. Por ejemplo la impresión en 1834 de 100 avisos para el novenario de “Nuestra Señora de Guadalupe”, lleva a pensar en un tiraje de alcance limitado exclusivo para los vecinos del barrio del Santuario, uno de los más significativos de la ciudad. Fundado por fray Antonio Alcalde en 1781, en este barrio el obispo construyó varias cuadras de viviendas para alojar a las familias pobres de Guadalajara y levantó el santuario en honor a la Virgen de Guadalupe.

Por otro lado, la impresión de 3,000 cartillas que se realizaron entre 1839 y enero de 1841, dan idea del radio de acción más amplio buscado con estos tirajes para la alfabetización y del esfuerzo, en términos de producción escrita, que supuso el proceso de instrucción implementado en el siglo xix en las escuelas de Guadalajara.

Sin duda, por su elevado tiraje y consiguiente abaratamiento de coste, las estampas eran las ediciones más económicas, al alcance de todos, pues un tiraje de 1,000 ejemplares tenía un costo de 2.5 pesos.

Formato

Tipografía

Precio por unidad

(Pesos/ reales)

Pliego

Texto

2.4

Pliego

Lectura

3.4

Pliego

Atanasia

3

Pliego

Tendido

3

Pliego

Latín

4

Pliego

Entredós

5

Pliego

Breviario

6

1/2 Pliego

Lectura

1.6

1/2 Pliego

Texto

1.4

Cuadro 1. Coste de composición según formato y tipografía. 1836-1839.[18]

En los libros contables de la imprenta, aparece un rubro con el título impresiones a particulares, que fue una fuente de ingresos segura y constante para la negociación de la imprenta del hospicio. Sobre todo, en sus primeros años porque Guadalajara era asiento de un obispado y sede de numerosos conventos y parroquias que actuaban como demandantes significativos de textos impresos. Cumplían los dos requisitos señalados por Febvre y Martin para conformar una buena clientela: estabilidad y cultura.[19] Convites de diversa índole, edictos, patentes, arengas para las escuelas, recibos, boletos, impresiones de estampas y novenas para vírgenes y santos de las diferentes parroquias de Jalisco eran la cotidianidad de los trabajos realizados por este taller de imprenta.

Formato

Composición

Trabajo

Pliego

Cuadernillo Latín

Añalejos

Pliego

Tendido

Aranceles, Conclusiones, Biografías beatos, Trisagios

Pliego

Lectura/ Entredós

Novenas, Oraciones, Alabanzas a la Virgen

Pliego

Entredós

Ejercicio Diario

Pliego

Atanasia

Aviso, Velada

Pliego

De Tendido a Cuaderno

Arancel

1/2 Pliego

 

Convite

1/2 Pliego

Tendido Lectura

Aviso novenario

1/2 Pliego

 

Cédulas comunión

1/2 Pliego

 

Boletas y cédulas

1/2 Pliego

Atanasia

Examen conciencia

1/2 Pliego

 

Patente

1/2 Pliego

Lectura

Alabanzas a la Virgen

1/2 Pliego

Texto

Alabanzas a la Virgen

1/2 Pliego

 

Recibos

1/2 Pliego

Tendido

Patente

Cuadro 2. Formato y composición de trabajos de impresión, 1836-1839.

Los costos de producción de un impreso variaban en función de la tipología o naturaleza del texto. Las variables eran el tiempo empleado en su composición, el formato del papel, tipografía elegida, tiraje y encuadernación. Los precios de composición se establecían en función del formato del papel y de la tipografía (como puede verse en el cuadro 1), pues no entrañaba la misma complejidad componer un pliego con letra atanasia de 14 puntos, de breviario que era de 9 puntos, o en latín.

Los precios variaban si se trataba de imprimir añalejos, aranceles, recibos, sonetos, patentes, convites, tomas de hábito, conclusiones, alabanzas a la Virgen, cédulas de comunión, exámenes de conciencia, biografía de beatos, ejercicios diarios, trisagios, breviarios, oraciones, libros de aritmética y novenas, como se aprecia en el cuadro 2–.

El tiempo invertido en la composición de un pliego era de una semana, por lo que para elaborar una novena se empleaban dos semanas sólo en preparar las galeradas del texto. Los libros requerían un tiempo mayor. Por ejemplo, componer la novela El Misterioso llevó 21 semanas (cuadro 4); 5 semanas el libro Nociones generales de Lectura y escritura, editado en 1843 y dos semanas el titulado Definiciones de Aritmética que se imprimió en 1841.

En cuanto al financiamiento de las impresiones que salieron de este taller vemos diferentes procesos. Está el caso de Faustino Ceballos, profesor de Gramática castellana en el Hospicio y promotor junto a Manuel López Cotilla de la educación en Jalisco, quien en 1842 corrió con los gastos de impresión del libro de su autoría Gramática castellana, y pagó 75.4 pesos por el papel, el trabajo de composición y el tiro. Otro caso es la novela El Misterioso de Mariano Meléndez y Muñoz, cuya impresión se inició en 1837. La edición fue de 300 ejemplares que estuvo a cargo del impresor Teodosio Cruz-Aedo. Sin contar con el papel que pagó el autor de su bolsillo, el costo total de la obra fue de 185 pesos (cuadro 3). Se realizaron dos pagos, uno inicial que abonó el autor como adelanto de 102.6 pesos y otro que se llevó a cabo el 28 de febrero, al término de la impresión, por un importe de 82 pesos y dos reales. La obra se vendió por suscripción y se anunciaba en una nota impresa en cada ejemplar.

Concepto

Coste

(Pesos/ reales)

Planta y Tiro de 300 ejemplares en cada número de 21 1/4 pliegos de lectura atanasia a 8 ps.

170

Anuncio en pliego por el que se abren las suscripciones de dicha obra.

7

Por el de propio anuncio reducido a cuarto.

3.4

Por el aumento de 3/4 de las notas que tiene la obra por ser de entredós.

3

Por la laminación de 300 estampas para dicha obra a 4 rs. el ciento.

1.4

TOTAL

185.0

Cuadro 3. Recibo de la Novela titulada el Misterioso, 1837.[20]

Otra fórmula para lograr la entrada de trabajos al taller de imprenta, fue obteniendo los derechos de impresión. Esto ocurrió en 1841 cuando se pagó a Ignacio Carvajal 2 pesos por la cesión de derechos que tenía sobre la Virgen de Talpa. Esto supuso contar con un volumen de trabajo muy grande que consistió en imprimir cientos de novenas, oraciones de acción de gracias y despedida a la Virgen, ofrecimientos de rosario y estampar imágenes. Era un trabajo que tenía las ganancias aseguradas por su volumen, y se puso a la venta en el expendio que tenía la imprenta.

En este expendio o negociación de librería, no sólo se vendían los impresos que se salían de este taller, también se ponían a la venta libros impresos en otras imprentas de México y del extranjero. Por los libros de cuentas de la librería, sabemos que el precio del Catecismo del Padre Ripalda era de 2 reales y 20 reales era lo que costaba un Digesto teórico y práctico. Los Avisos espirituales, se podían adquirir en rústica en 1 peso y en 12 reales si se querían empastados.

En cuanto a los libros de uso escolar el Catón de ortografía se vendía en 2 reales, el Nebrija de gramática en 3 reales, las Tablas de contar también en 3 reales y las Moralejas en 4 reales.

En este expendio de libros anexo a la imprenta del hospicio Cabañas trabajó Mariano Meléndez y Muñoz, quien era comisionado en Guadalajara del impresor Marino Galván Rivera, uno de los editores más prestigiosos de su tiempo.[21] Algunas de las obras publicadas por este impresor y que podían encontrarse en esta negociación era la Biblia de Vence, en 25 tomos. Un proyecto editorial de gran envergadura que se editó en 1831 por suscripción al precio de 162 pesos y, al parecer, contribuyó a que 10 años después Galván se declarase en bancarrota.[22]

Otra obra impresa por Galván en 1835 a la venta en esta librería fue El arte explicado, un libro de gran utilidad utilizado por maestros y estudiantes para la enseñanza del latín y que tenía un costo de 6 pesos por estar empastado; en esta negociación también se vendían ejemplares del Catecismo de Ripalda y Astete, muy utilizados para el aprendizaje de las primeras letras.

Además de los libros de Galván, la negociación del expendio distribuía los libros de otros impresores. Durante el tiempo que Meléndez y Muñoz la gestionó, actuó de agente vendedor de editores-impresores de México y Puebla introduciendo sus libros no sólo en Guadalajara, sino que este expendio también actuaba como centro de distribución para otros puntos del occidente mexicano, como eran San Juan de los Lagos y Zacatecas.

Joaquín Navarro fue otro de los libreros que estuvo a cargo del expendio de libros del hospicio así como Octaviano Muñoz, quien recibía un salario mensual de 12 pesos como encargado de la negociación donde se ponían a la venta tanto las impresiones que salían del taller de imprenta como los libros que llegaban a comisión de otras imprentas.

Entre los compradores que acudían a la librería en busca de novedades, podemos distinguir los nombres de algunos personajes del ámbito político y cultural del momento.

Los libros a la venta ofrecían una amplia variedad de materias y títulos. Una característica que, según diversos autores, deben guardar las bibliotecas dignas de analizarse y que se cumple cuando presentan “libros de devoción, obras maestras de la antigüedad, tratados científicos, tomos de poesía y novela”.[23] En el caso del expendio de libros la imprenta del hospicio este criterio se cumple con creces, presentando un considerable número de obras de carácter didáctico, destinadas a los educandos y un considerable porcentaje de libros de autores extranjeros.[24]

Sin ser exhaustivos en el tema, daremos un esbozo del contenido del expendio en el que aparecen libros religiosos, geográficos e históricos, de política y economía, de educación y pedagogía, de lengua y literatura, de teología, de derecho, de artes y de ciencia y medicina. A estos contenidos hay que añadir el cajón de catecismos, novenas, estampas, rezos, manualitos de devociones y demás obritas religiosas de gran venta, destinadas a la clientela devota de Guadalajara.

La huella del pensamiento ilustrado está presente en obras como El Jacobisnismo y los Jacobinos (Madrid, 1826), del liberal José Mamerto Gómez Hermosilla y en los títulos Historia de la Revolución Americana (1789) e Historia de Washington (1807) del congresista estadounidense David Ramsa, así como en el libro Derechos y deberes del ciudadano, obra póstuma del francés Mably. Libros que compartían estantería con las 33 docenas de novenas, dedicadas a la Piadosísima devoción a María Santísima.

De los grandes autores económicos del pensamiento ilustrado, aparece el padre Flores con su difundida obra Economía Política editada en Londres (1831), París (1831) y Madrid (1841, 1848) y los cuatro tomos de La ciencia de la Legislación, del italiano Cayetano Filangieri; obras que se vendían junto a los catecismos del padre Ripalda.

En el marco de conformación del naciente Estado de Jalisco, no podían faltar los textos de derecho y legislativos, como el libro Observaciones sobre el Espíritu de las Leyes (Madrid, 1782), sobre la obra de Montesquieu traducida y comentada por José Garriga. También, en cuatro tomos, la obra Derecho Público (Madrid, 1788) del gran jurisconsulto francés del siglo xviii Jean Domat, a quien se debe la ordenación del sistema legislativo galo, o el texto de la Constitución Española de 1812, texto modélico de liberalismo de su tiempo y que tuvo una efímera vigencia. Junto a estos autores, el expendio ofrecía libros devotos y de auxilio para el ejerció eclesiástico como Deberes del cristiano y la Verdad de la Religión (Madrid, 1828), del agustino José de Jesús Muñoz Capilla que impugna la obra del autor Dupuis titulada Orígen de todos los cultos. En el apartado de Teología y apologética encontramos el libro en latín Compendium Theologia Universae. Tractatus de Vera Religiae, de Ludovico Bailly y un ejemplar de las Obras del predicador jesuita Oliva.

También la medicina, la física y las matemáticas tenían un hueco en este expendio de libros. Había abundancia de manuales prácticos de medicina como el libro Observaciones de Cirugía, del francés Henri-François Le Dran; el Cuaderno del Cólera Morbus y La medicina curativa (...) dirigida contra todas las enfermedades, del también cirujano francés Juan Jacobo Leroy, uno de los primeros urólogos modernos.

En cuanto la ciencia física, se ofrecía el Tratado de física experimental del francés Juan Bautista Biot y 951 ejemplares del libro Elementos de matemáticas, extractados (sic) de los mejores autores, publicado en 1833 por el impresor Jesús Portillo para el uso de los niños de la Casa de Misericordia. También para su uso en las escuelas era el texto de Nebrija titulado Breves nociones de lectura y escritura, Gramática latina, que igualmente estaba a la venta.

Nutrida es la oferta literaria del expendio, que abarca autores modernos y de la antigüedad clásica. Se vendían libros de Cicerón, Homero, Lope de Vega, Quevedo, Horacio, además de un Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, de Cervantes, una Utopía de Tomás Moro, un libro de Comedias de Moratín, y las Fábulas de Samaniego e Iriarte. El expendio tenía, como máximo, uno o dos ejemplares de estas obras, distinto panorama al presentado por las estampas religiosas cuyo número sobrepasa con mucho el millar.

Finalmente, en este rápido recorrido, es importante señalar la existencia de libros históricos, geográficos y de viajes constituyendo. Uno de los autores cuya presencia cabe destacar es Bernal Díaz del Castillo, autor de la Historia Verdadera de la Conquista de México, obra que aparece junto a una historia del descubrimiento de América. También, en relación con otras culturas, encontramos una Historia de la Antigüedad clásica, un volumen de la Historia de Grecia, otro sobre los postreros y turbulentos años de la República romana; otros más, sobre la Edad Media y la Revolución española, un tomo de memorias acerca de la colonia francesa y sobre los templarios. Es de subrayar que el expendio también tenía a la venta biografías de personajes históricos, destacando el relato de la vida de Napoleón.

No faltaban los libros de, como el Itinerario de París a Jerusalem (sic), y de Jerusalem (sic) a París, en dos volúmenes, escritos por el Vizconde de Chateubriand, o el Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo continente, hecho en 1799 hasta 1804, de Humboldt, anunciado con mapas geográficos y físicos y los 12 ejemplares, en cuatro tomos, del Suplemento al Viajero Universal.

Antes de finalizar y volviendo a temas propiamente de la imprenta, hemos localizado información sobre salarios de los operarios: así sabemos, por ejemplo que don Joaquín Navarro dependiente de la tienda de libros recibía un sueldo anual de 180 pesos y que el impresor Teodosio Cruz Aedo recibía de la nómina del hospicio 50 pesos anuales. A esta cantidad había que sumar otras entradas no regulares que provenían de los trabajos de composición que llegaban al taller. Eran trabajos que se anotaban en el rubro de “particulares”, integrado por una clientela muy variopinta conformada por sacerdotes de las parroquias, los conventos, la población universitaria, y la actividad comercial que demandaban periódicamente trabajos de impresión si bien, era una entrada muy variable. Así, por ejemplo, durante el mes de septiembre de 1836 las rayas distribuidas por la composición de textos para los padres zapopanos, San Sebastián de Analco y San Francisco sumaron la cantidad de 28 pesos y 6 reales y, por no haber qué componer las tres últimas semanas de octubre y las tres primeras de noviembre, las cantidades descendieron hasta 8 pesos y 7 reales para el primer mes y a 6 reales para el segundo.

En Guadalajara la imprenta del Hospicio Cabañas tuvo clientes constantes. No solo fue un taller proveedor exclusivamente de impresos para las instituciones locales y los particulares, también fue un vehículo de expresión social y de su desarrollo.

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mostrar Enlaces Externos

Colección Digital de la Universidad Autónoma Nuevo León

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El Despertador Americano

El defensor de la Religión

Historia Hospicio Cabañas

Biblioteca Nacional de México. Catálogo fondo reservado

Biblioteca Pública del Estado de Jalisco. Juan José Arreola. Fondo Jalisco

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