La octava maravilla, obra guadalupana, ha padecido la maldición que persigue a Luis de Góngora. Pero bajo la semejanza aparente, hay en Francisco de Castro una moral sentenciosa que le es propia. Su poema es en verdad un raro y noble esfuerzo, esfuerzo mayor que el resultado, poesía de investigación, tortura y gimnasia sintácticas, enciclopedia de alusión y metáfora. La avanzada gongorina no puede ir más lejos. Es la Última Tule del barroco, estilo que, a partir de ese instante, sólo podrá retroceder, tras de estacionarse inútilmente por unos lustros.