Algunos nombres hay que añadir al ciclo de poetas humanistas. Limitémonos a recordar los principales. El jesuita Agustín Castro —autor del fragmento épico La Cortesíada y de cierto Tratado de Prosodia— describió en metro latino las ruinas de Mitla, tradujo a Fedro, Séneca, Anacreonte, Safo, Horacio, Virgilio, Juvenal, Milton, Young, Pope, Boileau, Gessner y el seudo-Ossian; y en verso castellano, compuso una descripción de Antequera, Oaxaca. Su curiosidad era universal. Puso a Bacon en español, escribió de anatomía. Y en sus epístolas Horacianas, comentó a Lope de Vega y dejó una nueva “arte poética” construida según los monumentos de la literatura española. Pero sus obras quedaron manuscritas y andan perdidas en los archivos de su destierro —Ferrara, Bolonia, Forlì, Castel San Pietro—, y sólo nos queda la referencia de su empeño por reducir la antigua métrica cuantitativa a la moderna métrica silábica. Lo cual no fue en él, como en el Carducci de las “odas bárbaras”, una mera transportación poética, sino, además, el efecto de una teoría equivocada sobre la identidad de ambas métricas, teoría de que todavía en nuestros tiempos participaba Leopoldo Lugones.